por JULIO R. MAESTRE
Sentir y sufrir un terremoto es algo único y singular. Primero un ruido sordo, algo así como un bramido que sale de las entrañas de la tierra y que se va acercando rápidamente. Luego la tierra misma comienza a moverse como una bestia enloquecida…
Don Octavio se despierta sobresaltado. Noventa años de experiencia en la zona le han enseñado a detectar al instante temblores y terremotos. ¡Y ahora, nuevamente, la tierra se mueve! Primero es un ondular suave, como el de una canoa mecida por las aguas tranquilas de un lago, después el temblor empieza a cobrar intensidad. Los perros ladran desesperados, y las aves de corral aletean aterrorizadas. Con la rapidez que le permiten sus enclenques piernas, el viejo se levanta de la cama, apoya sus manos sobre una de las paredes de adobe de su cuarto, y empieza a orar: «¡Dios mío!» «¡Dios mío, no permitas que se caigan estas paredes!» Entretanto, su anciana esposa se levanta y corre hacia el patio. Don Octavio la sigue, gritando: «¡Dios nuestro, protégenos!»
Cuarenta segundos, después la casa se derrumba. Sólo las paredes sobre las cuales ha orado el viejo quedan en pie. De la antigua casona de adobe, lo único que queda incólume es precisamente la alcoba de los ancianos.
Caucete, Argentina, 23 de noviembre de 1977. Son las 6.29 de la mañana. ¡La tierra tiembla! Todavía los niños no han salido para la escuela. Muchas familias se están preparando para iniciar su día de labores. En esta zona de viñas y bodegas, la claridad veraniega empieza a inundarlo todo bien temprano. En menos de dos minutos, siete mil casas del viejo Caucete se vienen abajo.
Los cauceteros saben, y lo saben ahora mejor que nunca, que ante el menor movimiento de tierra deben abandonar sus casas. Son viejas construcciones de adobe con techos de caña y barro. Esta sapiencia, adquirida a través de muchos años y amargas experiencias, salvó la vida de casi 30.000 personas.
Sentir y sufrir un terremoto es algo único y singular. Primero viene un ruido sordo, algo así como un bramido que sale de las entrañas de la tierra y que se va acercando rápidamente. Luego la tierra misma empieza a moverse como una bestia enloquecida. Ruido de botellas, cuadros, lámparas que caen. En el caso de Caucete, el ensordecedor estrépito de siete mil casas de adobe que se derrumban. Una gran nube de polvo que durante minutos lo cubre todo como un manto denso. ¡Y gritos, muchísimos gritos!… Gritos de madres que reclaman a sus hijos, de hijos que responden a sus madres, de hombres que buscan a sus familias, de mujeres que llaman a sus maridos…
Tres días después del terremoto salimos de Mendoza rumbo a Caucete. Desde el mismo día del acontecimiento empezamos a juntar víveres y alimentos en el templo. Los hermanos de la iglesia aportan generosamente todo lo que pueden. Llevamos una camioneta llena y tres autos con los baúles repletos de alimentos.
Luego de dos horas de camino, cuando nos vamos acercando a Caucete, empezamos a notar la devastación causada por el terremoto. Al principio algunas grietas casi imperceptibles sobre el pavimento. Unos pocos kilómetros después las grietas son cada vez más anchas y profundas. En algunos lugares la tierra se ha abierto como una flor gigantesca. Los autos deben ir a paso de hombre. El terreno tiene desniveles de 40 y hasta de 60 cm. De algunas grietas ha brotado agua, como si fueran un surtidor natural y trágico. Las grietas no respetan nada: destruyen el pavimento, destrozan las viñas, echan abajo las casas de adobe o de ladrillo, retuercen las más modernas construcciones «anti-sísmicas». ¡Hasta las vigas de hierro y concreto se doblan como briznas de paja! Por donde la grieta pasa, todo es destrucción.
Al lado de la ruta vemos los ranchos que se cayeron. Cientos y cientos de familias al pie de la carretera viven a la intemperie, y entonces nos enfrentamos con el espectáculo de miseria, desolación y necesidad que nos espera en Caucete. Parece que la gente todavía no ha salido de su asombro. Nos observan con los ojos abiertos, pero con miradas vagas. Parece que vinieran de un mundo y una experiencia totalmente distintos del nuestro. Los niños no juegan. Están como ausentes… La tragedia y el miedo han marcado sus rostros indeleblemente.
¡Han sufrido un terremoto, han experimentado en carne propia la fuerza destructora de los elementos naturales desatados en toda su intensidad!
Escombros por todas partes, como una ciudad bombardeada. Paredes derrumbadas. Techos desplomados que hubiesen podido sepultar a miles de personas. Profundos huecos en las calles. Casas hundidas, semisumergidas en las grietas y mezcladas con el barro formado por el agua que surgió de la tierra. Hombres y mujeres aislados, como idiotizados. Gente que lleva varios días viviendo a la intemperie y soportando temblores de toda intensidad con intervalos de tres horas.
Llegamos al templo de la Iglesia Bautista. Viejo templo que un pastor animoso y su congregación habían reconstruido luego del terremoto del 44. Este mismo pastor al tener noticias de la tragedia viajó desde Rosario, casi veinte horas, para estar con su antigua grey en el momento de dolor. De lo que fue el templo no queda nada. El púlpito, el armonio, los bancos, todo ha quedado bajo una pila de escombros…
Alguien se acerca, mira la camioneta cargada de víveres y los tres autos en que viajamos y dice: «Debemos descargarlo todo aquí: es necesario centralizar la distribución en el templo. Que la gente venga acá a retirar los alimentos». Nos miramos unos a otros y decimos: «No vamos a centralizar nada. Venimos a poner en manos de las familias necesitadas de la iglesia todo lo que traemos, en forma directa e inmediata».
Nuestros muchachos se bajan, miran los escombros, se ponen gorros en la cabeza, se arremangan las camisas y empiezan a sacar las vigas y los postes. Es lo único que se puede recuperar de las ruinas. Llega un hombre bien vestido, con saco y corbata. Es un pastor pentecostal. Mira la pila de escombros. Se saca la corbata, se quita el saco, y se echa al hombro un viga gigantesca.
Un muchacho de Caucete se ofrece para servirnos de guía. Queremos localizar a doce familias creyentes a las cuales viene destinada en forma directa nuestra colaboración. Salimos rumbo a lo que fueron sus casas. Ahora son sólo escombros. Sin embargo, podemos entrar al cuarto de don Octavio que quedó intacto luego de su oración, a pesar del terremoto. Nos encontramos con una niña de doce años que vio horrorizada cómo caían tres paredes delante de ella. La cuarta pared sobre la cual estaba apoyada, se mantuvo en pie milagrosamente.
Hablamos con una joven esposa, embarazada de siete meses, que nos dice: «Todo se nos vino abajo. ¡Lo perdimos todo!», y, tomando entre sus manos su vientre prominente, añade: «pero Dios ha protegido y preservado aquello por lo cual yo le rogué.» Ella ha conservado su propia vida y la de su hijito que nacerá en pocos días. ¡Eso es lo importante!
Empezamos a repartir algo para cada familia. Deben racionarlo al máximo. No saben cuándo podrán obtener víveres de nuevo. En muchos hogares los primeros en llegar con alimentos fuimos nosotros, luego de tres días de sucedido el siniestro. Entonces nos acordamos de aquél que quería `centralizar’ la distribución en el templo… Tenemos un pequeño culto en cada casa, oramos con ellos. Entonamos una canción que habla del poder y la protección de Dios, y nos damos cuenta de cómo agradecen las palabras, las manos tendidas, las oraciones y el estímulo y fortaleza emanadas de la lectura bíblica.
Llegamos a otra casa. Sacamos una caja para llevar a la familia. El baúl del auto queda abierto. Los vecinos se acercan. Una mujer pide leche en polvo para los chicos. Otra necesita harina para hacer pan. Una más pregunta si le podemos dar algo de verdura fresca. Empezamos a repartir y repartir. Al final, el baúl del auto queda vacío. La obligación prioritaria es para con «la familia de la fe» pero la consigna bíblica es «hacer bien a todos».
Cuando terminamos de repartir, regresamos a lo que fue el templo. Los muchachos han hecho un buen trabajo. El pastor pentecostal está completamente lleno de polvo. Todas las vigas y los postes recuperables están apilados a un lado. Del resto no se puede esperar recuperar nada. Lo único que resta es que entre ahora una máquina topadora y remueva los escombros para limpiar el terreno.
Almorzamos muy frugalmente. Luego de un abrazo emprendemos el retorno. Llevamos grabadas en la memoria las imágenes de la tragedia.
Mientras viajamos de regreso a Mendoza recordamos el incidente de aquel dueño de una gigantesca cadena de supermercados que fuimos a visitar solicitando una donación. «Pero la televisión ha dicho que la situación está controlada. Están repartiendo alimentos» nos dijo. Como insistimos, nos mira de nuevo y añade: «Voy a pensarlo. Vuelvan a la tarde». Cuando regresamos, nos entregan bolsas de fideos rotos y unas cuantas latas de conserva sin etiquetas. ¡Todo aquello que no podía vender! No alcanzó ni para llenar medio baúl del auto…
Sin embargo, al informar a la congregación lo que habíamos visto y hecho en Caucete, y proponer un plan de colaboración más amplio y continuado, todos asienten con la cabeza, y se proponen seguir trayendo lo que puedan durante la semana. Porque volveremos cuantas veces sea necesario. Es que estamos aprendiendo a amar «no de palabra ni de lengua, sino de hecho, y en verdad».
lo mas importante de todas las cosas es amar como cristo amo ,ese es el verdadero amor,nosotros como creyente tiene que sobreabundar el amor hacia el projimo,a veces decimos es poco lo que hacemos,y queremos hacer muchas cosas mas,pero en lo poco que seamos fiel EL nos pondra en alto,la palabras nos enseña amarnos los unos con los otros,la fe y la obra deben ir tomado de la mano.ES hermosa la reeflexion que me mandaron ,DIOS les bendiga
Es hermoso dar al projimo el amor sin fingimiento y hipocrecia porque un verdadero hijo de DIOS,ama como CRISTO NOS AMO.
Gracias por esta hermosa reeflexion,DIOS les siga iluminando y guiando
Que lecciòn tan enriquecedora, pedimos a Dios que nos dè un corazòn de amor y pensar en esas personas y sus rostros para ayudar y dar., y lo importante de orar por las cosas que queremos para que Dios nos proteja, Dios los bendiga