UNA VISION DEL REINO…
por SANDRA ROSAS Y WILFREDO WEIGANDT
La ponencia que publicamos a continuación, fué expuesta durante el Seminario de Octubre por una pareja de estudiantes de los últimos años de Arquitectura en la Universidad Nacional de Córdoba.
Este trabajo, que es además tema de un estudio más profundo que ellos realizaron en su ambiente de estudios, tuvo una notable repercución, interés y aceptación entre los asistentes al Seminario.
«Pues Dios quiso habitar plenamente en Cristo, y por medio de Cristo quiso poner en paz consigo al universo entero, tanto lo que está en la tierra como lo que está en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que Cristo derramó en la cruz».
Colosenses 1.19 y 20.
LUEGO DE FUNDAR el hecho de Cristo como la habitación plena de Dios en el mundo, se aprecia en el pasaje la intención de Dios de crear por medio de Cristo, situaciones de paz en el Universo entero. Y aún más específicamente en la tierra, lugar donde nos toca como humanos desarrollar nuestra vida.
Al desarrollar esa vida habitamos: siempre estamos habitando. El habitar es parte de la esencia humana; y tanto lo es, que Dios decidió «habitar corporalmente en Cristo» (Col.2:9), y Cristo «habitó entre nosotros» (Juan 1:14).
Kant consideró la captación espacio-temporal como un «a priori» en la estructura de percepción humana; y más contemporáneamente Heidegger caracterizó el habitar como -entre otros rasgos- parte de la existencia misma del ser humano.
Un paso más adelante encontramos una nueva cuestión; surge de nuestra realidad del lugar en donde la mayoría de nosotros desarrollamos nuestra habitación: la ciudad.
Tanto las estadísticas como nuestro sentido común nos muestran el acelerado proceso de urbanización imperante en las ciudades, sin duda con mayor proporción en la medida en que más significativos son los núcleos urbanos. Nuestra población argentina es cada vez más urbana, y sin duda que un planteamiento serio de la realidad del Reino de Dios debe involucrar necesariamente una revisión del tema ciudad.
Frente a este triple panorama, el llamado del Reino a poner en paz a través de Cristo al Universo entero, donde se incluye el universo espacial, material y temporal; la consideración del habitar como vivencia inalienable de la existencia humana;
y la creciente tendencia demográfica a superpoblar los ambientes urbanos, es que creemos que también hay lugar -y
responsabilidades- en el Reino de Dios para aquellos que trabajamos en disciplinas donde se modela, al fin de cuentas, el modo de vivir de las personas.
LA CIUDAD
Como arquitectos, habitamos nuestro propio campo de acción: la ciudad. Al hacerlo tratamos de entenderla, de captar su esencia, de conocer sus protagonistas.
Reconocemos los grandes núcleos urbanos como la espacialización de un sistema que exalta, por sobre todo, valores económicos y eficientistas, que luchan por mantener estructuras de poder que pocas veces consideran importante el respeto al prójimo como persona.
En la mayoría de los casos la ciudad alienta la estructuración social, la incomunicación, la agresión, el desgaste nervioso; en definitiva la alienación misma de su habitante.
Podríamos descubrir estos valores en varios elementos constitutivos de esta ciudad: sus veredas atestadas, sus espacios residuales, la propaganda consumista, su tráfico congestionado, sus sectores despersonalizados, sus edificios concebidos a partir de valores inmobiliarios especulativos; pero intentaremos tomar sólo algunos que parecen más significativos.
La manipulación hacia el consumo
En estos últimos meses, la ciudad de Córdoba ha sido impactada por la aparición de una tipología ya asimilada en otras grandes urbes: los shopping centers (centro de compras).
Estratégicamente ubicados en lugares donde se destacan como elementos aislados de su entorno (paradójicamente en la Edad Media eran las iglesias las que se ubicaban en estos sitios dominantes) estos edificios tienen una resolución cerrada en sí mismos, que los encuadra dentro de lo que se denomina «arquitectura objeto», por su incapacidad de integración y apertura hacia los demás lugares vitales de la trama urbana.
Estas relaciones urbanas minimizadas intencionalmente en el diseño de los shopping centers propenden a que los habitantes ciudadanos vivan sus experiencias cotidianas de una manera compartimentalizada no integrada.
Interiormente, todo el diseño puesto al servicio del consumo: estímulos visuales de importancia (muchas veces repetidos por planos espejados), astutos diseños en los recorridos (difícilmente el visitante se dá cuenta que ha pasado dos veces por el mismo local), seguridad y confort que hacen placentera la estadía en el edificio.
Rentabilidad-eficiencia y calidad de vida
La ya mencionada creciente concentración urbana implica consecuentemente altos valores de tierra a medida que nos acercamos al sector de mayor movimiento económico. Los terrenos para ser rentables deben entonces albergar -en la misma superficie que solía ocupar una sola familia- a ciento de ellas apiladas una encima de otra (entiéndase edificado en altura o torre).
La alta agresividad urbana (ruidos, traseúntes en masa, polución, grandes sectores de la ciudad «muertos» por las noches) exige hermeticidad en los edificios, como así también un complejo sistema de barreras para acceder al mismo, anulando totalmente todo posible sentido de integración comunitaria.
Los impersonales espacios comunes no alientan la comunicación entre vecinos a pesar de la gran cercanía física (nadie tiene un diálogo comprometido con un semejante en el ascensor o en el palier), como así tampoco sugieren la extensión del espacio residencial más allá de la puerta de ingreso (nadie sale a tomar mate al pasillo común ni pone plantas en el ingreso a su departamento).
Se debilita también el sentido de territorialidad-esencial en todas las especies vivientes -tan relacionado a la tierra misma-, con la que no se puede tener un contacto directo.
No obstante muchos de los que habitan en estos edificios nos hablarán -con cierta cuota de razón- de las ventajas de tener todo cerca, de tardar poco tiempo en ir de aquí a allá, de que los grandes centros nos ofrecen todo lo que necesitamos para la vida, que no podríamos vivir fuera de ellos…
Lo cierto es que en aras de estos planteos funcionalistas eficientistas la calidad de vida urbana se deteriora notablemente.
La naturaleza en la ciudad
En la mayoría de los casos las grandes ciudades no brindan la posibilidad de una relación directa con los elementos naturales, con los cuales, como creación, estamos estrechamente ligados.
Los escasos espacios verdes son reemplazados por «plazas secas» (Plaza Italia, Plaza España, Plaza de la Intendencia) que quizás ostenten algún cuestinable valor simbólico o funcional, pero que no posibilitan ese contacto vital que nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan con lo natural.
La ceguera de los que «hacemos ciudad» es, a veces, tan lamentable que nos lleva a no valorar lo que Dios ha creado para su utilización como recurso a fin de que vivamos mejor.
Baste mencionar los irracionales planteos de arquitectura que no tienen en cuenta las orientaciones (locales con grandes planos vidriados hacia el norte o el oeste que necesitan, para ser habitables, de grandes sistemas de aire acondicionado con un alto consumo energético), las vastas superficies de estacionamientos pavimentadas (generan un microclima que puede elevar hasta 3ºC la temperatura normal), o la ausencia del arbolado público (pérdida de la escala humana de las calles, pérdida del placer estético de los recorridos).
Quisiéramos que esta crítica no se entendiera como una actitud romántica que se opone a todo lo existente, una negación del progreso, ó un estancamiento infantil del consumismo.
Intentamos, en primer lugar, despertar una conciencia no ilusa: detrás de la ciudad y de lo que se hace en ella encontramos tomas de decisiones, ideologías y valores que decididamente no provienen de nuestro Rey ni de su Reino; y en segundo lugar, entendemos que es imperioso lograr un equilibrio dinámico, sostenido y sostenible, entre la preservación y el aprovechamiento racional de los recursos ecológicos y humanos, que haga de la ciudad un lugar habitable para todos.
Destellos del Reino
No todo en nuestra cultura urbana está signado por la ausencia de situaciones de paz. En Córdoba disfrutamos de espacios de encuentro social como la red peatonal ( donde no se han considerado solamente cuestiones formales, espaciales o de materiales sino también las relaciones espacio-habitante y habitante-habitante) apropiadas resoluciones tecnológicas como el pergolado de la peatonal (enredaderas tupidas en el verano y deshojadas en el invierno lo que genera un correcto, comportamiento térmico y de humedad en cada estación, además del placer estético de la pérgola y el elemento vegetal); la puesta en valor de las márgenes del Río Suquía ( que nos permite ser creativos en su utilización); enclaves históricos integrados a los recorridos populares de los habitantes del siglo XX (Iglesias, Universidades, Conventos, Palacios); edificios concebidos a partir de planteos bioclimáticos (máxima optimización en el uso de orientaciones, ventilación, asoleamiento, medios naturales de refrigeración-calefacción); un Código de Edificación que intenta, por lo menos, preservar cierta escala humana en el casco céntrico; y barrios periféricos que, en su modestia, mantienen un agradable equilibrio entre espacios verdes y superficie construída.
NUESTRA RESPONSABILIDAD
Entendemos que toda intervención desde el diseño de una cocina hasta el sistema de flujos de una ciudad, refleja el concepto de hombre que confesamos.
Para Le Corbusier, maestro del Movimiento Moderno y artífice de sustanciales cambios en la arquitectura de posguerra, el hombre era considerado un «usuario universal» y el habitar «una función». Para la Vanguardia deconstructivista el hombre es un ser «irremediablemente fragmentado» y el habitar «una suma de acontecimientos aislados». Si analizáramos sus respectivas obras veríamos patéticamente reflejados estos conceptos en la producción arquitectónica y urbanística.
Para nosotros, el hombre es la criatura hecha a imagen del Dios personal; un ser integral que necesita relacionarse en forma sana con Dios, consigo mismo, con sus semejantes y con la naturaleza.
Esto sólo es posible a partir del reencuentro con Dios y en Jesús; y nosotros deberíamos reflejar ese encuentro en nuestras acciones creativas, imprimiendo en las cosas ese orden inherente a Dios mismo que nos habita. Cuando esta armonía con el cosmos se refleja en el orden de un edificio o una ciudad, éste cuenta con el fuego necesario para sustentar la misma vida que lo genera.
Exelente aporte a la urbanización sana. Dios les bendiga.
Muy detallado el mensaje,pero le sugiero que utilicen un vocabulario mas accesible al lector comun. Le doy gracias a Dios por los autores.Me agrado su mensaje.Nunca habia leido a alguien tocar ese tema..Muchas gracias
Gracias doy a Dios por vuestro articulo
preciso para definir si cambiar de habitad, vivo en un pueblo donde mis hijos montan bicicleta y van a la escuela solos y vuelven solos, donde nos saludamos con todos y la iglesia está a 2 minutos, y me ofrecen un trabajo en una ciudad donde ganaría el dinero pero para que otra cuide mis hijos, y quien sabe si los alcanzo a ver en las comidas y si la iglesia se tomará el tiempo de saber cómo estamos. Definitivamente muy preciso como JESUS. GRACIAS