Por GILBERTO COLOSIMO
«Tengo las llaves de la Muerte» Ap.1:18.
La cuestión de la suerte del hombre después de la muerte
constituye uno de los más grandes enigmas del corazón humano.
Máxime aún, que parece un tema vedado a la ciencia y a la
filosofía. Felizmente el cristiano cuenta con las Sagradas
Escrituras que le brindan la revelación de Dios en Jesucristo, en
quien y por quien «son todas las cosas». «El es antes de todas
las cosas, y todas las cosas en él subsisten». Jesucristo «es el
primogénito de los muertos», constituye la culminación y da
sentido a la revelación. Esta sola palabra revelación promete
que lo invisible y escondido será develado. Por eso podemos
acercarnos con absoluta confianza a la Palabra y aflojar las
tensiones que el temor a lo desconocido suscita, pues «este Dios
es Dios nuestro eternamente y para siempre; él nos guiará aún más
allá de la muerte».
«PERECERA EL HOMBRE, ¿Y DONDE ESTARA EL?»
Según la revelación la muerte halla origen en el pecado; «como el
pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres. por cuanto todos
pecaron». Consecuentemente «el aguijón de la muerte es el pecado»
«el salario del pecado es la muerte» y «en Adán todos mueren».
Señala San Pablo que «Está establecido para los hombres que
mueran una sola vez, y después de esto el juicio»
De esta ley sombría no es posible escapar, pues Dios ha prefijado
al hombre «el orden de los tiempos y los límites de su
habitación». Además «no hay hombre que tenga poder sobre el
espíritu para retener el espíritu, ni poder sobre el día de la
muerte».
Es verdad que el ser humano constituye un todo indivisible:
cuerpo y alma vitalizados por el espíritu o hálito de Dios. Dice
la revelación que «en él vivimos (espíritu), y nos movemos
(cuerpo) y somos (alma)» (Hch.17:28). Pero esta indivisibilidad
cesará el día de la muerte. Aquel día el hombre exhalará el
Espíritu (Gn.35:29, Job.34:1415, Ec.12:7), el alma abandonará al
cuerpo sin vida comenzará a descomponerse. La Bíblia declara
enfáticamente la responsabilidad del alma. Ella es principal sede
de la personalidad, de la voluntad, del Yo. El Señor Jesús solía
denominarla «corazón». Manifestó que lo que sale de la boca
(cuerpo) se origina en el corazón (alma); y esto es lo que
contamina al hombre (Mt.15:18).
Al Señor Jesús le ocupaban las acciones y el futuro del alma
humana. De allí su conocida recomendación frente al misterio de
la muerte: «No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no
pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y
el cuerpo en el infierno»
Todas las almas fueron creadas y pertenecen a Dios. A él deben
servir y adorar. La Bíblia no enseña que fueron creadas para ser
mortales. La interpretación más aceptada indica que entraron en
muerte a causa del pecado. «Todas las almas son mías…; el alma
que pecare esa morirá». Esta última afirmación parece constituir tanto la declaración de la voluntad judicial de Dios como la dolorosa información de lo que lo sucede al alma que peca y nos obliga a admitir la exactitud de la reflexión paulina: «por cuanto todos pecaron, están destituidos de la gloria de Dios». Sujetos a una condenación eterna, donde «su gusano nunca morirá» (Isa.66:24).
En estas condiciones, la muerte es el punto más oscuro y amargo,
el término sin sentido de una vida que aparece absurda, la
muralla siniestra contra la cual se estrellan todas las
esperanzas.
«SI EL HOMBRE MURIERE, ¿VOLVERA A VIVIR?
Pero he aqui que informa la revelación Dios no quiere «la
muerte del que muere» (Ez.18:32). El profeta Isaías anunció:
«Jehová destruirá a la muerte para siempre (25:8). Y a través del
profeta Oseas, Dios declaró: «¡Oh, muerte, Yo seré tu muerte!»
(13:14). Por ello, y aunque no lo podamos entender porque se
trata de un insondable misterio, «cuando llegó el cumplimiento
del tiempo» Dios intervino en favor de sus criaturas. La
Escritura explica que lo hizo por Amor. Que «de tal manera amó
Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquél
que en él cree no perezca sino que tenga vida eterna».
El unigénito de Dios, Jesús de Nazareth Dios encarnado aparece
entre los hombres como un ser único. Es realmente hombre, y sin
embargo no prticipa de ningún modo en el pecado de la humanidad;
p[or ende no merece morir como los descendientes de Adán. Señala
un nuevo comienzo en la historia humana; es el segundo Adán, el
que arrastra la todos los creyentes hacia la vida. Muere sen la
cruz, pero su muerte es una muerte expiatoria y sustutiva. En
efecto, no debe pagar el salario de un pecado que no ha cometido;
paga por los otros y en lugar de ellos.
Dios acepta su sacrificio. Lo prueba resucitándolo de entre los
muertos. Cristo vivo es en adelante una potencia de vida para
todos los hombres que comprenden y aceptan el sentido de su
muerte y resurrección. Este sentido es el siguiente: Cristo toma
sobre sí los pecados de los hombres; éstos se quedan, luego
descargados de ellos, y libres de la sentencia de la muerte que
el pecado pronunció sobre ellos. En una palabra, mueren en la
persona de Cristo y resucitan con él. Cristo los hace participar
de su propio destino. Por eso es el único «nombre bajo el cielo
dado a los hombres, en que podamos ser salvos». Jesús lo afirmó
claramente: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí,
aunque esté muerto vivira. Y todo aquél que vive y cree en mí, no
morirá eternamente» Creer es aceptar para uno mismo lo sucedido
con Cristo. Por él y a raíz de su muerte y resurrección los que
creen pasan de muerte a vida. Y viven por el Espíritu es decir
por el poder de Cristo que animaba a Cristo y que ahora los
mantiene a ellos una vida que nada puede interrumpir ni
destruir.
Vemos así con claridad que, acuerdo a su revelación, hay vida
después de la muerte para los hombres que por la fe se incorporan
a la muerte y resurrección de Cristo. la vida de Cristo, que se
extiende más allá de los límites del tiempo, es también la vida
eterna de los creyentes. Pues «Jesucristo quitó la muerte y sacó▄j ▄
a la luz la vida y al inmortalidad».
Para el creyente la vida no se acaba jamás en la pura inmanencia,
sino que tiende constantemente hacia un mundo transcendente; para
él la muerte física no es jamás la suprema instancia, sino una
transición hacia un más allá superior. No es, pues, el fracaso
supremo, sino la suprema plenitud; no es una absurdidad sin
salida, sino la revelación definitiva del sentido de la vida.
Llegará el día, ¡Dios sea loado!, en que la misma muerte
desaparecerá para siempre. «Ya no habrá más muerte» dice la
revelación «El postrer enemigo que será destruido es la muerte».
Uno de los objetivos teleológicos de la misión de Jesucristo en
la tierra consiste en que «participó de carne y sangre para
destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la
muerte, esto es, al diablo»
Bien podemos exclamar anticipadamente con San Pablo: «¡Sorbida es la muerte en victoria!»
Gracias de anteano por esta reflexion tan preciosa que Dios los bendiga, sigan adelante que estas palabras confortan nuestro corazón y nos hace saber las verdades de Criisto muevamente muchas gracias y espero que me sigan mandando mas reflexiones hasta pronto los amo en el amor de nuestro Señor Jesus. hasta pronto. Sonia
me parece muy acertado e interesante, no soy muy bueno con la ortografía y creo que es muy importante pero por lo demás todo bien.