Es un viento un soplo. Tal el significado de la palabra hebrea
"ruah", que generalmente se traduce "espíritu" en el Antiguo
Testamento. Y el de la palabra griega "pneuma", que igualmente se
traduce "espíritu" en el Nuevo Testamento.
El viento puede ser un terrible huracán, y entonces representa el
poder del Espíritu. En Pentecostés, se oyó un estruendo como de
viento fuerte que soplaba y que llenó toda la casa, cuando
descendió el Espíritu Santo. Pero también puede ser un silbo
apacible, figura de la íntima suavidad con que el Espíritu se
comunica con el hombre.
Nuestra vida se manifiesta por la respiración, incesante inhalación y expiración del aire ambiente, el soplo de la vida
biológica. La vida es entonces otra figura del Espíritu, y como
tal la encontramos en la conversación de Jesús con Nicodemo, a
quien le dice que es necesario al hombre nacer de nuevo del agua
y del Espíritu, que obra como el soplo del viento. Esta es la
vida de Dios recibida por el Espíritu. El eterno hijo de Dios es
el autor de la vida que obtenemos al recibir al Espíritu de
Cristo.
para ilustrar esta verdad Jesús dijo: Si alguno tiene sed, venga
a mí y beba. De su interior brotarán Ríos de agua viva. Esto dijo
del Espíritu Santo que habrían de recibir lo que creyeran en él.
El agua es otra figura. Y el Espíritu puede ser un torrente como el que nace en el Templo en la visión de Ezequiel, o como el agua mansa y cristalina con que se apaga la sed. A la mujer Samaritana dijo Jesús: Si tú me pidieras, yo te daría agua viva, y el que la bebe nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le doy brotará como un manantial dentro de él para darle vida eterna.