(Mt. 9:35 – 10:25)
por JUAN DRIVER
El profesor Juan Driver es un cristiano comprometido con el ser humano concreto, con el que sufre, con el que está solo. De extracción Menonita, Driver es autor, y en la Argentina es muy conocido un pequeño libro de gran profundidad: «Comunidad y Compromiso». Invitado por la Fundación Escuela Bíblica Evangélica y la Iglesia de Villa María, nos confrontó con su visión comprometida. El presente artículo es una de sus exposiciones, en este caso, dirigida a la Iglesia.
Generalmente cuando pensamos en la misión de la Iglesia, viene a nuestra mente la Gran Comisión con que cada uno de los cuatro Evangelios culmina. (Mt. 28:16-20; Mc. 16:15-16; Lc. 24:47-49; Hch. 1:8; Jn. 20:21-23)
Y luego, si somos evangélicos, pasamos a interpretar esta Comisión a la luz del movimiento misionero moderno de los últimos 200 años. Y si somos católicos, lo hacemos a la luz de la actividad de las grandes órdenes misioneras católicas de los últimos 500 años, los franciscanos, dominicos, etc.
Y luego, dependiendo de nuestro estado de ánimo, nos felicitamos por la buena obra que hemos llevado a cabo, nosotros orando y ofrendando, y los misioneros marchándose a lugares distantes del globo para evangelizar.
Pero la visión neotestamentaria de la misión de la Iglesia es mucho más amplia que esto. Hay que interpretarla a partir de la misión de Dios en el mundo. La Gran Comisión es simplemente la conclusión resumida de la visión misionera presente ya en los Evangelios.
Mi tesis es brevemente ésta: Los Evangelios son la historia de la misión de Jesús. Y es con esta misma misión que los seguidores de Jesús, la Iglesia, somos encargados. Jesús, entonces, nos proporciona el modelo para el cumplimiento de nuestra misión aquí en Argentina, y hasta lo último de la tierra.
1) La invitación a seguir a Jesús es, en realidad, un llamado a participar en la misión de Dios en el mundo. (Mt. 4:18-22; 8:18-22; 9:9; 19:16-22).
Tradicionalmente hemos comprendido este llamado al discipulado en términos de ser invitados a participar en una salvación personal, o a asumir un compromiso ético más consecuente, más que como una invitación a participar en la misión del Mesías.
En Mateo 10:1, 2, 5, Jesús llamó a «doce discípulos» a fin de darles su autoridad y enviarlos en su misión (el término «apóstol» (10:2) significa literalmente uno que es enviado).
Esta era la forma en que los cristianos en el Nuevo Testamento entendieron su vocación de seguir a Jesús. Y ha sido la forma en que esos grupos cristianos radicales, que a lo largo de los siglos han podido recobrar esa visión misionera de la Iglesia lo han entendido.
En el relato de las tentaciones, Mateo nos señala que Jesús resistió «otros caminos» para ser el Mesías de Dios en el mundo (Mt. 4:1-11).
En realidad, Jesús estuvo dispuesto a morir antes de traicionar la intención divina para él, tomando otro camino más fácil (Mt. 26:42). Y cuando Jesús dice «yo soy el camino», no tenemos por qué interpretarlo en una forma abstracta. En la vida de Jesús percibimos concretamente «el camino» por el cual Dios ha querido que sus discípulos vivamos y evangelicemos.
Esta comunidad de discípulos que surgió entre los seguidores de Jesús, es la misma comunidad comisionada posteriormente, a «hacer discípulos a todas las naciones» (Mt. 28:19).
Solamente esa comunidad de discípulos que sigue a Jesús «en su camino» puede cumplir con fidelidad la Gran Comisión evangelizando a los pueblos, haciendo de ellos, discípulos del Señor.
Esto cuestiona a muchos de nuestros proyectos misioneros congregacionales casi puramente individualistas. Y la proliferación en nuestro tiempo, de muchas agencias misioneras para eclesiales es perfectamente comprensible. Son esfuerzos bien intencionados de individuos y grupos a fin de ser fieles en su misión. Pero no siempre están enraizados en esa clase de comunidades de discípulos obedientes que están reflejadas en los Evangelios.
2) La forma fundamental de nuestra misión ha de ser determinada por la misión de Jesús. Pues, nuestra misión es realmente una continuación de la de Jesús (Mt. 9:35 – 10:5a).
a) ¿En qué consistió la misión de Jesús?
Según Mateo, la misión de Jesús consistió en (1) proclamar el Reino de Dios (4:17, 23); (2) enseñar los valores del Reino (5-7); (3) restaurar a esa integridad o salvación que corresponde al Reino a personas necesitadas (8:1 – 9:35). Y éste era el contexto en el cual Jesús llamaba a personas a seguirle.
El resumen de la misión de Jesús en Mateo 9:35-36 requiere un comentario más extenso. «Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.» (El vs. 35 es prácticamente una repetición de Mt. 4:23).
Y cuando Jesús dice «yo soy el camino», no tenemos por qué interpretarlo en una forma abstracta. En la vida de Jesús percibimos concretamente «el camino» por el cual Dios ha querido que sus discípulos vivamos y evangelicemos.
La dinámica motivadora que fundamentaba todo lo que Jesús hacía y decía en pro del Reino de Dios se describe aquí como «compasión». Éste es realmente un concepto poderoso que literalmente significa sufrir juntamente con otro y acompañarlo en su sufrimiento. Significa solidaridad con los que sufren.
La naturaleza y la causa de esta solidaridad con los que sufrían es clarificada en la frase que sigue: «porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tiene pastor.»
Ésta no es una mera referencia a personas desorientadas que, en su necesidad espiritual, requieren servicios pastorales, aunque podría ser el caso. Se trata, más bien, de una cita tomada del Antiguo Testamento (I Reyes 22:17 y II Crón.18:16).
Son las palabras del profeta fiel, Micaías, que solo, entre todos los profetas del palacio del rey Acab, se atrevió a oponerse a las intenciones bélicas de su rey. Entonces, al igual que ahora, cuando los gobernantes se preparan para la guerra, buscan la aprobación y la bendición de las autoridades religiosas. No piden consejo, sino aprobación.
Aunque los 400 profetas de palacio todos a una sola voz apoyaron la intención guerrera de Acab contra el rey de Siria, Micaías expuso la locura de su empresa imperial y anunció la muerte del rey con estas palabras: «Yo vi a todo Israel esparcido por los montes como ovejas que no tienen pastor; y Jehová dijo: «Éstos no tienen Señor; vuélvanse cada uno a su casa» (I Reyes 22:17).
Así que, en este caso, «no tener pastor» era encontrarse sin rey verdadero en quien confiar para provisión y protección, con todo lo que eso implica en términos de auténtico bienestar para un pueblo. De manera que, este texto no nos dice nada en cuanto a cuidado pastoral adecuado, por importante que sea.
En Israel antiguo se solía emplear la imagen de «pastor» para referirse a las funciones reales del gobernante del pueblo.
Y en el uso que Jesús hace del término aquí, él está asegurando a este pueblo «desamparado y disperso» de su propio tiempo, que hallará la dicha de la salvación en el Reino de Dios, Reino en el que él mismo, Jesús de Nazaret, que los acompaña en su sufrimiento, es el Regente Ungido.
b) ¿En qué consiste la misión de los discípulos?
Al igual que la de su Señor, consiste en (1): proclamar el Reino (10:7); (2): enseñar los valores del Reino (10:10-14); y (3): restaurar a personas en la sanidad y en la integridad que corresponden al Reino, a la salvación (10:8).
La misión de los seguidores de Jesús se orienta en el Reino de Dios: «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» que encontrarán su salvación en el contexto del reinado de Dios, bajo el señorío de Jesús, su Mesías (ungido) (10:6-7).
Es una misión libremente asumida por la comunidad de los seguidores de Jesús. «De gracia recibisteis, dad de gracia» (10:8).
La misión ha de ser llevada a cabo mediante el poder persuasivo que surge de la condición de siervo y los valores que corresponden al Reino, en lugar del ejercicio del poder coercitivo del dinero y la violencia que muchas veces lo acompaña. «No os proveáis de oro, ni plata ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino» (10:9-10).
Estos seguidores de Jesús se caracterizaban por su vulnerabilidad. Dependían básicamente, de aquéllos a los cuales fueron enviados. «El obrero es digno de su alimento. Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quien en ella es digno, y posad allí hasta que salgáis» (10:10-11).
«Misión», a la manera de Jesús, significa ser no-resistentes en medio de situaciones sociales caracterizadas por la oposición, y aun la persecución. «He aquí, yo os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas» (10:16-23).
Estos seguidores de Jesús se caracterizaban por su vulnerabilidad. Dependían básicamente, de aquéllos a los cuales fueron enviados.
La no-resistencia no es meramente un distintivo de menonitas o de cuáqueros que los cristianos en general podemos considerar optativa. La no-violencia tampoco es meramente una cuestión de la ética cristiana. Es elemento esencial para llevar a cabo, con fidelidad, la misión de Dios en el mundo, tal como lo hizo Jesús.
En una conclusión, que para muchos de nosotros seguramente nos parecerá muy extraña, el éxito de la misión se mide en términos de la capacidad de los llamados a la misión a simple y fielmente «perseverar hasta el fin» (10:22).
Es cuestión de resistir todas las presiones del mal, y de los malhechores que intentan meternos en su molde. Se trata de la capacidad de sobrevivir en medio de lobos, sin que uno mismo llegue a convertirse en lobo.
En la Iglesia primitiva se refería a esta clase de estrategia evangelizadora usando el término en latín, «patientia». Pero con un sentido distinto al significado común que le asignamos al término hoy en día. Significaba una fidelidad perseverante en su resistencia no-violenta a las presiones del mal.
Era perseverar tenazmente en fidelidad a su llamado como discípulos de Jesucristo. Era la capacidad para resistir al poder seductor del mal, sin ceder a la tentación de hacerle daño al malhechor. El obispo brasileño, Dom Helder Cámara la solía llamar «firmeza permanente».
Así que, en realidad, la no-resistencia bíblica es un elemento esencial de nuestra fidelidad a Cristo y para el éxito en su misión, cuando ésta es llevada a cabo a la manera de Jesús.
La Iglesia primitiva comprendía esto bien. Pedro Waldo y los valdenses primitivos lo comprendieron. También era claro para los anabautistas del siglo XVI. Juan de Valdés, el reformista español, y Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los indígenas y misionero en América durante el siglo XVI, también captaron bien esta visión.
Y a través de los siglos, muchos cristianos más la han compartido. Pero la triste realidad es que este elemento fundamental se nos ha escapado a muchos cristianos. Misiones evangelizadoras se han llevado a cabo, a veces, en formas francamente agresivas, y aún en cierto sentido, coercitivas, por cristianos bien intencionados.
3) Según Mateo, Jesús también es nuestro modelo en cuanto a estrategia evangelizadora (10:24-42).
En las décadas recientes el término «discipulado» se ha hecho popular en círculos evangélicos. En Norte América casi todo el mundo habla del proceso del discipulado. Se emplea el término en relación a la evangelización, al igual que con la edificación que conduce al crecimiento del cristiano. Carece del radicalismo neotestamentario.
Pero aquí nos preocupa más que meramente hacer discípulos por medio de la evangelización. Se trata de nuestra preocupación por ser discípulos de Jesús también en nuestra manera de evangelizar. Es cuestión de seguir a Jesús concretamente en la forma en que testificamos y tratamos de hacer discípulos.
En realidad, fue precisamente en el contexto de esta misión evangelizadora que Jesús habló de la importancia de que los discípulos fueran como su Maestro.
«El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor» (10:24-25a).
Seguir a Jesús concretamente en nuestra misión evangelizadora es correr el riesgo de ser perseguido por la causa del Reino. «Si al padre de familia llamaron Beelzebú, cuánto más a los de su casa?» (10:25b).
En realidad, el contexto en que la misión de Dios se lleva a cabo en el mundo se caracteriza por el conflicto. Esto queda muy claro en el pasaje que sigue (10:26-39).
Por cierto, este conflicto es espiritual. Es un conflicto entre el Reino de Dios y los poderes de las tinieblas, las fuerzas espirituales que se manifiestan de tantas maneras en nuestro mundo.
En realidad, el contexto en que la misión de Dios se lleva a cabo en el mundo se caracteriza por el conflicto.
Pero este conflicto es también una realidad concreta. Es capaz de poner en conflicto a hijos contra sus padres e hijas contra sus madres. Notamos aquí que el peligro personal es real. Es tan real que se nos aconseja a no temer «a los que matan al cuerpo» (10:28).
Pero en este conflicto, la única forma de ser fieles a Jesús es seguirlo en el camino de la cruz. El sufrimiento inocente y vicario es la respuesta de Dios a sus enemigos y representa la única forma de ser fieles a Dios en el proceso de llevar a cabo su misión en el mundo. «Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará» (10:38-39).
Seguramente en la experiencia reciente de la mayor parte de nosotros nos será difícil imaginar la manera en que nuestra fidelidad en el seguimiento de Jesús en su misión evangelizadora en el mundo va a caracterizarse por esta clase de sufrimiento. En realidad, algunas formas de evangelización parecen gozar de cierta popularidad. Se hacen famosos en sentido mundano.
Tal vez un ejemplo reciente tomado de un lugar donde la fidelidad evangelizadora ha conducido a la persecución y al sufrimiento, nos ayudará a comprender algo de la naturaleza de este conflicto, o por lo menos, a comprender lo que implica en nuestro tiempo el tomar la cruz y seguir a Jesús en su misión.
Hace un poco más de 12 años que Oscar Romero fue acribillado a balazos por manos asesinas mientras se encontraba ante el altar en un templo en El Salvador. Pero no se trataba meramente de un caso aislado más de muerte violenta. Hubo una razón para su muerte.
En el curso de sus ministerios pastorales y docentes había advertido al pueblo salvadoreño de la presencia de «ídolos de la muerte» en su tierra. Y él había identificado a dos de estos ídolos: «la acumulación excesiva de los bienes» y «la doctrina de la seguridad nacional». Y dirigiéndose al problema de la violencia en su país, dijo: «tocar a los ídolos de la muerte es provocar la ira de los poderes».
Efectivamente, sus palabras probaron ser ciertas en un sentido literal. Los poderes en El Salvador percibieron en su ejemplo y en sus enseñanzas una amenaza. Sus esfuerzos por conservar sin cambios las estructuras socio-económicas que favorecían a una minoría privilegiada y servían para perpetuar las injusticias sociales y económicas en el país, peligraban.
Era una realidad macabra. Aquéllos que se atrevían a tocar estos ídolos de la muerte corrían el riesgo de ser muertos. Los seis jesuitas que, junto a una cocinera y a su hija que se encontraban presentes, fueron asesinados brutalmente hace un par de años en San Salvador, hacían precisamente esto. Se dedicaban a poner de manifiesto los ídolos de la muerte en su medio. Y lo hacían con una valentía profética.
Por esta razón cristianos en El Salvador – católicos, luteranos, bautistas, episcopales y menonitas – han sido amenazados y perseguidos.
Pero es probable que estos ejemplos no sean directamente aplicables a su situación actual. Ustedes son los que tendrán que encontrar las formas en que el seguimiento concreto de Jesús afecte su misión evangelizadora. Permítanme un ejemplo tomado de otro país latinoamericano, Uruguay, que podría servir de estímulo para sus reflexiones.
Hugo Donatti vive con su esposa e hijos en La Paz, en las afueras de Montevideo. Trabaja con la UTE.
Un espíritu profundamente nacionalista y patriótico caracteriza a los uruguayos. Abundan ocasiones para jurar a la bandera: graduaciones, feriados nacionales, en las fuerzas armadas, y el Día de la Bandera para funcionarios públicos. Y sin esto es casi imposible conseguir trabajo en el sector público, incluyendo la educación y la medicina.
De su estudio bíblico y la reflexión congregacional llegó a cuestionar el jurar la bandera. En el Sermón del Monte leyó «No juréis en ninguna manera» (5:34; cf. Sant. 5:12). Y la cuestión de conflicto de lealtades, a la luz del compromiso absoluto hecho con Dios y su Reino, le preocupaba.
@REGULADOR III = Llegó el día de jurar a la bandera en la UTE. Sancionarían el incumplimiento con la pérdida de un mes de salario. Hugo lo necesitaba para su familia. Siguió un periodo de reflexión y consulta con hermanos. Los consejos variaban: «Pura formalidad; ¿por qué complicar la vida?»; «Jesús dice que no juremos». Pero le aseguraron que no le faltaría el pan a su familia.
Luego de un período de fluctuación, decidió no jurar. Fue al supervisor para explicar su posición. «Yo era alcohólico y mi vida era un desastre. Pero en la comunidad de fe mi vida fue sanada y las relaciones fueron restauradas. Debido a este compromiso absoluto, no puedo jurar.»
Desde el principio el supervisor se puso incómodo. Y resultó que él luchaba con el mismo problema. Luego de conversar, el supervisor dijo que necesitaban esa clase de empleados. No tendría obligación de presentarse y su sueldo no sería retenido.
La misión a la cual somos llamados no es simplemente la de evangelizar y hacer discípulos, por importante que sea, sino que también es cuestión de seguir a Jesús en nuestra misión evangelizadora.
La fidelidad al Reino había abierto oportunidades inesperadas: testificar al supervisor y a sus compañeros de trabajo comunistas que tampoco querían jurar a la bandera pero no se atrevieron a resistir.
Estas oportunidades inesperadas se nos escapan debido a nuestra falta de fidelidad al Reino, aunque nos cueste.
Tomar a Jesús y su camino en serio significa comprometernos sin reservas con el Reino de Dios y sus valores y, en el poder de su Espíritu, testificar de forma consecuente al señorío de Jesús. Y esto, tarde o temprano, puede traer sobre nosotros la ira de los poderes del mal.
Un aspecto esencial de nuestra fidelidad en llevar a cabo la misión evangelizadora de Dios en el mundo es nuestra disposición a ser «como ovejas en medio de lobos». En esto Jesús nos ha servido de modelo. «Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo… y estando en condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2:7-8).
Aparentemente no hubo otra manera de que Jesús pudiera comunicar, con integridad y autenticidad, el amor de Dios para una humanidad rebelde. Y según nuestro texto, así es para los seguidores de Jesús llamados y enviados a continuar su misión evangelizadora en el mundo.
La misión a la cual somos llamados no es simplemente la de evangelizar y hacer discípulos, por importante que sea, sino que también es cuestión de seguir a Jesús en nuestra misión evangelizadora.
Quisiera concluir con un breve párrafo escrito por un amigo y hermano uruguayo que vive y trabaja en Europa. «La Misión en la década de los ’90 tiene que dedicarse a compartir la historia de Jesús de Nazaret. Éste es el único aporte que podemos ofrecer al mundo moderno – un espejo, un punto de referencia, un metro para medir, una vida, Jesucristo… Esta vida ha sido sometida a la manipulación y la domesticación de las deformaciones comerciales al estilo de las novelas de la televisión. En esta jungla de ofertas y de soluciones milagrosas a todos los problemas humanos, un dedo que apunte a Jesús, al Cordero de Dios, es el mejor servicio que podemos ofrecer al mundo de hoy».
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