por RICHARD J. FOSTER
Adorar es experimentar la realidad, tocar la Vida. Es conocer, sentir, experimentar a Cristo resucitado, en medio de la comunidad congregada. Es una penetración en la gloria (Shekinah*) de Dios; aun mejor, es ser uno invadido por esa gloria de Dios.
Dios busca activamente adoradores. Jesús declaró: «…los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren» (Juan 4:23). Dios es el que busca, atrae, persuade. La adoración es una respuesta humana a la iniciativa divina. En el tiempo a que se refiere Génesis, Dios anduvo en el huerto buscando a Adán y a Eva. En la crucifixión, Jesús atrajo a los hombres a sí mismo (Juan 12:32). La Escritura está repleta de ejemplos en que se nos indican los esfuerzos de Dios para iniciar, restaurar y mantener la comunión con sus hijos. Dios es como el padre del hijo pródigo quien, al ver de lejos a su hijo que venía, corrió hacia él para darle la bienvenida al hogar.
La adoración es nuestra respuesta a las proposiciones de amor del Padre. Su realidad fundamental se halla en la expresión «en espíritu y en verdad». Se enciende en nosotros sólo cuando el Espíritu de Dios toca el espíritu humano. El formalismo y los ritos no producen la adoración, ni tampoco el dejar de usar el formalismo y los ritos. Podemos usar todas las técnicas y los métodos correctos, podemos tener la mejor liturgia posible, pero no hemos adorado al Señor mientras su Espíritu no toque nuestro espíritu. Las palabras del coro, «Liberta mi espíritu para que yo te adore», indican la base de la adoración. Mientras Dios no toque y libre nuestro espíritu, no podemos entrar en este reino. El canto, la oración, la alabanza, todo ello puede conducir a la adoración, pero la adoración es más que cualquiera de esas cosas. Nuestro espíritu tiene que estar encendido con el fuego divino.
Podemos usar todas las técnicas y los métodos correctos, podemos tener la mejor liturgia posible, pero no hemos adorado al Señor mientras su Espíritu no toque nuestro espíritu.
Como resultado de ello, podemos ser indiferentes a la pregunta relacionada con la correcta forma de adoración. El asunto de la alta o la baja liturgia, de esta forma o de aquélla, es más bien algo perimétrico y no central. Nuestra indiferencia se estimula cuando nos damos cuenta de que en ninguna parte del Nuevo Testamento se prescribe una forma específica para la adoración. De hecho, lo que hallamos es una increíble libertad para los individuos que tenían profundas raíces en el sistema litúrgico de la sinagoga. Ellos contaban con la realidad. Cuando el Espíritu de Dios toca nuestro espíritu, la forma pierde importancia.
El objeto de nuestra adoración
La pregunta sobre a quién se debe adorar la respondió Jesús para todos los tiempos. «Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás» (Mateo 4:10). El único Dios verdadero es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; el Dios a quien Jesucristo vino a revelar. Dios manifestó claramente su odio contra toda idolatría al colocar un incisivo mandamiento al comienzo del Decálogo: «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éxodo 20:3). La idolatría no consiste sólo en inclinarse uno ante objetos visibles de adoración. A.W.Tozer dice: «La esencia de la idolatría consiste en tener pensamientos acerca de Dios que sean indignos de él».
Según las prioridades divinas, la adoración va primero y, en segundo lugar, el servicio.
Necesitamos urgentemente comprender quién es Dios: leer lo relacionado con la revelación que él hizo de Sí mismo a su antiguo pueblo Israel, meditar en sus atributos, fijar la mirada en la revelación de su naturaleza a través de Jesucristo. Cuando nosotros vemos al Señor de los ejércitos «alto y sublime», pensamos en su infinita sabiduría y en su conocimiento, nos maravillamos de su insondable misericordia y amor, no podemos menos que cantar una doxología:
Con gozo confieso tus atributos
todos gloriosos e innumerables.
Ver quién es el Señor es algo que nos lleva a confesar. Cuando Isaías alcanzó a ver la gloria de Dios, exclamó: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos» (Isaías 6:5). La penetrante pecaminosidad de los seres humanos se hace evidente cuando se la contrasta con la radiante santidad de Dios. Nuestra inestabilidad se torna extrema tan pronto como comprendemos la plenitud de Dios. Entender su gracia es entender nuestra culpa.
No sólo adoramos al Señor por causa de lo que él es, sino también por causa de lo que ha hecho. Sobre todo, el Dios de la Biblia es el Dios que actúa. Su bondad, fidelidad, justicia y misericordia, son atributos de él, los cuales pueden verse en su trato con su pueblo. Sus bondadosas acciones no sólo están grabadas en la historia, sino también en la biografía personal de cada uno de nosotros. El apóstol Pablo dijo que la única respuesta razonable para esto es nuestro culto o adoración (Romanos 12:1). Alabamos al Señor por lo que él es, y le damos gracias por lo que ha hecho.
La prioridad de la adoración
Si el Señor ha de ser el Señor, la adoración a él debe tener prioridad en nuestra vida. El primer mandamiento de Jesús es el siguiente: «…amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas…» (Marcos 12:30). Según las prioridades divinas, la adoración va primero y, en segundo lugar, el servicio. En nuestra vida se debe acentuar la alabanza, la acción de gracias y la adoración. El servicio fluye de la adoración. Cuando el servicio se convierte en sustituto de la adoración es idolatría. La actividad puede llegar a ser la enemiga de la adoración.
Dios declaró que la principal función de los sacerdotes levitas era la siguiente: «…se acercarán para ministrar ante mí» (Ezequiel 44:15). Para el sacerdocio del Antiguo Testamento, eso de ministrar ante él era algo que precedía a todo trabajo. Y eso no es menos cierto en el caso del sacerdocio universal del Nuevo Testamento. Una grave tentación a la cual nos enfrentamos todos es la de responder a los llamados para servir al Señor, sin ministrar ante el mismo Señor.
El Líder en la adoración
La genuina adoración sólo tiene un Líder, Jesucristo. Cuando hablo de Jesús como el Líder de la adoración, quiero decir, ante todo, que él está vivo y presente entre su pueblo. Su voz puede ser oída en el corazón de ellos y su presencia se puede experimentar. No sólo leemos acerca de él en la Escritura; podemos conocerlo mediante revelación. Él quiere enseñarnos, guiarnos, reprendernos, consolarnos.
La genuina adoración sólo tiene un Líder, Jesucristo. Cuando hablo de Jesús como el Líder de la adoración, quiero decir, ante todo, que él está vivo y presente entre su pueblo.
En segundo lugar, Cristo está vivo y presente con la facultad de realizar todos sus oficios. En la adoración tenemos la tendencia a considerar a Cristo sólo en su oficio sacerdotal, como Salvador y como Redentor. Pero él es también un Profeta entre nosotros. Es decir, él nos enseña acerca de la justicia y nos da el poder para hacer lo que es recto. George Fox aconsejó: «Reuníos en el nombre de Jesús… Él es vuestro Profeta, vuestro Pastor, vuestro Obispo, vuestro Sacerdote en medio de vosotros, para estar accesible a vosotros, y para santificaros para alimentaros con vida y para avivaros con vida».
En tercer lugar Cristo está vivo y presente con todo su poder. El no sólo nos salva de las consecuencias del pecado sino del dominio del pecado. En cualquier cosa que nos enseñe nos dará el poder para obedecer. Si Jesús es nuestro Líder, debe esperarse que ocurran milagros en nuestra adoración. Las sanidades, tanto internas como externas, serán la regla y no la excepción. El libro de los Hechos no será sólo algo que leemos, sino algo que experimentamos.
En cuarto lugar, Cristo es el Líder de la adoración en el sentido de que sólo él decide qué instrumentos humanos han de ser usados, en caso de que haya que usar algunos. Los individuos predican, o profetizan, o cantan, u oran en la medida en que son llamados por su Líder. De este modo, no hay lugar para que se eleven las reputaciones privadas. Sólo Jesús es honrado. Cuando nuestra Cabeza viviente los llama, pueden ejercitarse libremente cualquiera o todos los dones del Espíritu y pueden ser recibidos con gozo.
Tal vez se dé alguna palabra en que se ponga de manifiesto el intento del corazón, y así sepamos que el Rey Jesús tiene todo a su cargo. Tal vez haya una profecía o una exhortación que nos coloque al borde del asiento por cuanto sentimos que ha hablado la voz de Dios (kol Yahweh). La predicación o la enseñanza que surgen porque la Cabeza viviente las ha llamado, insuflan vida en la adoración. La predicación que no tiene unción divina caerá como escarcha sobre la adoración. La predicación de corazón inflama al espíritu de adoración; la predicación meramente intelectual apaga las ardientes brasas. No hay nada que avive más, como una predicación inspirada por el Espíritu, ni nada más mortal, que la predicación humanamente inspirada.
(Extractos del capítulo once del libro «Alabanza a la Disciplina» de Richard J. Foster, Edit. Betania, 1986).
felicidades y dios los bendiga en la adoracion se rompen cadenas y se manifiesta el espiritu santo es la parte mas bella del culto es cuando dios derrama de su amor a sus escogidos me encanta la adoracion y la alabanza y luego se pasa a la palabra de dios . a la verdad que nuestro rey esta tremendamente pasao te amo mi dios .
es muy importante este tema para nuestras vidas
por que muchos cren que adoran a Dios mientras sus pensamientos estan en la vanidad de la vida
gracias dtb
GRACIAS..
Que importante,relevante,y verdadero, es el tema expuesto hoy. Si el Espíritu no toca nuestro espíritu, en vano adoramos. Que significativo es cuando adoramos en Espíritu y Verdad. Se abren los cielos, y cae bendición sobre los que adoran, pero muchas veces, los cielos se cierran porque el exceso de alabanza nos hace entrar en *extasis*, y empezamos a servir al Señor¨*emocionalmente*. Danzas en la carne, desorden, profetas entregando de su propio peculio, manifestaciones espirituales controladas por el hombre,etc. No habrá más éxodo desde nuestras congregaciones, al momento que la solemnidad ingrese a nuestros templos, lo que no involucra que el Espíritu de Dios se manifieste a través de sus dones. Todo en orden, respetándonos los unos a los otros, como en una misma familia. *DE TALES ADORADORES DIOS SE GOZA*. Que Dios nos bendiga.
gracias por estas refexiones era lo k me estaba preguntando ¿como quiere DIOS k le adoremo hoy?