por ELSIE R. DE POWELL
DESTACADO = Hombre nuevo, hombre sin velos, que refleja cada día más el carácter de Cristo, que a pesar de ser de barro lleva siempre adentro toda la riqueza de Dios, y que, aunque se siente como desterrado y peregrino caminando con su tienda de campaña, se sabe íntimamente embajador de Dios
EL PINO de mi jardín no parece cambiar. Ya es tan alto que no alcanzo a ver la copa, y parece siempre el mismo, año tras año. Pero a juzgar por el colchón de agujas que cada otoño se amontonan alrededor de su tronco, es evidente que está cambiando constantemente. Gran parte de su estructura va cayendo silenciosamente y se renueva.
Como todas las metáforas, ésta nunca será capaz de decir todo el misterio de la renovación de nuestro ser, tal como lo promete Dios en su Palabra. Ayuda tan sólo a recordar que en cierta manera eso está ocurriendo silenciosamente, a lo largo del tiempo, aunque a veces no nos demos cuenta.
El misterio de la relación entre lo que se renueva, o lo que cambia, y lo que permanece, ocupó la mente del hombre desde la antigüedad: algunos, como Platón, lo resolvieron imaginando dos mundos: uno eterno, donde las cosas no cambiaban y podían servir de ideas-modelos, y otro en el que sí cambiaban pero conservando su vínculo con aquél.
Y no estaba del todo equivocado. Luego otro filósofo, queriendo descubrir cómo era el principio ordenador de ese mundo inmutable, y sobre todo de qué manera cambiaría el hombre hasta poder ingresar en el mundo eterno, lo imaginó como un puro intelecto, una suerte de mente sin cuerpo…
La Palabra de Dios nos habla de otra forma: Qué alegría es pensar en que Dios nos está preparando no sólo una tierra nueva, sino cuerpos nuevos para poder gozarla… Que no perderemos nuestro vínculo con las montañas, con los árboles, con la naturaleza.
Toda ella será recreada más hermosa aún de lo que la conocemos. ¡Gracias a Dios por esa continuidad dentro del cambio! Por todo lo que será re-creado, re-novado, re-dimido. Por lo que será nuevo y sin embargo familiar, reconocible. Sobre todo, porque no pasaremos a ser criaturas de otra especie, mutantes extraños, despojados de todo aquello que Dios ideó cuando creó seres humanos.
La Biblia está llena de enseñanzas sobre nuestro ser nuevo, transformado, y Pablo sobre todo, se ocupa mucho del tema. Pero hay un pasaje donde deja entrever lo difícil que es describir este proceso. Es como si se diera cuenta de la dificultad de plantear a nuestra mente la idea de llegar a ser «otros» y advirtiera la íntima paradoja que entraña todo cambio: el de la identidad.
Queremos el cambio, pero también lo tememos. Quisiéramos que algo garantice que nuestro «yo» no se pierda en el proceso… «Gemimos intranquilos», dice, «porque no quisiéramos quitarnos lo que tenemos puesto, sino vestirnos encima, de modo que lo mortal sea absorbido por la vida…» (2 Corintios 5.4). La complejidad del tema del «hombre nuevo» hace que Pablo eche mano, en este mismo pasaje, a diferentes metáforas.
«Cuando la persona se vuelve al Señor» comienza diciendo, «se le quita el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Co 3.15) (1). La persona nueva nace de una nueva relación con el Señor: más íntima y, como dice expresamente, libre.
Aunque la metáfora del velo se refiere al templo, también nos recuerda al velo nupcial: la mujer en ciertas tradiciones no tiene libertad de quitarse el velo frente a un hombre sino en el día de su boda. Allí, en la intimidad, deja ver su rostro por primera vez: ¡cuánta vulnerabilidad entrañaría ese instante, cuánta incertidumbre! ¿Sería aceptada, agradaría? La mirada del esposo bien podría ser de encanto, o de indiferencia. Su autoestima, su identidad misma, podría pender de ese momento.
Algo de eso hay en nuestro acercamiento inicial a Dios. Tememos ese encuentro. Dejar que Dios vea nuestro rostro sin máscaras es exponernos no sólo a que él nos conozca, sino a conocernos a nosotros mismos. Sólo su mirada nos revela realmente quiénes somos. Y eso nos asusta. Pero el Dios ante quien nos quitamos el velo nos conoce desde siempre, y ya nos ama. Su aceptación es incondicional. Es su amor el que nos libera.
La segunda metáfora que agrega Pablo es más hermosa aún: «Por eso, todos nosotros, ya sin el velo que nos cubría la cara, somos como un espejo que refleja la gloria del Señor, y vamos transformándonos en su imagen misma…» (2 Co 3.18). La nueva relación fundada en un amor sin velos, es dinámica. Nos va transformando.
Como en toda relación de amor, el que ama procura acercarse, identificarse con el otro. Se dice que entre las personas donde el amor reinó por muchos años, comienza a haber un parecido espiritual. Con Cristo pasa lo mismo: queremos ser como él. Pero como dice Pablo, la transformación no obedece a nuestra voluntad. Es «por acción del Señor» que nos vamos transformando a su semejanza. El es el principio de todo lo nuevo, el primero en resucitar, la garantía de que todo lo que ha de ser transformado, lo será por su poder.
Pablo agrega todavía otro matiz. Primero el velo, luego el espejo, ahora la luz: «Porque el mismo Dios que mandó que la luz brotara de la oscuridad, es el que ha hecho brotar su luz en nuestro corazón, para que por medio de ella podamos conocer la gloria de Dios que brilla en la cara de Jesucristo». La luz física es maravillosa, y cumple funciones asombrosas. La luz espiritual también: la más importante de ellas es hacernos conocer no sólo a Cristo, sino algo muy difícil de descubrir sin su ayuda: la hermosura de Dios que brilla en su rostro.
Comenzamos sabiendo de Cristo por información: lo que dijeron de él sus discípulos, lo que opinaban sus enemigos, lo que decía él de sí mismo. Pero luego comenzamos a conocer a Cristo en el suelo de nuestra propia experiencia: hay luz en nuestro corazón.
Nuestros conceptos y también nuestros sentimientos se vuelven más claros. Pequeños detalles insignificantes para otros, actúan como señales de su personalidad. Si pretendiéramos explicarlos tal vez parecerían triviales o absurdos: se dieron en un momento irrepetible y sirven sólo de señal entre nosotros y él. Son como un tenue haz de luz que nos dice: «Así es el Señor». Sabemos poco a poco a quién amamos, y por qué.
El velo, el espejo, la luz: Pablo no está conforme todavía. «Pero
esta riqueza la tenemos en nuestro cuerpo, que es como una olla de barro, para mostrar que ese poder tan grande viene de Dios y no de nosotros» (2 Co 4.7).
El «nuevo hombre» sigue siendo una vasija de barro: frágil, con problemas y preocupaciones que a veces la «derriban», como dice más abajo. Pero con todo, esa vasija de barro que somos, sigue conteniendo la riqueza de Dios. Nunca se derrama, sigue allí misteriosamente. Abrumados, sí, pero… nunca abandonados. De barro, pero capaces de albergar la eternidad.
Por eso, dice Pablo agregando otra metáfora más, no nos desanimamos, porque «somos como una casa terrenal, como una tienda de campaña no permanente…» (2 Co 5.1).
El hombre nuevo, la persona nueva, sabe que su vida es transitoria. Levanta sus estacas con facilidad cuando Dios se lo pide, y planta su existencia en cualquier situación, porque sabe que todo es provisorio. No tiene apegos desmedidos que lo vuelvan pesado, sin agilidad para acomodarse a su vida peregrina. Es un caminante con la tienda de campaña pegada a su piel. Algún día será absorbido definitivamente por la vida, y allí sí, tendrá una morada permanente.
Pero las metáforas no se acaban todavía. El velo, el espejo, la luz, la vasija de barro, y la tienda de campaña. Pablo nos advierte ahora que hay una profunda responsabilidad en ser una persona «nueva»: «Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva persona.
Las cosas viejas pasaron; lo que ahora hay es nuevo». Y agrega que en Cristo, «Dios estaba poniendo al mundo en paz consigo mismo, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres; y a nosotros nos encargó que diéramos a conocer este mensaje. Así que somos embajadores Cristo…» (2 Co 5.17,19,20).
Los embajadores del mundo parecieran tener la habilidad de tejer y destejer redes de poder y no de paz entre los pueblos. La paz es simplemente una relación más estratégica, menos desfavorable, o que beneficia al más poderoso.
No sé qué pensaríamos si vinieran los embajadores de los distintos países acreedores de nuestra deuda externa y nos anunciaran que alguien pagó la deuda, y que hemos quedado completamente rehabilitados ante el mercado mundial. Absurdo como parezca, el anuncio de Dios tiene algo de eso.
El hombre nuevo es un embajador que debe anunciar a los hombres esa noticia tan hermosa del perdón de Dios, que a la vez tiene tanto de increíble: que nuestra deuda ha sido anulada por Cristo en la cruz, y ya no tenemos que pagarla…
Hombre nuevo, hombre sin velos, que refleja cada día más el carácter de Cristo, que a pesar de ser de barro lleva adentro toda la riqueza de Dios, y que, aunque se siente como desterrado y peregrino caminando con su tienda de campaña, se sabe íntimamente, embajador de Dios.
Las palabras subrayadas no corresponden al original del texto bíblico, ni en éste ni en los pasajes siguientes.
dios los bendiga esta fue tremendapalabra dios le multiplique todo lo que desee su corazon.
cuando uno se pone en las manos de Dios y experimenta ese cambio de hombre nuevo se siente como si uno estuviera suspendido pero con hilos de amor cuando Dios es mi todo todo lo demas pasa a un segundo plano
bendiciones sigan adelante
Gracias por esta palabra tan hermosa, ha sido como un manjar para mi paladar espiritual..Dios les bendiga…
estas porcion llena de luz me encanto pues en verdad nos clarifica que somos a quien servimos, el velo fue quitado, y es como si nos voltera y sacara todo lo feo,vano, nos da luz para entender, y asi poder ser embajadores(portadores de la verdad) capaces de dar como Jesus se dio. por eso nos dio el ministerio de la reconciliacion fuimos y debemos reconciliar a otros con el (asi que todos tenemos trabajo)EMBAJADORES NO OS HAGAIS…..
muy buenos los mensajes son de mucha edificacin para mi. ya que tambien siempre estoy haciendo mensajes inspirada por Dios y me encanta leer y compartir lo que el Señor le da a otros siervos ..No dejen de mandarme gracias
Que escuche los que tienen oidos y miren los que tienen ojos dichosos los que pueden enteder este tipo de mensajes .
Asi mismo nos fortalcemos para ser embajadores de los que viven en la oscuridad.
Este tipo de mensajes llegan para todo clase de cultura.
Gracias Elsie por prepararte y compartirlo.