Por MIGUEL ANGEL ZANDRINO
A MUCHOS podría parecerles interesante que tratando el tema de la ética cristiana, presentáramos situaciones particularmente críticas y ofreciéramos las soluciones cristianas de distintas coyunturas a que pudiera conducirnos la vida.
Seguramente que el análisis de situaciones críticas sería muy provechoso, pero se adaptaría más para el diálogo, ya que los problemas éticos espinosos pueden presentar matices tan sutiles, que solamente la agilidad del intercambio de opiniones podría permitirnos examinarlos en una situación concreta particular, que es la única manera de resolverlos.
Es que la moral cristiana no puede reducirse a un código. A veces se ha pretendido que el Sermón del Monte sea el código de ética de Jesús, entendiendo por código, una recopilación sistematizada de leyes morales. Creemos que el Sermón del Monte está estrechamente relacionado con la ética, pero no precisamente por ser un sistema codificado, sino en cambio, por ofrecernos un concepto nuevo de lo que es vivir la clase de vida que agrada a Dios.
Pablo dice que "Dios nos ha hecho capaces para servirle bajo un nuevo pacto, que no se basa en leyes escritas sino en una vida recibida del Espíritu. La ley escrita condena a muerte, pero el Espíritu da vida" (2 Co.3:6).
Y esto es lo que nos enseña el Señor en el Sermón del Monte: que la conducta del cristiano no esta referida a cumplir mandamientos, sino a una actitud interior que debe conducirlo a realizar lo que Dios espera de él en las circunstancias de la vida.
Los fariseos estaban muy satisfechos porque pretendían cumplir con la ley, pero Jesús dijo a los discípulos que debían lograr una justicia mayor que la de los fariseos para entrar en el reino de los cielos (Mt.5:20). ¡Una justicia mayor que cumplir la ley! Sí, por supuesto, porque ¿Quién puede pretender que cabalmente cumpla la ley? Pues "No hay justo ni aún uno…por cuanto todos pecaron y están destituídos de la Gloria de Dios".
Y la justicia mayor que podemos adquirir y por la que habremos de entrar en el reino de Dios, es la justicia de Cristo, que nos es adjudicada cuando concientes de nuestra culpa venimos a él, e impulsados por el Espíritu Santo lo recibimos como Salvador y Señor de nuestras vidas.
Recibir a Cristo es recibir la vida de Dios, es nacer de nuevo por el Espíritu y obtener una nueva naturaleza y un poder que nos permite vivir en el espíritu del Sermón del Monte, que es el Espíritu de Cristo. Todo lo que Jesús nos enseña en ese largo discurso, representa la imagen viva de su actitud frente a la vida. No es una teorización lo que por ejemplo hallamos en las Bienaventuranzas, sino la expresión de su forma de ser y de pensar.
Todo el mensaje es un espejo de su alma, y es la elevadísima meta que nos propone a los creyentes: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es pefecto".
Bienaventurados los pobres en Espíritu
Esto es, los que teniendo o no riquezas, espiritualmente viven desprendidos de ellas. Jesús era el Creador del Universo y "siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a aferrarse, sino que que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo". Nació y vivió pobre, aunque era dueño del mundo. Las riquezas no son moralmente malas, el dinero no es malo, pero el amor al dinero es la raíz de todos los males. Vivamos alerta para no ser atrapados por las riquezas que esclavizan.
Bienaventurados los que lloran.
Jesús vivió manifestando su compasión con los que sufrían, y sufriendo con ellos. Le dolía el dolor de los enfermos y los curaba. Le dolía ver como el diablo esclavizaba a los hombres, y los libertaba. Lloró sobre Jerusalén y las ciudades en las que había predicado, porque no se arrepintieron y sufrirían las consecuencias de su rebeldía. Lloró junto a la tumba de Lázaro y se conmovió profundamente por el poder fatal del mal que conduce a la muerte.
Así, la actitud cristiana frente a la vida debe hacernos sensibles al dolor y sufrimiento que nos rodea. Nuestro mundo está sumido en miseria, y como discípulos de Jesús debemos llorar con los que lloran, pues no hacerlo, no compartir, no compadecernos, significará traicionar la ética cristiana. Será no manifestar el Espíritu de Cristo, y el que no tiene el Espíritu de Cristo no es de él.
Bienaventurados los mansos.
La mansedumbre de Jesús nos conmueve. Teniendo el poder de fulminar a sus enemigos, "como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores enmudeció, y no abrió su boca". Rara virtud la de la mansedumbre en nuestros días. Virtud que sólo podremos tener viviendo muy cerca del Señor, quien dijo: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón".
Entristece ver la soberbia, la suficiencia, la vanidad de muchos a quienes consideramos cristianos. Han logrado hacer alguna obra grande, pero no a mostrar mansedumbre. ¡Señor, enséñame a ser manso y humilde de corazón!
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.
La injusticia es una constante en la historia de la humanidad. Entró el pecado y la injusticia fue una inclinación incontrolable en el ser humano. El caballo negro y su jinete en el Apocalipsis 6 son el símbolo de la injusticia y el egoísmo galopando en toda la historia.
El hombre es el lobo del hombre y la injusticia se manifiesta en lo económico, lo político, lo religioso, lo cultural y lo racial. Jesús fue la justicia hecha hombre y percibió la tragedia de la injusticia. "Por la transgresión de uno vino la condenación, de la misma manera por la justicia de uno vino la justificación de vida". Y la ética cristiana es incompatible con cualquier forma de injusticia, a la vez que el creyente debe tener hambre y sed de justicia.
Bienaventurados los misericordiosos.
Misericordia es amor, es gracia, es buena voluntad. Es estar bien dispuesto hacia los demás. Jesús fue la expresión suprema de la misericordia. Siempre estuvo con los pobres, los necesitados, los rechazados, los desvalidos, los perdidos. Los religiosos de su tiempo recriminaron su conducta diciendo: éste a los pecadores recibe y con ellos come.
Misericordia es una pauta de la ética cristiana. No hay misericordia en aquellos religiosos que viven esgrimiendo la ley y castigando en sus predicaciones con la Biblia, como si fuera un látigo. Terminantemente donde no hay misericordia, no está presente el espiritu de Cristo. ¡Señor, líbrame del legalismo!
Bienaventurados los de limpio corazón.
La condición moral de Jesús fue la de limpieza total. En él no hubo engaño ni ninguna clase de maldad. Limpio de corazón significa personalidad limpia, pues el corazón es el símbolo del hombre interior. Jesús fue santo y puro y cuando lo llevaron ante un tribunal recurrieron a testigos falsos. Dice Hebreos 9:14 que "la sangre de Cristo, el cual… se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo".
De él recibimos un corazón limpio y la habilitación para servir a Dios con obras limpias. La limpieza es una manifestación de la ética cristiana.
Bienaventurados los pacificadores.
Jesús nos puso en paz con Dios. Había un declarado estado de beligerancia entre el hombre y Dios por la maldad y rebeldía humana. El concertó la paz, y nos dió su paz. Y como discípulos suyos debemos amar la paz y ser pacificadores. Tratando que los hombres encuentren a Dios en Jesucristo y ejerciendo continuamente un espíritu pacificador en relación con nuestros hermanos y prójimo. Nunca provoquemos discordia.
En conclusión
A esa altura apenas si hemos realizado un brevísimo resumen de las Bienaventuranzas. Pero si estudiáramos el largo Sermón del Monte, y otras enseñanzas de Jesús, y lo que los apóstoles nos dicen en sus cartas, descubriríamos que la ética cristiana se expresa en la manifestación de la vida y del Espíritu de Cristo, en todos nuestros actos.
El objetivo de Dios para el creyente, es que en él sea formada la imagen de Jesucristo. Y esto es una obra que solamente el Espíritu Santo puede realizar, en la medida en que demos libertad al Espíritu para obrar en nosotros.
"Cuando una persona se vuelve al Señor, el velo se le quita. Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por eso todos nosotros, como ya no tenemos la cara tapada con un velo, somos como un espejo que refleja la gloria del Señor; y así vamos llegando a ser más y más como Cristo, porque cada vez tenemos más y más de su gloria. "Esto es lo que hace el Señor, que es el Espíritu" (2 Co.3:16-18)
"Ustedes tienen la mente de Cristo", dice Pablo en 1 Corintios. Y es tener la mente de Cristo y su Espíritu, lo que nos permitirá vivir una vida que agrade a Dios. No esclavizados a leyes sino en una bendita libertad recibida del Señor. Y cualquier problema ético será resuelto dentro de la órbita del pensamiento de Cristo y de su actitud frente a la vida.
¿Cómo lograr seguridad en situaciones particularmente difíciles? La oración y el conocimiento de las Escrituras serán nuestra guía. Nuestra vida de comunión en la iglesia, será el ambiente adecuado para desarrollar un criterio ético maduro que nos permitirá adoptar decisiones correctas en las coyunturas de la vida.
La bienaventuranza del cristiano está en parecerse cada día más a Jesús.
Bendito el Dios de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual.
Gracias por enriquecer nuestras vidas con este tema, que es el pan de cada día.