Este es el título de un libro del Dr. Martín Lloyd-Jones, tomado de tres conferencias pronunciadas en una Convención del Compañerismo Internacional de Estudiantes Evangélicos, realizada en Ontario, Canadá, en 1957. Habiendo practicado la profesión de médico durante treinta años, Lloyd-Jones sintió el llamado al ministerio cristiano. Desde 1938, hasta el fin de su vida, ocupó el púlpito de la Capilla Westminster, en Londres, predicando dominicalmente a una de las congregaciones más grandes de la capital de Inglaterra.
Si algo entiendo de la situación religiosa del mundo moderno, el problema de la autoridad es uno de los más importantes, si no el de mayor trascendencia. Por ello debe ser estudiado cuidadosamente.
Es indudable que las cosas están como se encuentran en la Iglesia Cristiana en el mundo entero porque hemos perdido la autoridad. Confrontamos el hecho de que la gran masa de la gente se encuentra fuera de la Iglesia, y a mí me parece que está allí porque la Iglesia ha perdido la autoridad. Como resultado, la gente ha dejado de escuchar su mensaje, y no le presta atención alguna. Una gran búsqueda de lo que se ha perdido, caracteriza muchas de las actividades de todos los sectores de la Iglesia en nuestros días. Creo que esta situación es imputable a todos los sectores de la Iglesia, incluso el evangélico, que como trataré de probar más adelante, ha estado, con los demás, tratando de producir una autoridad espúrea y artificial.
Otra razón para que consideremos el problema de la autoridad, se debe al hecho de que existen varios movimientos contemporáneos que alcanzan bastante éxito debido, creo, a la autoridad que pretenden ejercer. Está fuera de toda duda que todo el secreto y el éxito del poder de la Iglesia Católica Romana, se debe a que ella pretende tener autoridad, y que la gente se halla dispuesta a creer que la tiene.
Porque no se trata de gente ignorante, puesto que constatamos que entre ellas aparecen intelectuales y personas "sofisticadas" que han luchado con todo el problema de la vida y del modo de proceder y dicen: "Aquí tenemos una gran Iglesia que pretende tener autoridad. Esta Iglesia tiene existencia milenaria. No entendemos todo cuanto dice, y algunas cosas nos parecen difíciles de comprender y aceptar pero, después de todo, habla con la autoridad que le confieren los siglos andados. Aquí tenemos toda esta tradición y, ¿quiénes somos nosotros para oponernos a ella?" Así es como capitula toda esa gente y se muestra dispuesta a creer todo lo que proclama la Iglesia mencionada.
En el polo opuesto, creo que el éxito del movimiento llamado Pentecostalismo se debe atribuir a la misma causa, hablando en términos generales. En ese movimiento parece existir la nota de certidumbre y de seguridad, vale decir, de autoridad. Lo mismo sucede en los tantos cultos "raros" que pululan por todas partes, cuyo éxito hay que atribuirlo a la misma pretensión de autoridad.
Por otra parte, me causa buena impresión el hecho de que todo el asunto de la naturaleza de la autoridad religiosa sea agitado vivamente en la actualidad por movimientos como la Federación Cristiana Mundial de Estudiantes y el Concilio Mundial de Iglesias.
Por doquier oímos preguntar: "Existe alguna autoridad final? ¿Existe alguna fuente objetiva de autoridad?" Otros interrogantes similares que se formulan dicen: "¿Se puede conocer la verdad? ¿Se la puede definir? ¿Puede ser planteada en determinado número de proposiciones?"
A mí me parece que detrás de todas estas preguntas aparece la sugestión de que la verdad es algo tan grande y maravilloso que no es posible definirla, y que, por consiguiente, no es posible afirmar que esto sea lo correcto y que aquello sea falso. Pero resulta que la consecuencia de semejante posición es la pérdida del sentido de toda autoridad objetiva.
Hace más o menos un año cierto escritor dijo lo siguiente: "La piedra de toque real y efectiva se encuentra entre la verdad y el fundamentalismo". Observe el lector la forma en que este autor plantea el problema. Para él, el fundamentalismo no es la verdad, porque pretende que la verdad sea reducida a un cierto número de proposiciones. Otro erudito, que pertenece también a la misma escuela de pensamiento, ha escrito un libro en el cual expone los fundamentos de la fe cristiana y todo el origen dedadas a los patriarcas, a Abraham
y a los profetas, apuntan a una meta.
Israel es liberado de la esclavitud en Egipto para habitar en la Tierra Prometida. Pero se trata de una tierra que hay que conquistar, y para lograrlo y consolidar la presencia de Israel en esa tierra, el pueblo tendrá que seguir las instrucciones
precisas contenidas en la Ley.
Desobedecer las leyes del Señor representará recibir las consecuencias de haberse alejado del camino trazado para que constituyan un pueblo especie, sube y sube. El sol brilla sobre él con toda su fuerza, pero él sigue intrépido, bañado en la refulgencia solar, y a pesar de ella. Por fin llega a un punto en que la ascensión aparece tan a pique que tiene que hacer uso de las manos y los pies, y, a medida que salva ciertos despeñaderos, se prende solamente de unos penachos de pasto.
¡Pero vale la pena! Sigue luchando y ascendiendo, aunque le sangran las manos y las rodillas, porque confía llegar a la cumbre para contemplar, extasiado, el grandioso panorama. ¡Por fin llega! ¿Qué hace entonces? ¿Tratar de reducir el espectáculo a proporciones y teoremas? ¡Imposible! El asunto es demasiado grandioso y magnífico. Lo único que hace es abrir los ojos y la boca desmesuradamente, perdido en una especie de éxtasis y asombro. No puede descender y escribir todo cuanto ve y siente para encajarlo dentro de una definición. Eso resulta imposible. Como nadie puede analizar el aroma de la rosa, nadie puede reducir esa verdad, grande y gloriosa, a un número de proposiciones y declaraciones.
En otras palabras: Se trata de algo que puede ser experimentado, sentido solamente. Es posible regocijarse en ello y con ello. Es posible cantarlo, pero no enfrascarlo en una proposición. No puede ser definido. No puede ser reducido a la forma de un credo.
Yo sugiero que como evangélicos éste es el problema más agudo y urgente que tenemos que enfrentar en la actualidad. Tiempo hubo en que nos vimos confrontados por negaciones absolutas. Esa no es la posición actual, pero, en cambio, se nos alega que la verdad es tan maravillosa que no es posible definirla. De modo que un hombre dice una cosa y otro hombre dice lo contrario se nos argumenta, y es posible que los dos tengan razón. Todos tienen razón, agregan.
Existen muchos caminos para llegar a la cumbre. Tenemos, pues, que dar la bienvenida a todos, y no tenemos que decir que una persona determinada no posee la verdad porque ha venido por nuestro camino. Semejante posición pretende que estos valores no pueden definirse debido a la naturaleza misma de la verdad y que, por lo tanto, no se puede hablar con seguridad del bien o del mal.
La otra razón que yo aduciría para que se lleve a cabo un estudio del problema de la autoridad en nuestros días, está relacionada con los avivamientos religiosos. Cualquier estudio histórico que se haga de la Iglesia Cristiana a través de los siglos, y cualquier investigación particular que se realice de las grandes épocas de avivamientos o despertamientos religiosos, demuestra, cabalmente, este hecho: Que durante esos períodos la Iglesia habló con autoridad. La característica distintiva de todos los avivamientos fue y es, la autoridad del predicador. La gente siente que está en presencia de algo nuevo, extraordinario, irresistible.
Pero la sugestión final que me propongo ofrecer es que el asunto de la autoridad es, en realidad de verdad, el tema mismo de la Biblia. La Biblia se presenta al ser humano como un libro autoritativo.
estamos siendo disciplinados en nuestra iglesia por la manera como respondemos con dejadez el compromiso de Cristo. Quiero escuchar y obedecer. tener convicciones firmes. Gracias
Es muy intersante este tema le agradezco de todo corazon los felicito sigan adelante que Dios los bendiga. hasta pronto