(Oseas 6:3)
por CARLOS A. TASSARA
El autor nos muestra que conocer a Dios implica más que un esfuerzo racional; la adoración en tanto, nos abre un camino a ese conocimiento.
Cuando Abraham salió de su hogar para ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio, iba a adorar a Dios (Gn. 22:5). Iba a expresar su amor a Aquél que lo había llamado aparte, para que bendiga a todas las familias de la tierra. Iba a reconocer la autoridad de Dios, aun sobre el hijo de la promesa, obedeciendo, dando, ofreciendo, adorando.
El padre era un adorador y su hijo fue enseñado en la misma escuela, y estaba listo para ser sacrificado. Lo que importaba para los dos, que habían entendido lo que era la adoración, era que Dios fuera glorificado («No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria», Sal.115:1).
Abraham conocía profundamente a Dios y por eso estuvo dispuesto a ofrecer a su hijo, Dios era su amigo, quien no lo iba a defraudar.
La adoración es el acto de rendir honor, estima y amor. La palabra adoración se deriva de una antigua expresión que significa aplicar la mano a la boca, o besar la mano.
¿Qué tipo de conocimiento tenía Abraham de Dios que lo llevó a ofrecer a su hijo?
En Juan 3:27 nos dice:
«Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo».
Juan nos está diciendo que hay una clase de verdad que nunca puede ser aprehendida por el intelecto, porque el intelecto existe para la aprehensión de las ideas, y esta verdad no se compone de ideas, sino de vida. La verdad divina es de naturaleza espiritual y por esta razón puede ser recibida sólo por revelación espiritual: «Si no le fuera dado del cielo».
Adorar a Dios es experimentar la realidad, tocar la Vida. Es conocer, sentir, experimentar a Cristo resucitado. Es una penetración en la gloria (shekinah: gloria o fulgor de Dios cuando vive en medio de su pueblo) de Dios; aún mejor, es ser uno invadido por esa gloria de Dios.
El hombre no puede conocer a Dios mediante la razón; sólo puede saber acerca de Dios. Por medio de la luz de la razón se puede descubrir ciertos hechos importantes acerca de Dios. Pero cuando el Espíritu alumbra el corazón; entonces una parte del hombre ve lo que jamás había visto antes; una parte de él conoce lo que jamás había conocido antes. Su experiencia de «conocer» está por encima de la razón, aunque no la niega, simplemente la trasciende.
Por medio de la luz de la razón se puede descubrir ciertos hechos importantes acerca de Dios. Pero cuando el Espíritu alumbra el corazón; entonces una parte del hombre ve lo que jamás había visto antes
Existe el «don del conocimiento», don que viene del cielo. Cristo enseñó a sus discípulos a que expresaran la venida del Espíritu de Verdad, que les enseñaría todas las cosas. Explicó el conocimiento de Pedro acerca de que Él era el Cristo, como una revelación directa del Padre en el cielo. Y en una de sus oraciones dijo: «Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños».
Es un conocimiento que nace de entender quién es Dios en su grandeza y magnificencia, y quién soy yo en mi flaqueza y pequeñez. Es un conocimiento que surge de una profunda sed por la presencia del Señor y por una búsqueda de Dios, como lo expresó el salmista:
«Como el siervo brama por las corrientes de las aguas; así clama por Ti oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo».
Los que han gustado una vez la gloria de Dios (shekinah) en la experiencia diaria, nunca pueden volver a vivir satisfechos sin «practicar la presencia de Dios».
Y es Dios quien busca activamente esta calidad de relación, esta amistad, como le ocurrió a Abraham: «y fue llamado amigo de Dios».
«… Porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren». Dios es el que busca, atrae, persuade. La adoración es una respuesta humana a la iniciativa divina. Se enciende en nosotros cuando el Espíritu de Dios toca el espíritu humano (1 Cor. 2:10-16). El formalismo y los ritos no producen adoración, ni tampoco el dejar de usar el formalismo y los ritos. Podemos usar todas las técnicas y los métodos correctos, podemos tener la mejor liturgia posible, pero no hemos adorado al Señor mientras su Espíritu no toque nuestro espíritu. El canto, la oración, la alabanza, todo ello puede conducir a la adoración, pero la adoración es más que cualquiera de esas cosas.
Esta búsqueda de parte del Dios Santo y esa iluminación del Espíritu en el quebrantado y humilde de espíritu, produce una conciencia de su presencia y la manifestación de esa presencia; entonces, como Moisés, llegamos a escuchar su voz: «quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, santo es». Este es un llamado profundo a lo profundo, para contemplar su hermosura, para inquirir en él y para expresar con el salmista:
¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti?
Y fuera de Ti nada deseo en la tierra».
Dios es el que busca, atrae, persuade. La adoración es una respuesta humana a la iniciativa divina.
Oración:
«Señor, vengo a Ti, humillado,
me reconozco un pobre de espíritu,
inclinado y postrado delante del Ser
que da sentido a mi vida; te adoro.
Quiero que recibas la ofrenda de todo mi ser,
espíritu, alma y cuerpo.
Gracias por compartir de tu plenitud.
Gracias por brindarme acceso a este conocimiento.
Gracias por querer acercarme al círculo íntimo de tus amigos».
BIBLIOGRAFÍA
«La Conquista Divina», de A.W. Tozer.
«Alabanza a la Disciplina», de Richard Foster.
Ministró mucho mi corazón esta palabras
cuando as experimentado la presencia del Dios vivo en tu vida como yo lo e vivido ases todo lo posible para que esa presencia fluya en medio de la adoración