Por DAVID SOMMERVILLE
Hace poco, antes de salir de viaje, fui a visitar a mi padre, sabiendo que por su enfermedad no nos veríamos más en este mundo.Lo encontré en su pieza, rodeado de aparatos y medicamentos, ese escenario blanco y higiénico, pero triste y deprimente, de los enfermos.
De repente tuve una sensación rara. En mi imaginación el escenario se transformó por completo. En lugar de los frascos y del equipo médico, vi a mi padre rodeado de una legión de ángeles, como un anticipo del cielo, como el cuadro de El Entierro del Conde Orgaz de El Greco. La escena de sufrimiento y tristeza se había convertido en una esperanza y gloria.
En ese momento entendí que estaba contemplando la muerte con los
ojos de Dios y no con ojos humanos. ¿No es cierto que muchas veces vemos la muerte con los ojos de los que no conocen a Dios, y que nuestra reacción es la misma que la de ellos? Hace poco en una reunión de canto en nuestra iglesia, después de haber cantado varios himnos referentes a la muerte, un hermano interrumpió con:
"Por qué están tristes? ¿Por qué no cantamos algo más alegre?" ¡Cómo si hubiera algo más alegre que pensar en estar presentes con nuestro Señor por toda la eternidad! ¡Cómo si hubiera algo más gozoso que el momento cuando salgamos del valle de sombras para entrar en el glorioso resplandor de Dios!
Una vez mi padre me contó que sus padres siempre le hablaban de la dicha del que muere creyendo en Cristo. Pero el día del velorio de su abuelo, mi padre con su hermano jugaban animadamente en el patio de la casa; y al verlos, su madre los llamó y les dijo que en ese comportamiento no reflejaba la tristeza y la solemnidad que deberían sentir en ese momento. Mi padre, al relatármelo, me comentó: "No pude reconciliar todo lo que me habían dicho de la felicidad de partir y estar con Cristo con el tener que dejar de jugar y sentirme solemne y triste". Y agregó: "Y ahora, con muchos años después, todavía me parece una contradicción".
"Nosotros tenemos la mente de Cristo", dice Pablo, y nuestra meta como cristianos es llegar a ver con Dios, pensar con Dios y sentir con Dios. Para todos la muerte es un drama pero para el no cristiano es también un trauma. Y con razón. Primero, porque todos tenemos miedo a lo desconocido. Segundo, porque el no cristiano sospecha que es verdad que "está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio"; y siente que no está en condiciones de enfrentarse con su Creador. Sabe que es pecador y que la muerte es el castigo del pecado, la separación eterna de Dios, la muerte eterna.
Para el cristiano todo es distinto. No vamos a lo desconocido. Aunque nuestras ideas del cielo son incompletas, confiamos en aquél que dijo: "Voy, pues, a preparar lugar para vosotros…para que donde yo estoy, vosotros también estéis"."¿Dónde está, Oh muerte tu aguijón? ¿Dónde, Oh sepulcro, tu victoria?" pregunta Pablo. Nuestros pecados nos han sido perdonados por la cruz de Cristo, y "justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo".
Pablo dice que para él "el vivir es Cristo, y el morir es ganancia". El cristiano teme morir, con todo lo que significa de sufrimiento y debilidad, y con todo lo que significará para sus seres queridos. Pero no teme estar muerto, porque para él estar muerto significa dormir en el Señor para despertarse en la presencia de su Dios. Morir es un importante paso adelante en el apasionante viaje que terminará el día cuando Cristo venga para resucitar y glorificar a los suyos.
El pensamiento de dios sobre la muerte se resume en
Juan 11:25-26: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente". Para la mente humana, la línea divisoria en nuestra existencia es el momento cuando nuestro cuerpo deja de funcionar. Todo lo que viene antes lo llamamos "vida"; todo lo que viene después lo llamamos "muerte". Pero Dios no ve así.
El no ve muertos -separados de él- desde que nacemos. Llega el momento cuando aceptamos a su Hijo como el Señor de nuestra existencia, y pasamos de muerte a vida eterna, la resurrección es nuestra. La muerte física no es un cambio de esencia sino de escena: dejamos de desarrollar nuestra vida eterna en este mundo para comenzar a desarrollarla en el otro. El momento decisivo no es la muerte, sino cuando por fe en Cristo Jesús nacemos -resucitamos- a una vida nueva.
La muerte siempre es triste; pero es triste para los que quedan atrás. Lloremos por nosotros, pero no lloremos por nuestro hermano que ha fallecido. Gocémonos con él, porque ha ido para estar con Cristo, "lo cual es muchísimo mejor". Y aunque sentimos tristeza, no nos entristezcamos "como los otros que no tienen esperanza". Pronto estaremos juntos de nuevo, para nunca más estar separados. Consolémonos y alegrémonos con este pensamiento.
Es maravilloso saber si nuestro ser querido ha reconocido a Jesus como su salvador pues gozara de la vida eterna y como dice esta reflesión no estar tristes sino gozosos porque sabesos que algun dia estaremos juntos, gracias por esta reflesión porque con ella sacare mucho para consolar a los mienbros de la iglesia y poder enseñarles hacia donde vamos , gracias nuevamente y que Dios los bendiga y espero recibir mas reflesiones. hasta pronto. Sonia
Creo exactamente en lo que dice esta reflexion, estoy pasando un momento muy dificil, mi hija mayor de 8 años acaba de partir con el señor.
Pero creo es mucho mejor estar alla con El, y se que un dia estaremos juntos con el Señor para siempre……