por JORGE TASIN
Creo que hemos sabido tantas veces de la cuestión esta de la mayordomía, y que tenemos en nuestras manos el legado de Dios a ser responsables en el cuidado de las especies, y esto de la preservación de las condiciones vitales del planeta, que doy por sentado que ya aprendimos que el asunto ecológico atañe a la tarea de la Iglesia. Eso sí, que llevemos o no a cabo con dedicación y madurez dicha tarea ya es otro tema.
Pero me permito sospechar que si por ecología entendemos meramente la protección de la flora y la fauna -sin eludir ni mucho menos su vital importancia- me parece que estamos haciendo una reducción de nuestra responsabilidad, o cuanto menos, parcializandola. Digo que si la concepción ecológica abarca tan sólo eso – o abarca más pero la entendemos así de pobremente- entonces de la sospecha paso a sostener la opinión que existen decididamente otras prioridades: las personas. Y no hablo en defensa de una teología reduccionista y fatalista que sostiene la «urgente salvación de las almas», sino del deber de la iglesia de salir al paso en una misión integral y de cara a la vida de las personas de carne y huesos.
Prefiero adherir a la postura ecológica comprendiéndola como una defensa integral de la vida. La vida en todas sus expresiones. La vida social, la vida comunitaria, la vida familiar, la vida personal. El cuidado y la promoción de la vida, de todos los que viven y de todo lo que vive, en todas sus dimensiones. Pero desde la perspectiva de la dignidad que Dios le confiere a la vida, perspectiva esta de la que dan cuenta sobradamente las Escrituras. Me resisto a tan sólo defender lo verde. Me inclino por defender todos los colores que tienen que ver con la vida. Aún sueño con una iglesia valiente y humilde ante las contradicciones y complejidades de la vida, que se ofrezca como una comunidad de fe, esperanza y servicio, también en los sitios donde la vida duele, donde la vida sufre, donde la vida muere.
El futuro del mundo peligra. No hay dudas. La avaricia y la inconcebible -por asesina- irresponsabilidad del hombre contemporáneo amenazan la supervivencia. Todos somos responsables, es cierto. Pero resulta tragicómica la incongruencia y la hipocrecía que condena a los gritos -por ejemplo- el desmonte de las selvas brasileras sin señalar quienes son los más interesados y los últimos beneficiarios no sólo del fruto de la tala sino aun de su producto económico. Ni la madera, ni el papel, ni el caucho, se quedan en Brasil. Y está claro que el dinero tampoco, mientras los verdaderos habitantes de la región continúan en la misma miseria de siempre. Nos debe preocupar la capa de ozono, nos debe doler la futura extinción de las focas, pero nos tiene que causar estupor hasta movilizarnos el enorme y diverso mapa del dolor humano.
Muchos dirán que, en última instancia, los beneficiarios de una toma de conciencia ecológica serán las propias personas, pero creo que este argumento sería, cuanto menos, un tanto elíptico y antes que las últimas, prefiero las primeras instancias. De todas maneras, no se trata de cuestionar dicha toma de conciencia, sino de considerar de una vez por todas el hecho de ampliar los horizontes de nuestra responsabilidad cristiana, y vivir nuestra fe no sólo de una manera abstracta, sino integralmente, es decir, como Jesús: entre las personas que habitan este planeta.
Dios les bendigo, alguien deve levantar su voz: Proverbios 31:8-9