Por MIGUEL ANGEL ZANDRINO
Es importante destacar que todo el contenido de la fe evangélica
incluye una esperanza viva para el hombre en su totalidad: tiene
que ver con lo transcendente del hombre al proyectarse a la
eternidad, pero también esta íntimamente relacionado con lo
cotidiano de la vida en este mundo.
El creyente es ciudadano de dos mundos: vive en la tierra, y
pertenece a una nación a la que debe su lealtad. Su condición de
cristiano exige que aspire siempre a ser un buen ciudadano:
honrado, respetuoso de las leyes, generoso y fiel cumplidor de
sus obligaciones, procurando hacer lo bueno en relación con todos
los hombres.
Recordamos la oportunidad en que para tenderle una trampa
presentaron a Jesús una moneda y le preguntaron: ¿Es lícito dar
tributo al César? – su respuesta no fue meramente una manera
ingeniosa de salir del paso, sino que estableció un principio
aplicable precisamente a la situación de doble responsabilidad
que debe asumir el hombre que siendo cristiano, debe lealtad a su
ciudadanía terrenal y también a la celestial -Dad al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios.
Es decir que debemos aprender a discernir entre las
circunstancias que nos rodean y que comprometen nuestra conducta.
Pablo ordena a los creyentes que se sometan a las autoridades
constituidas, ya que hay establecido un principio divino de
autoridad y de orden para el desenvolvimiento de las sociedades.
Pero debe haber también en el cristiano una viva sensibilidad que
le permita percibir hasta dónde llega su compromiso de sumisión
incondicional al poder terrenal.
Y recordamos las palabras de
Pedro cuando las autoridades de Jerusalén les ordenaron dejar de
predicar el evangelio -Juzgad si es justo delante de Dios
obedecer a vosotros antes que a Dios- Y frontalmente
desobedecieron la orden recibida.
Vivir simultáneamente en dos mundos representa inevitablemente
aprender a vivir en una saludable tensión entre lo terrenal y lo
eterno. En muchas oportunidades no aparece el conflicto, pero en
cuánto lo vislumbramos, debemos aprender a discernir en donde
está nuestra obligación prioritaria. Hay compromisos terrenales
ineludibles en nuestra condición de cristianos cuyo cumplimiento
nunca afectará nuestra relación espiritual con Dios,
definitivamente, habrá de regular toda nuestra acción.
Todo creyente en Cristo, debe sentirse deudor de la sociedad en
medio de la cual vive, para servirla. En la Parábola del Buen
Samaritano, el Señor nos pone ante el compromiso de estar atentos
para percibir la necesidad del prójimo y sentir el imperativo del
servicio. ¿Y quién es nuestro prójimo? Es precisamente el que
tiene una necesidad y está próximo. Esto no nos permite eludir el
compromiso, pues a nuestro lado siempre habrá quienes tengan
necesidad de nuestra ayuda.
El evangelio valoriza toda nuestra
vida terrenal, dándole a la misma una dimensión nueva. La visa
que se nos propone está enriquecida por el modelo que hallamos en
Jesús histórico, y se nos ofrece el poder del Espíritu de Dios
para poder vivirla plenamente. Hemos recibido la vida de Dios, y
una nueva naturaleza apropiada para responder a su voluntad. Ya
no pertenecemos al reino de las tinieblas del diablo, sino al de
la luz de Dios. Entonces, como Cristo mismo, debemos amar a todos
los hombres, aún a nuestros enemigos; debemos pagar los impuestos
como él lo enseñó con su ejemplo; debemos preocuparnos de los
pobres, de los necesitados, nos debe irritar la injusticia y la
mentira.
"Si vive en nosotros el Espíritu del aquel que resucitó
de la muerte a Cristo Jesús, el mismo Dios que lo resucitó dará
vida a nuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios
que vive en nosotros. Así pues hermanos, tenemos una obligación,
pero no es la de vivir según la naturaleza humana. Porque si
ustedes viven solamente de acuerdo con la naturaleza propia, han
de morir; pero si por medio del Espíritu hacen morir lo que esa
naturaleza hacem entonces vivirán" (Ro.8:11-13).
Vivir de acuerdo con la naturaleza humana, es responder a las
fuertes presiones de nuestra naturaleza deteriorada por el mal.
Estamos en el mundo. y el mal vive solicitando nuestra
obediencia. Pero como hemos recibido el Espíritu de Cristo,
podemos aquí y ahora responder a las demandas de la vida superior
que Dios ha puesto en nosotros.
La gracia del Señor hace esto
posible, y permite que la actitud del creyente sea la que
descubrimos en la vida del Señor Jesús, al responder
generosamente a las demandas de una sociedad necesitada de su
intervención, no desviándose jamás del camino que representaba
"hacer la voluntad del Padre". Así mismo hay una voluntad de Dios
para nuestras vidas, hay un camino de buenas obras que Dios ha
preparado para que andemos por él. Transitar este camino
representa vivir en este mundo una vida que lo beneficie, por
todo aquello de bueno que podremos realizar por el poder del
Espíritu de Dios que mora en nosotros.
Abraham es un ejemplo bíblico de la actitud correcta del creyente
en Cristo, del equilibrio tenido entre la ciudadanías terrenal y
celestial: "Por la fe habitó como extranjero en la tierra
prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y
Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad
que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios"
(He.11:9-10). La tierra que habitó y recorrió Abraham era la que
se le había prometido, pero él estuvo en ella como extranjero,
morando en tiendas. Una magnífica figura de lo que debiera ser
nuestra actitud en cuanto a la vida terrenal.
El patriarca no
edificó casa, lo que significó que no se arraigaba en este mundo;
y él como Isaac y Jacob vivieron en tiendas "confesando que eran
extranjeros y peregrinos en la tierra" (He.11:13). Nosotros
debiéramos a aprender a no aferrarnos a las cosas de este mundo,
a no buscar las riquezas, el poder, no someternos a la tiranía de
los bienes de consumo, pues no es legítimo dejarnos vencer por
las preocupaciones y afanes de la vida, al punto de no olvidar
las cosas que no se ven, ya que "las cosas que se ven son
temporales, mientras que las que no se ven, son eternas".
Abraham, Isaac y Jacob fueron factores de bien en el ambiente que
les tocó vivir, un ejemplo de generosidad y servicio.
Pablo dice en la carta a los Filipenses: "Hermanos sigan mi
ejemplo y fíjense también en los que viven según el ejemplo que
nosotros les hemos dado. Ya les he dicho muchas veces, y todavía
se los repito hasta con lágrimas, que hay muchos que viven como
enemigos de la cruz de Cristo.
En el fin éstos van a ser
destruidos. Su dios son sus propios apetitos, y sienten orgullo
de lo que debería darles vergüenza. Sólo piensan en las cosas de
la tierra. Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, y estamos
esperando que del cielo venga el Salvador, el Señor Jesucristo.
El va a cambiar nuestro cuerpo miserable, para que sea como su
propio cuerpo glorioso. y lo hará por ese mismo poder que él
tiene para dominar todas las cosas.
La vida del creyente que se sujeta al Espíritu de Dios, está
enriquecida porque Cristo mismo crece en estatura dentro de él.
La esperanza de ser como el Señor, se va cumpliendo ya en este
mundo. En este tiempo que dura hasta que llegue el fin, disfruta
por haber sido introducido ya en el Reino de Dios, a la ve que
ardientemente espera el establecimiento definitivo del Reino.
Pedro dice en su segunda carta " No es que el Señor se tarde en
cumplir su promesa (de que volverá), como algunos suponen, sino
que nos tiene paciencia; pues no quiere que ninguno perezca, sino
que todos se arrepientan. Pero el día del Señor vendrá cuando
menos se espera… Esperen la llegada del día de Dios, y hagan
todo lo posible por apresurarla.
En ese día los cielos serán
destruidos con fuego y los elementos ardiendo se derretirán en
llamas; pero nosotros esperamos los cielos nuevos y la tierra
nueva que Dios ha prometido, en los que todo será justo y bueno.
Por eso, queridos hermanos, mientras esperan estas cosas, hagan
todo lo posible para que Dios los encuentre en paz, sin mancha ni
culpa".
Mientras estamos en el tiempo que permanece, que nuestra
esperanza sea de disfrutar de paz con Dios y la paz de Dios; y
mantenernos limpios y sin mancha ni culpa. "Porque sabemos que
cuando Cristo aparezca, vamos a ser como él, porque le veremos
como él es. Y todo el que tiene esta esperanza en él se purifica
a sí mismo".
La esperanza que tenemos por ser miembros del Reino de Dios, ya,
mientras estamos en el tiempo, está estrechamente relacionada con
la esperanza que tenemos de la manifestación plena del Reino.
Mientras estamos en la tierra, como ciudadanos de dos mundos,
recordemos que somos peregrinos, y sepamos poner nuestra mirada
en los valores eternos," porque en donde esté nuestro tesoro,
allí estará también nuestro corazón".
Una espectacular lectura, tan simple como verdadera.
Vivir en dos mundos puede parecer una tarea dificil, muchas veces incomprensible para las personas que solo viven en «este mundo»
Pero para aquellos que quieran aprender, que deseen en su corazon esa paz interior, para quienes deseen elevarse y mirar las cosas en su real dimension, dando la importancia a lo que realmente lo tiene…solo hay un camino, y ese camino no lo tenemos que inventar, sino que ya fue hecho por quien nos amo primero.
Solo digamos tan fuerte y alto como podamos, «Jesus, yo confio en ti» y ante cada circunstancia, ante cada problema, ante cada situación que como humanos quieramos resolver, pensemos simplemente un minuto…»¿¿ como lo hubiera hecho Jesus…??
Seguro que al pensarlo, muy distinta será tu forma de actuar y definitivamente, sera de bendición para nuestras vidas.
Shalom.