por ELSIE ROMANENGHI DE POWELL
Optar por Jesucristo puede llevar meses de lucha e indecisiones. También allí hay algo del esfuerzo del guerrero, del combatiente que sabe que para vencer, hay que morir.
HACE YA un buen número de años que leí por primera vez acerca de Carlos Castaneda, el antropólogo que había hecho contacto con un brujo indígena para estudiar los efectos alucinógenos del peyote. En ese momento pensé que se trataba de una más de esas tesis excéntricas que suelen aparecer. Pero hace unos días cayó en mis manos su libro Viaje a Ixtlán (de Carlos Castaneda. Edición Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1983), donde el autor relata minuciosamente su «conversión» (por así decirlo) al «otro reino»: el de su maestro, el brujo Don Juan.
Don Juan tiene una larga serie de encuentros con Carlos, que lo visita con su infaltable cuaderno de notas bajo el brazo, y una fuerte actitud racionalista, que poco a poco termina desarmándose bajo el peso de experiencias nuevas.
Probablemente muchos de sus prejuicios se desmoronarán por el choque natural entre el joven sofisticado que sólo ha vivido entre libros, y la astuta sagacidad del viejo que ha aprendido a manejarse en situaciones extremas de la vida.
El hecho es que Carlos va tropezando involuntariamente con sus propios defectos, descubriendo sus absurdos prejuicios, su soberbia, su inconstancia, su pequeñez, hasta sentirse completamente ridículo ante sus propios ojos. A esta altura lo único que desea es descubrir todo lo que el brujo sabe.
¿Para qué investigar sobre los efectos del peyote?, le dice Don Juan. Lo que Castaneda tiene que hacer es «parar el mundo». En otras palabras, detener el flujo de imágenes que lo engañan, y «ver» esa otra realidad que el brujo conoce. Carlos decide aceptarlo como maestro, y el aprendizaje comienza.
Primeramente Don Juan procura hacer de él un cazador, con toda la disciplina del cuerpo y el dominio de técnicas que le permitirán liberar fuerzas hasta entonces desconocidas. Hay que correr con los dedos ligeramente curvos y el cuerpo inclinado, para no cansarse. Vigilar todos los «signos»: reconocer las sombras, conocer las «voces» de aviso de los pájaros que advierten del peligro, conversar con las plantas, descubrir los mensajes de las nubes, escuchar a los árboles.
Lleno de asombro, pero paralelamente aferrado a sus explicaciones racionalistas, Carlos se disciplina y progresa.
Luego de hacer de él «un cazador», Don Juan se propone convertirlo en «guerrero», para lo cual es indispensable tener «poder». Un guerrero no sólo necesita disciplina sobre sí mismo, sino poder sobre los demás, y fundamentalmente, sobre la otra realidad. No sólo poder «verla», sino también ingresar a ella, utilizarla, dominarla.
Una noche Don Juan cree que Carlos está en condiciones de ser iniciado en el contacto con el «poder». Caminan largo rato por una ladera hasta llegar a una gran roca, donde pasan la noche. Desde allí, en medio de una tormenta de relámpagos, el discípulo «ve» un paisaje de pinos al borde de una montaña y un puente que se extiende hasta perderse de vista.
Para su asombro, al día siguiente cuando sale el sol, descubre que nunca estuvo rodeado de pinos, ni había puente alguno. Estaban frente a una planicie semidesértica. Don Juan le explica que él, Carlos, aun no estaba listo para usar su «poder», y que de haber cruzado el puente en esas condiciones, probablemente se hubiera encontrado con la muerte.
Días después Don Juan lo hace participar en otra experiencia de poder, esta vez junto con otro brujo, su amigo Genaro. Entre los dos hacen desaparecer el auto de Carlos, frente a la choza de Don Juan. Salen a buscarlo y después de trepar varias laderas, lo encuentran, inexplicablemente, en la falda de un cerro. Carlos intenta toda clase de explicaciones, pero ninguna encaja.
Las últimas páginas que transcriben el resto de la conversación entre Carlos y los dos brujos, son profundamente reveladoras. Don Juan, que ya lo ha venido preparando para reconocer al elemento más importante de esa otra realidad, es decir, su «aliado», le dice a Carlos:
«De todos modos, en tu próximo encuentro con el aliado, si acaso llega, tendrás que luchar y dominarlo. Si sobrevives al choque, de lo cual estoy seguro pues eres fuerte y has estado viviendo como guerrero, te encontrarás vivo en una tierra desconocida.» (Op. Cit. p. 362)
Don Genaro, que ya ha tenido su encuentro con «el aliado», le relata a su vez cómo se encontró con él, cuando iba camino a Ixtlán:
«Después de mi encuentro con el aliado, ya nada fue Øreal£.
………..
Y ¿cómo llegó usted a Ixtlán?
………..
«Nunca llegué a Ixtlán dijo. Su voz era firme, pero suave, casi un murmullo. Pienso a veces, que estoy a un paso de llegar…
Había algo muy triste en sus ojos». (p.360)
Más adelante Don Juan trata de preparar a Carlos para su ingreso al «otro reino»:
«-Lo que dejaste atrás estará perdido para siempre. Para entonces, claro está, serás brujo. Pero eso no ayuda… Lo importante es que todo cuanto amamos, odiamos, o deseamos, ha quedado atrás… El brujo inicia su camino a casa, sabiendo que ningún poder sobre la tierra, así sea la misma muerte, lo conducirá al sitio, las cosas, la gente que amaba.
…………
«Miré a Don Juan. El me observaba. Sólo como guerrero se puede sobrevivir en el camino del conocimiento dijo, Porque el arte del guerrero es equilibrar el terror de ser hombre con el prodigio de ser hombre». (p. 365)
Carlos Castaneda que ya ha aceptado acceder a esa realidad sabe lo que le espera. Sus últimas palabras son:
«Ví la soledad humana como una ola gigantesca congelada frente a mí»… (p.365)
Confieso que el libro me conmovió profundamente. Duele advertir esa trágica inversión de valores donde lo que cuenta es poder «domar» al aliado para aprovechar su fuerza, donde los otros son cada vez menos «reales», donde la astucia es superior a la razón, y el poder más importante que el sentimiento. Donde el sentido de la vida no existe porque «nunca se llega a casa». Donde la última emoción del guerrero es detener la muerte, para convocar «el sitio más amado», y danzar allí por última vez antes de morir, en total soledad.
Pero no sólo hay una inversión de valores: también hay un escalofriante paralelismo, donde el brujo lo hace su «discípulo», le enseña a «crecer», a «recibir poder», a «luchar espiritualmente», a vivir con «dominio de sí». En algún momento Don Juan le había dicho a Carlos que reconocería la otra realidad porque la «vería surcada de infinitos hilos luminosos», como si la cubriera una finísima malla. No pude menos que imaginarme una telaraña contra la luz, y su Araña en el centro.
El ocultismo está de moda (¿cuándo no lo estuvo?). Quizás no todo sea igualmente peligroso para quienes deciden hacer equilibrio sobre las cuerdas de esa telaraña: Es decir, probar la fascinación de lo oculto por investigar «qué hay de verdad». O simplemente por divertirse. Pero el equilibrio es precario, y la Araña sabe esperar. En algún momento la malla se volverá más pegajosa, y será difícil retroceder. Una vez atrapados, lo más hermoso y humano que tiene la vida de un hombre se va secando hasta dejar un cascarón vacío. Al menos ese es el testimonio que recojo de la lectura, aún cuando el autor haya intentado idealizar ese reino, pintando «su áspera nobleza». (Contratapa del libro)
Estas reflexiones no serían completas si no agregara que, a lo largo de la lectura, vez tras vez fue aflorando en mi mente la actitud de Jesús frente al reino de las tinieblas. Cuando Satanás preparó su telaraña de razones para tentarlo, esgrimió lo único que creyó que podría tener éxito: desafiar a Jesús a ser el que era.
Ninguna sugerencia burda, sólo opciones nobles y justificadas, que Jesús mismo llevaría a cabo más adelante: hacer pan para el hambre de la multitud (Lc. 22.43), ser asistido por ángeles (Jn. 6.11), dar por sentado su derecho a gobernar las naciones. (Lc. 22.28) Por ser él mismo, actuar en su derecho mesiánico, recibir el cetro puesto que era suyo, … a expensas de su obediencia a los planes del Padre, equivalía a reconocer una autoridad perversa, la de un ser enfermo, tan enfermo que creía que la adoración que recibiría obtenida con «poder» y astucia seguía siendo adoración.
Después de todo, el juego de la telaraña se reduce a eso, aun para nosotros: la tentación de ser nosotros mismos, de asumir nuestro derecho «legítimo», como hombres o como mujeres, de plasmar nuestra vida a expensas de Dios. El «poder ser» nos tienta, pero al final de un largo recorrido terminamos mentalmente y espiritualmente exangües.
En la búsqueda laberíntica de mi propia identidad tuve que reconocer que era una criatura libre, pero no autónoma. Que mi libertad dependía de Dios. Y no me fue fácil elegir a Dios; pero cuando lo hice fue como «llegar a casa».
Optar por Jesucristo puede llevar meses de lucha e indecisiones. También allí hay algo del esfuerzo del guerrero, del combatiente que sabe que para vencer, debe morir.
Algo así expresa esta última reacción que me produjo la lectura de Carlos Castaneda:
El es mi Aliado
Lo supe desde el día en que me habló,
y ví la noche y el terror,
y ví la nada.
Y lejos, muy lejos,
aquella otra Realidad
que me era ajena.
Entonces comprendí
que había sido sólo sombra errante,
nube complacida,
soberbia criatura humana.
Como gemido de niño
brotó de mis entrañas la Verdad:
Entonces vi.
Su abrazo me tocó
y mi alma,
en lucha denodada se aferró a El,
hasta vencer:
Hoy es mi Aliado, y yo lo sé.
Hermoso comentario que contrasta el peligro de lo oculto con la manifestación gloriosa del amor divino.
Felicito a la autora y la animo a seguir escribiendo para la gloria de Jesucristo.
Ánimo. Dios te bendice.
Gracias, por enviarme la reflexión ya que e hizo reflexionar que en muchos momentos antes de tener a cristo en mi corazón en los mometos de trbulación recurrí esa parte del ocultismo, para que mi corazón encontrará el consuelo sin encontrarlo.
A partir de conocer a Jesús mi alma se reconforta con su presencia, felicito a la autora que marca perfectamente la permanencia ante el creador.
Reflexión muy emotiva, por años permanecí en esa mundo tenebroso de drogas, hard drugs, entre ellas el peyote y las enseñanzas de don juan era lieratura conocida, es muy asuto Satán, y de ese reino de tinieblas me sacó Cristo a Su Luz Admirable, arrebatemos del fuego a los extraviados como dice en su libro Judas, y que nos anime el Espíritu Santo a Su Obra.
Hola! Grax por el artículo, es cierto, optar por Jesucristo se traduce en luchas constantes y a veces pareceiran que interminables, pero es el CAMINO que nos llevará a casa. (Sn Jn. 14:6)
Dios les bendiga y sigan adelante. Hasta luego!!!