El teólogo suizo Hans Küng, presentó hace pocos años, un libro titulado: “Proyecto de una ética mundial”. En él, desarrolla la idea de la necesidad de una actitud ética universal en virtud de los cambios que se están produciendo en nuestro mundo, incluida la globalización que nos pone en contacto, cada vez más, con países y culturas otrora lejanas. Comienza con los siguientes datos que nos dan la idea de urgencia.
“Cada minuto gastan los países del mundo 1,8 millones de dólares en armamento militar”.
“Cada hora mueren 1.500 niños de hambre o de enfermedades causadas por el hambre”.
“Cada día se extingue una especie de animales o de plantas.”
“Cada semana de los años 80, exceptuando el tiempo de la Segunda Guerra Mundial, han sido detenidos, torturados, asesinados, obligados a exiliarse, o bien oprimidos de las más variadas formas por regímenes represivos, más hombres que en cualquier otra época de la historia.”
“Cada mes el sistema económico mundial añade 75.000 millones de dólares a la deuda del billón y medio de dólares que ya está gravando de un modo intolerable a los pueblos del Tercer Mundo”.
“Cada año se destruye para siempre una superficie de bosque tropical, equivalente a las tres cuartas partes del territorio de Corea”.
Si estas cifras no fueran suficientes para convencernos que es necesaria una actitud ética universal, pensemos en lo que podría pasar con el empleo de la energía atómica. El fomento de la telemática (telecomunicaciones + informática) que traerá aparejadas, seguramente, nuevas formas de injusticia. El desarrollo del mercado mundial de divisas en una bolsa global que, en ausencia de controles puede desencadenar turbulencias en la economía nacional de distintos países (los argentinos aún estamos sufriendo las consecuencias del terremoto financiero de México).
La tecnología genética, que ya está en manos de empresas con fines de lucro y amenaza con monstruosas manipulaciones del hombre y su capital hereditario. La tecnología médica en ambos extremos de la vida, la procreación asistida y la llamada “obstinación terapéutica” de las etapas finales. El conflicto Norte Sur que lleva al empobrecimiento del Tercer Mundo a través de la deuda externa, la que se triplicó durante la última década.
Hans Küng hace un análisis de la crisis de la modernidad y el paso a la posmodernidad, en un proceso de décadas, que comienza con la Primera Guerra Mundial. El nuevo orden posmoderno (nombre que reconoce como provisorio) propone un cambio de valores y no una destrucción de ellos, una superación de viejas actitudes del modernismo. Algunos ejemplos son: Una nueva relación con la naturaleza, más de alianza que de sometimiento.
De una ciencia a moral se comienza a desarrollar una ciencia éticamente responsable. De una tecnocracia dominadora se marcha a una tecnología al servicio del hombre. De una democracia jurídico formal a una democracia viva que garantice libertad y justicia. Sin embargo, teniendo en cuenta lo que dicen los párrafos anteriores, el autor propone una actitud ética obligatoria y obligante para toda la humanidad.
Al respecto, Küng dice: “la ética, que la modernidad consideró cada vez más como cosa privada, vuelve a considerarse, en la posmodernidad por el bien del hombre y la supervivencia de la humanidad , en un asunto público de primer orden”. Y más adelante: “Si queremos una ética que funcione en beneficio de todos, ésta ha de ser única. Un mundo único necesita cada vez más una actitud ética única. La humanidad posmoderna necesita objetivos, valores, ideales y concepciones comunes”.
El teólogo luego se pregunta: “¿No presupone todo ello una fe religiosa?”; “¿Por qué no una moral sin religión?”. La respuesta es que sólo la religión puede fundar la incondicionalidad y universalidad de la obligación ética, porque tiene autoridad y motivación superior a cualquier otra instancia simplemente humana. En virtud de todo ello, Hans Küng propone un diálogo entre las grandes religiones del mundo, con el objeto de construir un consenso de valores mínimos que deberán ser respetados por todos.
Reflexiones en voz alta
El libro de Hans Küng me lleva a reflexionar acerca del rol que tendrá la Iglesia Evangélica en el nuevo orden. A partir del siglo XVII, en el protestantismo se comenzaron a desarrollar movimientos que insistían en la piedad personal, la vida austera y la moralidad de las costumbres. A esto se agregaba la idea de que pertenecer a una iglesia requería una decisión personal.
Este despertar de la responsabilidad del individuo, fue uno de los factores que contribuyeron al desarrollo económico y el progreso en vastas regiones del globo. Así respondió el pueblo de Dios a la necesidad del momento, oponiéndose a la vida licenciosa de algunos ministros y a la religiosidad superficial de la gente. Pero este énfasis en la moral personal, produjo un descuido de la ética comunitaria, esto es, ética de la iglesia como cuerpo, ética de la sociedad, ética de la nación.
En la Biblia encontramos que ambas dimensiones de la ética son exigencias de Dios. Un episodio impactante del Antiguo Testamento es cuando Esdras, en actitud de contrición, se hace cargo del pecado del pueblo y pide perdón a Dios, logrando que también el pueblo se arrepintiera y sintiera pena por las faltas cometidas. Es que cuando el pecado está extendido en la comunidad, estamos ante un problema de índole colectivo, más grande que la suma de pecados individuales.
Ésta fue la actitud de los profetas, quienes mantuvieron siempre el equilibrio entre la responsabilidad personal y la colectiva. Así, denunciaron los pecados de las personas y también los corporativos; de los comerciantes, de los dirigentes políticos, de los poderosos y hasta de los sacerdotes. También, en muchas oportunidades, la acusación se dirigió a la nación toda. Esto le ocurrió tanto a Judá como a Israel, a los países vecinos y a los lejanos, como Nínive.
Hoy, debemos volver a este equilibrio que reconocemos en los profetas y contrabalancear la hipertrofia evangélica de la ética individual, ya que se va haciendo necesario cada vez más, la construcción de una ética para la comunidad, para las naciones y hasta llegar a aportar a la ética universal. Nacido en el Renacimiento, el protestantismo supo responder a las demandas de su tiempo, participó en la gestación del orden nuevo que se comenzó a delinear con el Renacimiento, y acompañó a la civilización durante el modernismo participando de sus revoluciones.
El catolicismo en cambio, cristalizó sus estructuras por reacción a la Reforma, en moldes de la Edad Media. Esta circunstancia le hizo recorrer toda la Edad Moderna con grandes contradicciones y conflictos. Hoy, ante el comienzo del posmodernismo, los evangélicos nos sentimos incómodos, y no será fácil el tránsito del próximo milenio si nos apegamos a los moldes fundados durante la modernidad. Una vez más estamos enfrentando un desafío. No debemos dejar que la Nueva Era, pseudociencia y religión light hecha a la medida de estos tiempos, tome el lugar del evangelio, vigoroso y siempre renovado.