Daniel Salinas
Son cuatro las piedras fundamentales de la evangelización para esta generación: la autenticidad, el cuidado mutuo, la confianza y la transparencia, y cada una de estas se desarrolla en el contexto de relaciones comprometidas con los no creyentes. La evangelización impersonal del folleto, o de la explicación de un esquema lógico, pero sin seguimiento y sin interés auténtico, seguramente va a producir resultados más bien negativos, alejando a los jóvenes postmodernos del evangelio.
Este acercamiento tal vez a muchos nos haga sentir incómodos. Preferimos la evangelización de método y la apologética argumentativa, racionalista y lógica. Tenemos que revisar, entonces, el modelo de Jesús, cuyo ministerio público fue esencialmente relacional. El andaba entre las multitudes o tenía citas privadas con individuos, incluso de noche.
El sabía lo que era sentir el calor del mediodía en el desierto de Samaria o el frío de la muerte en la alcoba de una adolescente. El se dejó tocar por una mujer ceremonialmente impura y tocó intencionalmente al leproso aislado por la sociedad. El habló de situaciones cotidianas, de sal y lámparas, de semillas y pastores, de padres e hijos. Hoy más que nunca, debemos seguir este modelo, si queremos alcanzar a la generación postmoderna.
En definitiva, la Postmodernidad nos llama a la modestia, a reconocer nuestra finitud, a evaluar y sospechar en forma positiva de nuestros métodos e intenciones, a reconocer nuestro condicionamiento hermenéutico y a revisar la seriedad de nuestro compromiso cristiano.
Lo que no podemos y no debemos capitular ante la Postmodernidad, es que se pierda el concepto de verdad tal y como lo encontramos en la Biblia. No debemos permitir que la Verdad (con mayúscula) se relativice y se convierta en simplemente una verdad (con minúscula) más del mercado esotérico postmodernista.
Nuestra tarea en esta era postmoderna es presentar a una persona: Jesús, más que a un sistema lógico de creencias. Debemos presentar a Jesús, en toda su plenitud, para que esta generación sea transformada a su imagen. Y debemos hacerlo con compasión, entrando en relaciones significativas con los no cristianos, con un oído que realmente les escuche y con la convicción absoluta de que la palabra revelada es pertinente para cualquier época, porque “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.
Tomado de “Postmodernidad, Nuevos desafíos a la Fe Cristiana”, Daniel Salinas Samuel Escobar, cap. 4, parte I, Edit.Lámpara, Bolivia, 1997.