¡Cuidado!, ¡hay doble línea amarilla, no hay que cruzar!
Repetía con frecuencia uno de mis hijos mientras realizábamos un largo viaje junto a mi familia. Claro, habían terminado las clases en la Escuela y recordaba muy bien las lecciones sobre educación vial.
Este episodio tan común, no habría significado tanto para mí si no fuera que al mismo tiempo masticaba la posibilidad de hacer este humilde aporte para C.C. Allí en la soledad de las rutas patagónicas se entrecruzaban la voz orientadora de un níño sobre una situación muy específica y la voz interior tratando de ordenar en mi mente los tremendos desafíos éticos que requiere este momento histórico.
Somos conscientes de que el tema propuesto para este número es vasto pero al mismo tiempo candente y de rigurosa urgencia. Por esta razón necesitamos, con toda humildad, escuchar la voz de Dios y conservar nuestra sensibilidad para conducirnos en esta era de cambios vertiginosos.
Decididamente opté por compartir este tema desde el corazón, desde una visión introspectiva y exponer la propia experiencia, bombardeada por los mensajes y presiones externas, para examinarlos a la luz de la Palabra de Dios. En el desarrollo de las diversas actividades cotidianas respondemos con decisiones y actitudes a esta multitud de presiones. Cada momento, cada decisión, cada situación me trae a la conciencia que una de las batallas más duras que libramos los cristianos en estos días es en el campo moral. El Reino de Dios tiene demandas y condiciones ineludibles que no pueden ser negociadas y se contraponen con las prácticas y las prédicas seculares cotidianas.
Ansiedad de cambio
Le invito a recorrer por unos instantes una escena que, estoy seguro, la escucha y la repite a diario. A usted y a mí nos toca visualizarla con la mayor nitidez y luego ponerla bajo la plomada de Dios (Amós 7:7 9). No podemos negar, al mirar nuestro mundo, que vemos cambios tremendos en la estructura familiar, en los estilos del matrimonio, en las costumbres, en la educación, en la religión, en los avances de la ciencia y en casi todos los aspectos de la vida moderna. Para ello han contribuido una variedad de factores, entre los cuales consideremos tres muy significativos:
El primer factor son los deseos de cambiar y progresar. Hay un deseo irresistible, intrínseco en el alma humana, de transformación o progreso ya sea en lo personal, en lo familiar o en lo social. Creo que la mayoría de quienes hemos vivido la experiencia del desarraigo familiar, territorial o social y buscado nuevos horizontes (llámese inmigrantes nacionales o regionales) lo hemos hecho respondiendo a ese deseo de progreso y de una vida mejor.
Nos damos cuenta también que los motivos pueden ser muy variados: seguridad laboral, independencia económica, dominación social, realización personal, etc. Su contenido es tan variado de acuerdo a los fines que nos ponemos como metas. Por esta razón el concepto “cambio” o “progreso” se torna relativo ya que las necesidades humanas son susceptibles a un aumento indefinido. No es lo mismo el progreso para el que padece hambre y miseria que para el que vive en la opulencia.
Es en este sentido de “vacío” y ansias de cambio donde el evangelio tiene una respuesta contundente. El mundo nos grita a los oídos: “¡progreso o muerte!” “en nosotros está el poder”. En contraposición la Biblia afirma con toda claridad que nuestra naturaleza humana es una naturaleza decadente, desechada de la gloria de Dios.
Tan sólo podrá ser levantada por la acción del Creador que nos ha provisto un Salvador para vivir una vida nueva. Sin este Salvador, Jesucristo, seguimos perdidos, con conductas éticas que nos llevan a la destrucción. El que está en Cristo es una nueva creación y Dios lo ha levantado para decidir y actuar de una manera nueva. Los cambios y el progreso verdaderos se logran realmente cuando se actúa dentro de la voluntad de Dios.
El segundo factor es una resultante del anterior, vivimos una verdadera “revolución tecnológica” que está modificando profundamente la vida de la humanidad. El asombroso progreso de la ciencia y su aplicación a la vida del hombre mediante la técnica, nos está llevando a lo que se denomina la automatización.
Con la llegada de la “cibernética” se pretende controlar todos los procesos de la producción, la planificación económica y política, la aplicación de la medicina, los contenidos educativos, etc. buscando la sustitución del cerebro y el sistema nervioso por la máquina. Es en este punto cuando surge la pregunta ¿es el progreso técnico sinónimo de progreso humano?
Quienes nos encontramos en la situación de empleadores y al mismo tiempo en contacto con las necesidades humanas y sociales que, además de utilizarlos, nos deslumbramos con los “servicios” que nos ofrece la nueva tecnología, enfrentándonos con el dilema “hombre” ó “máquina”, “valor humano” ó “valor máquina”.
¿Hasta dónde el hombre puede ser reemplazado por la máquina?. Aquí es necesario que resuenen las palabras del eterno Dios en la naciente humanidad: “…llenen el mundo y gobiérnenlo, dominen a los peces y a las aves…”(Gn 1:27 VP), o las palabras de Jesús: “… ¿no valéis vosotros mucho más que ellas? (Mt. 6:26 RV).
Como vemos, la ciencia y el progreso técnico vienen implícitos en el mandato de Dios. El problema reside en que la independencia de Dios trae aparejado una utilización distorsionada de los logros alcanzados. Todo progreso técnico sirve en la medida en que está al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la tecnología.
Al mismo tiempo, si restringimos el uso de la tecnología a la esfera privada e individual sirviendo a intereses egoístas, pecamos contra la naturaleza social del hombre mismo. Dios nos da abundantemente en su infinita gracia, para que podamos dar a los otros porque ellos también tienen un infinito valor para Dios.
Sin duda que la relación entre lo técnico y lo humano es controvertida. Para unos la técnica es la vara mágica Redentora de la humanidad, para otros será un instrumento del infierno.
Finalmente el tercer factor de cambios y desafíos es lo que se denomina hoy la “globalización” o “universalidad” de la sociedad contemporánea. Mucho ha contribuido a esto el factor antes mencionado logrando dominar tiempo y distancia. Nos sentimos vecinos y contemporáneos de mucha culturas y pueblos alejados de nosotros.
Los productos y valores de otras latitudes nos llegan con inusitada rapidez. Salimos de la llamada “guerra fría” o mejor “equilibrio del terror” con la caída del muro de Berlín y entramos en un proceso de hegemonía mundial con la liberalización de las fuerzas del mercado, provocando una mayor concentración de la riqueza en manos de unas pocas corporaciones multinacionales y el consiguiente crecimiento de la pobreza para una mayoría, por la caída de sus ingresos.
Hay un proceso creciente de injusticia social y deshumanización de la economía. Las heridas de las clases sociales desprotegidas se ponen al descubierto y se ha perdido la sensibilidad por el hombre en toda su humanidad. A esto hay que agregar las permanentes denuncias de corrupción en los estrados del poder, el aumento de la criminalidad, la violencia familiar, los estallidos raciales, la apostacía moral y la confusión religiosa.
A esta altura usted se preguntará ¿hacia dónde vamos? ¿qué debemos hacer los cristianos?.
Avance o retirada
¿Acaso vacilan nuestros fundamentos y nos batiremos en retirada, vencidos por la ansiedad y el pánico? ¿Habremos perdido los anclajes que nos son familiares o nos quedaremos paralizados y nos cubrirá la apatía?
Si lo hacemos, habremos perdido la oportunidad de participar en el futuro y en la esperanza del plan eterno de Dios “que se cumplirá fielmente a su debido tiempo, Dios va a unir bajo el mando de Cristo todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra” (Ef 1:10) “Y el que tiene esta esperanza se purifica a sí mismo, de la misma manera que Jesucristo es puro” (1 Jn 3:3).
Estamos llamados a ejercer el derecho de vestir la característica distintiva de “cristianos” a través de nuestras propias decisiones y actitudes cotidianas, para decirle al mundo lo que es el verdadero cristianismo. Usted y yo tenemos la decisión de confrontarnos con la tierra de nadie y abrirnos paso en la selva de senderos sin hollar. ¿Habrá estado la iglesia rezagada por tanto tiempo que ha dejado que el mundo establezca las normas para nuestro tiempo? ¿Habremos estado los cristianos cediendo y negociando nuestras bases y anclajes asegurados por la Palabra de Dios?
Concluimos rescatando de las escrituras la visión de Amós, ya mencionada. “ ¿Qué ves?. Una plomada de albañil. Entonces respondió Dios: Con esta plomada voy a ver cómo es de recta la conducta de mi pueblo… No le voy a perdonar ni una vez más” (Amós 7:7 9).
“El Señor te ha dicho, oh hombre, en qué consiste lo bueno y qué es lo que él espera de ti: que hagas justicia, que seas fiel y leal y que obedezcas humildemente a tu Dios”. (Mi 6:8) “…pues la Escritura dice: Sean ustedes santos, porque yo soy Santo” (1 Pe 1:16).
El autor del presente artículo es:
Miembro de la Iglesia Cristiana Evangélica de Esquel, Chubut.
Presidente de la Asoc. Centro Cristiano de Educación y Difusión.
Director del Seminario Bíblico de Esquel.
Secretario General del Consejo de Pastores Evangélicos del Oeste del Chubut.
Co Director de la Radio FM Cristiana de Esquel.
ESMARAVILLOSO LO QUE DIOS NOS EXIGE COMO DEBEMOS VIVIER ETICAMENTE EL EVANGELIO DE CRISTO NO ES FACIL CUANDOUN MUNDO QUE SOLO VIVE DE LO MATERIAL Y SE OLVIDO DE LOS PRIVILEGIOS BIBLICOS DE NUESTRA VIDA DIARIA. NO PUEDO PASAR PORALTO ESTE TIEMPO DE PODER AMONESTAR AL LIDERAZGO ECLESIASTICO POR LA LIBIANDAD DE TRANSMITIR LA SANA DOCTRINA AL PUEBLO DE DIOS ,TENEMOS LA RESPONSABILIDAD DE SER CELOSOS EN TODO TIEMPO CON LAS ESCRITURAS DEL EVANGELIO DE CRISTO