por MIGUEL A. ZANDRINO
Hay una perspectiva de vida a un nuevo nivel, cuando la Nueva Raza constituida por la multitud de los redimidos, alcance la meta en la Tierra Nueva que Dios ha prometido, en donde todo será justo y bueno. ¡Homo sapiens habrá quedado atrás!
HEMOS REALIZADO un planteo objetivo de los hechos tal como nos lo ofrecen la Antropología, la Paleontología, la Geología, la Geocronología y otras ciencias auxiliares de la Antropología física. No pretendemos aquí realizar una evaluación técnica de las conclusiones científicas. Ya hemos afirmado que en el estado actual de las investigaciones, el problema del origen del hombre está lleno de interrogantes. Y no podría ser de otra manera: la interpretación exacta de muchos de los fenómenos observados no se ha logrado aún. Nuevos descubrimientos pueden cambiar fundamentalmente los conceptos adquiridos por los antropólogos.
Pero éste es el común denominador de la ciencia en todas sus disciplinas: los esquemas de hoy son mejores que los de ayer, y los de mañana serán relativamente más correctos que los de hoy. La investigación científica progresa firmemente en la medida en que los hombres de ciencia no pretendan absolutizar las conclusiones a que arriban. El investigador con espíritu de integridad científica, no se aferra a lo que ha obtenido, sino que está dispuesto a utilizar todas las nuevas informaciones que surjan, para ajustar sus conclusiones.
La hipótesis de la evolución es la que hoy interpreta mejor la historia de la vida sobre la tierra. En realidad, los naturalistas se ven obligados a utilizar el criterio evolutivo al realizar sus estudios. Y es importante que todos los cristianos entendamos que no hay nada en la evolución como interpretación del desarrollo de la vida, que en alguna manera afecte a nuestra fe, o discrepe con el relato bíblico. Las clasificaciones de animales y vegetales, que en el tiempo de Linneo se realizaban con un criterio totalmente arbitrario, hoy se ajustan a pautas evolucionistas, e inevitablemente los esquemas taxonómicos adoptan la forma arborescente: un tronco común, del cual surgen, como ramas, las familias, los géneros y las especies.
En relación al origen del hombre, es cierto que la Biblia no menciona que Dios haya creado estos pre-sapiens que los paleontólogos y arqueólogos han estudiado con sus respectivas culturas paleolíticas. Pero es importante comprender que tanto los fósiles de los pre-sapiens como la industria lítica abundantísima, que se han analizado críticamente con un ajustado y severo análisis científico y técnico, son documentos incuestionables que están allí. No se han inventado las piezas fósiles de los arqueoántropos o del hombre de Neandertal. Tampoco se trata de ejemplares raros y escasos. Hay centenares de documentos de hombres pre-sapiens, relacionados con un abundantísimo y variado utillaje que representa las culturas de los períodos Paleolítico Inferior y Medio.
Si Génesis no menciona estos detalles, esto es simplemente porque allí se nos ofrece un relato muy sucinto, un resumen general, que describe los grandes actos creadores de Dios. En cuanto a la vida, Génesis 1 dice que Dios primero ordenó que surgieran las plantas, luego los animales acuáticos y aéreos, después los animales terrestres, y por último el hombre.
La Paleontología ofrece el mismo esquema general. En el pre-cámbrico, los vegetales en su forma primordial unicelular llenaron los mares. Luego las algas ganaron la tierra, y por fin los árboles poblaron el mundo: la tierra firme se llenó de helechos arborescentes y gigantescas «colas de caballo». Luego las aguas se poblaron de vida animal: trilobites, ammonites y después peces y batracios. Estos últimos ganaron la tierra, y en el Secundario los reptiles llenaron los continentes semi sumergidos. La flora también se diversificó, y aparecieron los pinos y araucarias.
Nuevas formas de reptiles dominaron el Secundario, cuando aparecieron las plantas con flores. La corteza terrestre sufrió profundas modificaciones al levantarse las cordilleras, en un lento proceso que duró millones de años. Los reptiles fueron los dueños del mundo durante el Secundario, una era que se prolongó por 120 millones de años. Después comenzó el Terciario con un cambio fundamental del clima y, al tiempo que los enormes reptiles desaparecieron, los mamíferos y las aves se adueñaron del mundo.
Pero como Génesis no es un tratado de Ciencias Naturales, no nos cuenta detalles. No habla de criptógamas y fanerógamas. No menciona reptiles o mamíferos. Como tampoco nos dice que durante el pleistoceno apareció el Arqueoántropos primero y el Homo neandertalense después. Pero sí se detiene en la creación del hombre tal como es hoy, puesto que éste es el objetivo final de la creación de Dios.
Toda la historia de la vida tal como la cuentan los fósiles descubiertos en los estratos que fueron estructurando la corteza terrestre, es indudablemente asunto de gran interés para la investigación científica. Lo mismo la existencia del Arqueoántropos con su cultura del Paleolítico Inferior, el hombre de Neandertal con la cultura Musteriense, y por fin el Homo sapiens con nuevas manifestaciones culturales y espirituales que lo califican como un ser definitivamente superior a los anteriores y diferente de ellos. Pero nada de todo este conocimiento tiene que ver con la salvación del hombre. El tema de las Sagradas Escrituras es la historia del hombre como un ser particular, creado a imagen y semejanza de Dios.
EL MENSAJE DEL ANTIGUO TESTAMENTO
Si bien la Biblia pasa por alto todos los detalles descubiertos por la investigación, se detiene a contarnos la historia de Adán. Es que se trata de una información que el hombre jamás podría llegar a descubrir por sus propios recursos. Esta categoría de conocimientos depende de la Revelación. Y la historia de Adán es un acontecimiento fundamental en la historia de la Revelación.
Adán es el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, a quien el Creador le entregó el mundo con el mandato expreso de poblarlo, gobernarlo y tener dominio sobre todos los seres creados.
¡Imagen y semejanza de Dios! Cuánta riqueza, cuánta dignidad hay en esta declaración. Habla de pensamiento reflexivo, de discernimiento moral, de espíritu creador, del don de la palabra, de libertad, de la capacidad de ser el señor del mundo, del manejo de las fuerzas físicas, del dominio de los animales ¡y cuántas virtudes más!
Adán fue colocado en un mundo magnífico en el que podría ejercer plenamente sus cualidades de participar de la imagen y semejanza de Dios. Y porque tenía esas cualidades sobresalientes, no quedó inexorablemente sujeto a obedecer al Creador. Como Dios, tenía libertad. Y la Biblia nos cuenta que utilizó esa libertad -un atributo de su naturaleza superior- para optar contra Dios, adoptando una actitud de desobediencia y rebeldía, de tal manera que la muerte y la ruina entraron en el mundo.
A pesar de las cualidades excelentes con que fue creado, el camino de la maldad y de la rebeldía que el hombre eligió lo hizo irremisiblemente contingente. No pudo superar la limitación en que quedó sumergido. Su naturaleza espiritual deteriorada no le permitió mantener esa comunicación permanente y perfecta con Dios que disfrutaba cuando fue creado. Dios quedó fuera de su alcance, se tornó inaccesible. El hombre eligió un camino equivocado que lo introdujo en un mundo de dolor, sufrimiento, ruina moral y muerte.
No obstante, la Biblia enseña que el hombre sigue siendo un ser trascendente, que por la Revelación puede volver a descubrir a Dios, porque éste viene a su encuentro y se le manifiesta. Y lo que es más importante, el hombre puede comprender que Dios no ha terminado con él, sino que sigue teniendo un propósito excelente y sublime, un destino superior para él.
Las investigaciones antropológicas permitirán a los sabios descubrir fósiles y culturas antiquísimas. El hombre puede, cautelosamente, intentar reconstruir la historia de la vida. Pero la misma esencia del hombre, el misterio de su existencia, su condición irremediablemente perdida y miserable, así como la nueva vida que Dios le ofrece, solamente las podrá descubrir leyendo las Sagradas Escrituras.
Dice la Biblia que Dios «todo lo hizo hermoso en su tiempo; y puso Dios eternidad en el corazón del hombre, sin que alcance el hombre a entender la obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin» (Eclesiastés 3.11).
Y este sentimiento de eternidad que el hombre sigue teniendo dentro de sí -y del que somos conscientes cuando el tiempo nos abisma y la inmensidad del Universo nos da vértigo, cuando el misterio de la vida y de la muerte nos enmudece- solamente se sacia cuando entramos en contacto con la infinitud de Dios, manifestada de una manera paradójica en la persona de su Hijo, que al venir al mundo como Jesús de Nazaret, permanece Dios al mismo tiempo que es perfectamente un hombre. Por la obediencia, la justicia, la vida, las enseñanzas, la muerte y la resurrección de Jesus-hombre, la vida de Dios volvió a entrar en el hombre.
Pero esto pertenece a la historia de la Revelación. La Biblia es el registro de la Revelación, y nos cuenta cómo la rebeldía del hombre lo destituyó de la gloria de Dios con que fuera creado. Se interrumpió así el contacto fluído y natural con su Creador. El camino de la maldad que el hombre optó por seguir inhabilitó su naturaleza para acercarse a Dios y conocerlo.
Dice Génesis 6.5 que «la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente al mal». La humanidad se hundió en las profundidades de la perdición y la perversión total. Desde entonces, el mal dominaba su mente.
Y esta condición de hombre caído, perdido, sumido en la oscuridad más negra y en un vertiginoso proceso de desintegración, produce dolor en el corazón de Dios, según Génesis 6.6.
Y aquí hallamos otra conmovedora enseñanza: Dios no quedó al margen del drama del pecado, no dejó al hombre solo en la emergencia. Todo el sufrimiento y el dolor de la humanidad hirieron en el corazón del mismo Creador.
El diluvio vino a ser un juicio providencial para librar a la humanidad de su autodestrucción. El pecado degradó tanto al hombre que la destrucción del género humano era inevitable. Entonces vino el diluvio, y comenzó una larga historia a través de la cual Dios se acercó a la criatura bestializada.
Noé, Abraham,Jacob, Moisés, los jueces, David y los profetas. Poco a poco, paso a paso, a través de la vida de los hombres y por la historia del pueblo hebreo, Dios nuevamente se hace conocer. La Biblia comienza a escribirse, y sus relatos van registrando este proceso largo por el cual Dios se propone rehabilitar al hombre, para que éste pueda volver a oírle, verle y conocerle.
Se manifiesta a aquellos a quienes eligió para cumplir sus propósitos. Habla con Abraham como si fuera un hombre, y el patriarca tiene una sensibilidad especial que le permite percibir la voz de Dios. Vienen luego las teofanías: Dios se aparece reiteradamente a patriarcas y profetas en la figura de un hombre en quien ellos lo reconocen.
Todo el relato del Antiguo Testamento está entretejido con la Revelación. Cada vez hay más luz, más información, más conocimiento. Todo ocurre para que el hombre sea conducido más cerca de Dios. El Nuevo Catecismo Holandés dice esto de una manera hermosa: «Reconocemos la epifanía (aparición) de Dios, a través de la diafanía (transparencia) en la historia y voz de Israel».
En medio de un paganismo universal que proclama la desorientación del hombre, de la idolatría más variada, y de cultos inmorales y corrompidos, surge la religión pura del pueblo hebreo. Un concepto nuevo de Dios aparece en los escritos sagrados.
Así Dios se revela en la historia: en la esclavitud en Egipto, en la liberación, en la peregrinación por el desierto, en la conquista de la Tierra Prometida, en el difícil período de los jueces, en el establecimiento del reino, en su división posterior, en la destrucción del reino del norte, en la cautividad de Judá y en su retorno. Mientras esto ocurre, los profetas hablan «Palabra de Dios» y predican que Jehová es Santo y que el hombre fue hecho para el bien. El camino del pecado y la desobediencia conduce al juicio. Dios ofrece al hombre -que sigue siendo libre- la oportunidad de retornar a él. Y aunque la nación lo rechaza, siempre hay un residuo fiel. Dios es la Verdad. El politeísmo de los pueblos es falso. El camino del bien es el verdadero. Lo bueno hace bien al hombre, lo malo lo destruye.
Estas verdades se exponen en la ley. Y la historia se encarga de demostrar prácticamente la validez de las afirmaciones repetidas por los profetas. Los principios morales establecidos son siempre buenos para el pueblo. Dios quiere que los suyos se beneficien con la obediencia, que aprendan por experiencia propia que siempre daña hacer lo malo, y sepan que retornar a Dios en cambio resulta en bien. Las lecciones se repiten una vez tras otra en la experiencia de Israel.
El Antiguo Testamento cumple el magisterio de enseñar al hombre perdido y embrutecido por el pecado, que éste es malo y antinatural. Que el hombre fue creado para el bien. Que el mundo a nuestro alrededor respalda el bien. Que Dios busca al hombre, viene a su encuentro y se le revela para que éste pueda volver a conocerle.
La experiencia y el Libro van lentamente creando una nueva conciencia en Israel. El mundo antiguo se llena de comunidades judías y las principales ciudades de oriente, de Grecia, y luego del Imperio Romano tendrán sus barrios judíos. Estos llevarán por todo el mundo su fe en el Dios único e irrepresentable. La destrucción del reino del norte es una terrible lección.
La cautividad de Judá, otra. Cuando Ciro da el decreto permitiendo el regreso a Jerusalén, algunos cautivos vuelven, pero no todos. Muchos se quedan en Babilonia, y otros se establecen en las grandes ciudades de la época. Llevan la Biblia traducida al idioma universal de entonces: el griego. Y así el pensamiento y la enseñanza del Antiguo Testamento van penetrando lentamente en el mundo antiguo.
EL MENSAJE DEL NUEVO TESTAMENTO
Llegamos a la época del Nuevo Testamento. Ya no se trata de que Dios adopte la forma de un hombre: se trata de que Dios se hace hombre. La historia de la humillación de Dios comienza con la historia de la Biblia. Desde el principio el Omnipotente Creador se hace siervo de la criatura. La idea es desconcertante. La humillación llega a su climax en la encarnación. Toda la Revelación es la historia de la humillación de Dios y de la manifestación de su amor y sufrimiento a la par del hombre.
La historia que comienza en Belén nos llena de asombro. El Hijo Eterno de e la profecía y no escucha tampoco a los profetas contemporáneos. Deja de ser el pueblo singular que profesa religión pura, totalmente de las religiones de los demás pueblos y comienza a rendir culto a la naturaleza. Los profetas predicen la destrucción de Israel.
Sin ser tan extrema la rebeldía de Judá, también cae en la idolatría del culto a Baal y Astarté, dioses de las fuerzas naturales y de la fecundidad. Y los profetas predicen la destrucción de Judá y su posterior restauración del pueblo. Por cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados» (Hebreos 2.6-18).
La Revelación adquiere ahora una nueva dimensión: antes el hombre había logrado percibir imágenes de Dios; ahora ha llegado la oportunidad en que Dios mismo se hace presente entre los hombres, y éstos pueden ver a Dios en Jesucristo.
Es la culminación del proceso de la Revelación: en Jesús de Nazaret Dios se hace visible a la humanidad. Y audible, porque es la Palabra Eterna de Dios hecha hombre.
Desde el comienzo de la Biblia descubrimos a Jesucristo. Está en la primera página, en el “dijo Dios” del capítulo 1, donde la Palabra -el Verbo que es acción- sale de Dios y hace la obra que él quiere. Está en la figura del cordero de cuyas pieles se visten nuestros primeros padres. Lo hallamos en la promesa de la simiente de la mujer que vencerá a la serpiente mentirosa. Está en todo el Antiguo Testamento, en tipos, figuras y profecías. Jehová Dios, que se presenta adoptando la figura de un hombre, es un anticipo de Cristo. Así es como el Antiguo Testamento lo presiente y prepara el camino para su advenimiento.
En realidad la venida de Jesucristo significaba que el fin de los tiempos profetizados en el Antiguo Testamento había llegado. La predicación de Juan el Bautista se refería a la inminencia del advenimiento del reino. Y Jesús comenzó su ministerio en Galilea predicando: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio» (Marcos 1.15). Luego dirá que el reino de los cielos ya está en medio de los hombres. Y para que las gentes no se confundan, afirmará que su reino no es de este mundo.
En Jesús, Dios irrumpe en la historia. La eternidad se introduce en el tiempo. El reino de Dios se establece por el testimonio, la vida y la obra de Jesucristo. Y desde entonces dura el «inter-tiempo» hasta el final de la historia. Los redimidos por la fe en Cristo llegan a ser los hombres nuevos del reino de los cielos; permanecen ciudadanos del mundo, pero al tiempo participan de la ciudadanía celestial. Pertenecen al tiempo y a la eternidad. Por ser ciudadanos de dos mundos deberán entonces ejercitar la doble ciudadanía con responsabilidad y espíritu crítico, de acuerdo con el mandamiento de Jesús: «Dad al César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios».
Los evangelios cuentan la historia de Dios-hecho-hombre. Dios entra en la historia de la humanidad en la persona de Jesús de Nazaret. Se nos cuentan su enseñanza, compasión y amor por todos los hombres. Su vida intachable: nunca cometió un acto malo, siempre hizo lo bueno. Pero los hombres lo odiaron poque amaban lo malo. Lo temieron porque era como una luz que ponía en evidencia su maldad. No comprendieron que era una luz buena. Tuvieron miedo de su justicia, de su verdad. La humanidad se confabuló para expulsar a Dios de la historia: “¡Fuera, crucifícale! ¡No queremos que éste reine sobre nosotros!”
Soldados romanos levantaron una cruz y clavaron a Jesús. Y Dios, que había descendido al nivel del hombre penetrando en el espacio y en el tiempo, es rechazado y echado fuera del tiempo y el espacio.
Pero los hombres fueron incapaces de comprender lo que estaba ocurriendo realmente en la cruz. Ni siquiera los discípulos de Jesús lo entendieron: la muerte del Maestro los dejó desconcertados y perplejos. Para ellos la muerte era obviamente la consecuencia del pecado, ¡pero Jesús fue bueno! Nadie, ni aun sus enemigos, pudieron echarle en cara una sola falta. ¿Cómo podía morir entonces? Su muerte era una incongruencia, una contradicción.
¿Cómo era posible que triunfara la mentira, la prepotencia, la injusticia, la maldad? Para los discípulos que conocieron que Jesús era Dios, aquella muerte era un absurdo. Murió entre la burla de la muchedumbre, en medio de dos criminales, como un criminal más.
Y esta injusticia hizo temblar los cimientos del Universo, pues es perfectamente perceptible la coherencia del cosmos. Las leyes que interpretan los fenómenos biológicos o físicos son inexorables: se recoge lo que se siembra; a una determinada acción corresponde siempre una reacción equivalente.
El hecho es que cuando Jesús murió «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados… Al que no conoció pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2 Corintios 5.19-21). La muerte de Cristo no fue incongruente ni incoherente. Debía morir pues había sido hecho pecado por nosotros, y allí Dios cargó sobre él el pecado de todos nosotros.
El sufrimiento del pecado del hombre el sufrimiento que Dios había compartido desde el comienzo de la historia de la humanidad lo padeció de una manera particular en este momento de la historia, cuando sufrió para redimir del sufrir y murió para redimir del morir. Su muerte y sus sufrimientos fueron vicarios: él quiso morir y sufrir injustamente, para que nosotros fuéramos relevados de sufrir y morir, por nuestros pecados, el sufrimiento y la muerte que justamente nos correspondían.
Jesús resucitó, y su resurrección proclamó la victoria de la cruz. Recién entonces los suyos comenzaron a entrever el milagro que se operó aquel día, el más oscuro de la historia al tiempo que el más luminoso.
El hombre, como ser libre creado por Dios, se encuentra nuevamente ante la posibilidad de ejercer su libertad, ahora en relación a la cruz de Cristo. Ya no se trata de lo que por herencia recibiéramos de nuestros padres. Ya no es asunto de que la humanidad entera optara por rechazar a Dios. Ahora surge para cada individuo una nueva responsabilidad frente al trabajo de Dios para redimirlo -un trabajo doloroso, una asombrosa entrega del Creador a la criatura, una incomprensible humillación del Soberano Dios que se hace esclavo del hombre.
Todo es demasiado grande para entenderlo o pretender explicarlo-. Y en última instancia es Dios, rogando, clamando, llamando al hombre a venir a él. Dios ha recorrido el camino infinitamente largo al descender al mundo y entregarse en las manos de los hombres que con odio lo expulsaron de la historia. O mejor, creyeron hacerlo, porque de ahí en adelante Dios habrá de penetrar más profundamente en la historia del hombre, ya que (como consecuencia de la obra de Jesucristo) el Espíritu de Dios vino a morar en este mundo.
Aunque el mundo vive entenebrecido por el pecado, la luz de la Revelación brilla en Jesucristo. Y el ser humano tiene ahora la oportunidad de optar por Dios, recibiendo a Jesucristo. La opción de Adán es hoy la opción de todo ser humano.
«Porque el mismo Dios que mandó que la luz brillara en las tinieblas, es el que ha hecho brillar su luz en nuestro corazón, para que con esa luz podamos conocer la gloria de Dios que brilla en la faz de Jesucristo» (2 Corintios 4-6).
Por la transgresión de uno, reinó la muerte. Por la justicia de uno, nos alcanza la vida. «Por la desobediencia de uno los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Romanos 5.19).
Todo el mal que hacemos siempre daña a la sociedad que nos rodea. Pero no solamente el pecado tiene consecuencias corporativas. También las tienen la bondad y la obediencia. Por la maldad, la desobediencia y mentira de Adán, toda la humanidad se ha perjudicado. Así también, por la obediencia, bondad y justicia de Jesucristo, corporativamente, todos los que aceptan libremente la invitación que Dios ofrece son beneficiados.
En Hechos de los Apóstoles encontramos que el Espíritu Santo viene al mundo para traer a Cristo a la interioridad del hombre. El vence en el hombre las resistencias de una naturaleza deteriorada por el pecado y contraria a Dios, y aplica a quien responde afirmativamente a Dios, las consecuencias corporativas y vicarias de la justicia realizada por Cristo en la cruz. Así crea en el hombre una nueva naturaleza, introduciendo en él la vida de Dios, y dándole la mente de Cristo.
En las epístolas hallamos que el Espíritu Santo toma de las cosas de Cristo, sus enseñanzas y su obra, e inspirando a los autores sagrados, desarrolla la doctrina del Evangelio. Por fin, en el Apocalipsis entrevemos algo de la gloria eterna del eterno Hijo de Dios. Cristo lo llena todo y en él se cumplen los planes de Dios para con el hombre y el Universo.
EL NUEVO HOMBRE
Jesucristo es el tema de toda la Biblia. Es la culminación de la historia de la Revelación, la causa y el objeto de toda la creación, hacia quien se dirigen todas las cosas.
Cristo ha unido su destino al del hombre, al nacer hombre e identificarse con el hombre hasta la muerte misma.
La obra de Jesucristo representa un nuevo acto de Creación. Durante su vida, él fue como el hombre perfecto -imagen de Dios- creado en el principio. Fue como debió haber sido todo hombre: una representación del mismo Padre (con quien mantenía constante comunicación); con un dominio absoluto sobre la naturaleza; realizando con toda naturalidad la voluntad de Dios en todos los actos de la vida; sabiendo que la vida perfecta que Dios le había dado tenía que manifestarse en la justicia, la verdad, el amor y el bien, rechazando con firmeza el mal y la mentira.
Porque fue así, pudo hablar a los hombres el lenguaje de Dios y decir: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Juan 14.9). Como Adán, también fue tentado por el diablo, pero venció la tentación y «padeció siendo tentado». Su tentación fue la de seguir el camino corto, eludiendo la cruz -el camino fácil de ser un rey popular-, capaz de alimentar a 5000 personas en el desierto con recursos mínimos.
«Sufrió» al ser tentado, porque morir era para él una experiencia terrible: la muerte es la consecuencia del pecado. La Vida es de Dios. Jesús mismo era la Vida. Y en la cruz, Dios lo haría pecado, al llevar él sobre sí el pecado de todos nosotros. La noche que fue entregado dijo: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte» Mateo 26.38) No entenderemos jamás hasta dónde la expectativa de la muerte conmovió el alma pura y santa de Jesús.
La cruz es un mojón clavado en el centro de la historia, un mojón que nos entrega el relato de la Nueva Creación. Porque a la muerte de Cristo sigue su resurrección, con un cuerpo nuevo, incorruptible, glorioso. Cristo es el primero de una “nueva raza humana”.
En realidad la obra de Jesucristo produce un resultado infinitamente más sublime que el de la Creación del Génesis, cuando Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Por el doloroso proceso de la cruz, el hombre no es meramente creación, sino que es “engendrado” como hijo de Dios e integrando a su familia: «a todos los que le recibieron -a Jesús-, a los que creen en su nombre, les dio la virtud de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Juan 1.12-13).
«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 15.17). «Cristo vino y anunció las buenas noticias de paz a todos… Por medio de Cristo todos… son miembros de la familia de Dios» (Efesios 2.17-19)
El hombre nuevo el que ha recibido a Jesucristo, optando así por Dios y en contra del diablo habiendo sido engendrado como hijo de Dios participa de su vida y obtiene una nueva naturaleza otorgada por el Espíritu Santo, que le permite vivir aquí y ahora una nueva vida. La vida eterna no es una promesa para ultratumba, sino una vida que se recibe y se disfruta desde el momento en que el hombre se entrega a Dios, por la fe en Jesucristo.
Pero este es sólo el comienzo: «Nosotros somos ciudadanos del cielo, y estamos esperando que del cielo venga el Salvador, el Señor Jesucristo. El va a cambiar nuestro cuerpo miserable, para que sea como su cuerpo glorioso. Y lo hará por ese mismo poder que él tiene para dominar todas las cosas» (Filipenses 3.20).
«Cristo resucitó de la muerte; él es el primer fruto de la cosecha de los muertos que tienen que resucitar. Pues así como por un hombre entró la muerte en el mundo, también por un hombre empezó la resurrección de los muertos. Así como todos mueren en Adán, así también todos tendrán vida por ser de Cristo. Pero cada uno en su orden que le toca: Cristo, como el primer fruto de la cosecha; después, cuando Cristo venga, los que son de él.
Entonces vendrá el fin, cuando Cristo destruya todos los señoríos, y autoridades y poderes que están en el cielo, y entregue el reino al Padre. Porque Cristo tiene que reinar, hasta que Dios haya puesto todos los enemigos bajo sus pies; y el último enemigo que será destruido es la muerte» (1 Corintios 15.20-26).
«Nosotros esperamos los cielos nuevos y la tierra nueva que Dios ha prometido, en los cuales todo será justo y bueno» (2 Pedro 3.13). Estrellas diferentes, nuevas constelaciones, otro universo. Y la nueva tierra en la cual la humanidad nueva, provista del cuerpo de resurrección (nuevo, incorruptible), habrá logrado el destino superior previsto por Dios cuando se inició el proceso que registra Génesis 1.1: «En el principio, Dios creó los cielos y la tierra».
Creemos que por los descubrimientos de la Antropología y de las ciencias auxiliares la humanidad se enriquece con importantísimos conocimientos. Pero solamente el relato de la Biblia permitirá al hombre descubrir al Creador, y le señalará el camino que le conduce al destino sublime que el Señor preparó para el ser humano. En alguna medida los creyentes en Cristo ya disfrutamos ahora de la vida de Dios. Pero hemos visto que hay una perspectiva de vida a un nuevo nivel, cuando la Nueva Raza constituida por la multitud de los redimidos, alcance la meta en la Tierra Nueva que Dios ha prometido, donde todo será justo y bueno.
Homo sapiens habrá quedado atrás! Viviremos en la Nueva Tierra la realidad permanente para la que fuimos creados.
Este trabajo es transcripción del último capítulo del libro (del autor del artículo), «El origen del hombre, un enfoque Bíblico y científico» Ediciones Certeza, Buenos Aires 1977
los ojos de Jehova celan por la ciencia;más El trastorna las cosas de los prevaricadores
los ojos de Jehova velan por la ciencia; mas él transtorna las cosas de los prevaricadores. Proverbios 22:12
ES QUE ME HABÍA EQUIVOCADO