Con Domingo Faustino Sarmiento (1811 1888), no hay términos medios. Es admirado u odiado con pasión, y quienes lo odian en Iberoamérica, pertenecen casi siempre a este sector xenófobo que sigue viviendo en la época y con las ideas del Concilio de Trento. No es extraño que así sea. Sarmiento se adelantó cien años a su época. Su catolicismo (y a pesar de muchas afirmaciones contrarias de sus detractores y panegiristas, Sarmiento fue católico) era del tipo liberal. El gran maestro se hubiese sentido cómodo como observador en el Concilio Vaticano II, aunque quizás hubiese perturbado el solemne cónclave con sus aplausos, o con censuras expresadas a gritos y con adjetivos de grueso calibre.
Juan XXIII y Sarmiento se hubieran entendido bien. El papa del aggiornamiento teológico se hubiese sentido feliz en la compañía del prócer del aggiornamiento social y educacional hispanoamericano. Y habría comprendido y hasta aplaudido ciertos aspectos de ese “virus protestante” que, al decir del conservador Manuel Gálvez, acompañó durante toda su vida al maestro argentino.
El virus comenzó a actuar en la lejana provincia andina de San Juan, en donde, según nos lo informa Sarmiento en Recuerdos de Provincia, durante más de un año estudió la Biblia todas las noches en compañía del canónigo Albarracín, su pariente. Sarmiento era dependiente de tienda, y terminada la labor del día pasaba dos horas en compañía de su tío sacerdote.
“Con cuánta paciencia escuchaba (el canónigo) mis objeciones, para comunicarme en seguida la doctrina de la Iglesia, la interpretación canónica y el sentido legítimo y recibido de las Sentencias donde decía blanco, no obstante yo leía negro, y las opiniones divergentes de los santos padres”.
Dos libros evangélicos que cayeron en sus manos, versiones castellanas de los libros Evidences of Christianity y Natural Theology del teólogo inglés William Paley, disiparon muchas de las dudas del joven agnóstico, fortaleciendo su fe en Dios. En la actualidad es considerado de buen tono sonreír despectivamente cuando se habla de Paley, pero lo cierto es que sus libros son obras maestras en su razonamiento lógico, y contienen una cantidad de argumentos que jamás han sido refutados.
A la lectura de Paley, Sarmiento agregó la de los libros del Padre Feijóo, clérigo español profundamente creyente, y que desafiando las iras del Santo Oficio señaló con franqueza algunos de los errores de la Iglesia. Y seguía el estudio de la Biblia. Dice el ya citado Manuel Gálvez: “Acaso, con los años, Sarmiento olvida la enseñanza religiosa que le dieron. Pero algo no olvida: La Biblia. La recordará y la citará siempre, y en sus libros se advierte cómo el gran libro le ha impresionado. Y si escribirá la vida de Juan Facundo Quiroga, no es solamente por razones de política, sino porque La Rioja se parece enormemente a Palestina, y porque en Facundo, el ‘general pastor’, el lector de la Biblia, hay algo de los reyes y caudillos del Viejo Testamento” (Vida de Sarmiento, pág. 43).
Sarmiento era maestro de alma. Sus mejores años los dedicó a la educación popular. Conocía el origen protestante de la enseñanza elemental y popular. Hubiese estado de acuerdo con Carlos Octavio Bunge, que sostiene que “La Reforma establece como un deber de humanidad, la enseñanza elemental del pueblo. Contrasta con el dogmatismo católico, que al menos en las más duras formas del jesuitismo, supone que los estudios propenden a la perdición de los humildes. Reaccionando, la Reforma comprende que la mejor fuerza moral y política, está en la difusión de la enseñanza, fenómeno sociológico que se ha llamado, origen protestante de la educación primaria” (La Evolución de la Educación, pág. 167).
Sarmiento ya lo había dicho muchos años antes, con otras palabras.
En Conflicto y armonía de las razas en América, expresó: “A fin de que todo buen cristiano leyese la Biblia, se procuró enseñar a todo hombre y mujer, de donde había de nacer la igualdad ante la razón, o la democracia científica de nuestro tiempo”.
El respeto por la Biblia aumentó cuando el maestro visitó los Estados Unidos, que en su época, más que en la actualidad por cierto, seguía con firmeza las tradiciones morales de los Peregrinos del Mayflower.
Pudo ver el lugar que ocupaba la Biblia en una gran nación, y escribió en Las Escuelas las palabras siguientes:
“Como si Dios hubiese querido mostrar a los hombres la importancia de la palabra escrita, el libro más antiguo del mundo, el primer libro que escribieron los hombres, el libro por excelencia, la Biblia, ha llegado a nuestras manos a través de cerca de cuatro mil años, traduciéndose en cien idiomas, después de haber sido leída por todas las naciones de la tierra y uniendo de paso a todos los pueblos en una civilización común.
Cuando el renacimiento de las ciencias, después de siglos de barbarie, ensanchó la esfera de acción de la inteligencia sobre el globo, la publicación de la Biblia fue el primer ensayo de la imprenta: la lectura de la Biblia echó los cimientos de la educación popular, que ha cambiado la faz de las naciones que la poseen».
“…El misionero (protestante) lleva consigo un libro, la Biblia, y su necesidad de enseñar ese libro. La religión protestante está en un libro escrito, de manera que para ser cristiano debe hallarse en actitud de leer este libro…”
En realidad Sarmiento se equivoca. Hay miles, quizás millones de personas que no saben leer ni escribir, pero que son cristianos por haber depositado su fe en Cristo. Sin embargo, lo más común en estos casos es que el “recién nacido” en Cristo tenga tales deseos de poseer la Palabra de Dios para leerla que, sea cual fuere su edad, comience el aprendizaje de la lectura.
Continúa Sarmiento:
“El primer cuidado del misionero protestante, es formular la gramática del idioma indígena y traducir la Biblia. Así, pues, esta materialización del cristianismo en un libro hace de la religión un móvil, un instrumento de civilización…”
“La pretensión de los cristianos reformados de regir la conciencia individual en intérprete de la ley divina, hizo necesaria la popularización de la Biblia. Para ser protestante es preciso leer la Biblia. El niño en las lejanas plantaciones entre los bosques de Norte América o en las Islas de la Oceanía, aprende a leer en la vieja Biblia de familia, y el anciano, en sus horas de reposo, descansa acercándose al cielo, con la meditación de las verdades de la Biblia. Mostradme un libro que estemos seguros de encontrarlo en el rancho de las Sierras de Córdoba, en las islas de Chiloé, en las granjas de Aragón, en Louvre de París, en el chalet suizo. ¿Existe ese libro? Nombradlo.
Necesitamos que nos mostréis un libro de enciclopedia que trata de la creación del mundo, de los hechos de los Apóstoles y del Apocalipsis, un libro que dé interés, fantasía que exalte el espíritu, enigma que aguce la inteligencia, poesía que remonte la imaginación, verdad que domine y confunda al lector.
Necesitamos que contenga 66 libros diversos y haya necesidad, encanto y deber de leerlo todos los días, durante la vida, que contenga himnos para exaltar la alegría de la familia, elegías santas para llorar con consuelo en los días de desgracia. Mostradme ese libro. ¡No existe! La Biblia existe así».
Resulta evidente que la Biblia que Sarmiento leía en su edad adulta, era la editada por las Sociedades Bíblicas. Si se hubiese tratado de una versión católica, no hubiese hablado de 66 libros, ya que las versiones autorizadas por la Iglesia contienen además de éstos, los deuterocanónicos o apócrifos del Antiguo Testamento. Las relaciones de Sarmiento con Las Sociedades Bíblicas fueron siempre muy cordiales. Era amigo personal de Andrés Murray Milne, el venerado agente bíblico que viajó “desde Quito hasta el Cabo de Hornos” distribuyendo las Sagradas Escrituras. Y no se podía estar mucho tiempo con Milne sin oírle hablar del Cristo de la Biblia.
Sarmiento concurría al templo metodista de Buenos Aires, en cuyo local se fundó la Sociedad Protectora de Animales que lleva el nombre del prócer. Fue muy amigo del joven y fogoso predicador Juan Francisco Thomson, el de las agitadas polémicas con Roma y del claro y positivo mensaje evangélico.
Para las escuelas normales, Sarmiento hizo venir de Estados Unidos a unas setenta maestras norteamericanas, en su mayoría evangélicas, que fueron seleccionadas al comienzo por el pastor William Goodfellow de Buenos Aires. El recuerdo abnegado de las vidas de estas señoritas perdura en muchas regiones de nuestro país.
La fundación de la Academia Nacional de Ciencias y del Observatorio Nacional Astronómico de Córdoba, dos creaciones de Sarmiento, fue mirada con grandes sospechas por mucha gente de la época. Y las sospechas no decrecieron cuando llegaron a Córdoba sabios protestantes alemanes y norteamericanos para dirigir las dos entidades.
Sarmiento habrá tenido el “virus protestante”. Córdoba tenía en grado máximo el “virus anti protestante”. Y cuando Sarmiento proyectó la Exposición Industrial de Córdoba, sus amigos, conocedores del ambiente, trataron de disuadirlo, llegando a decirle que los cordobeces “al saber que una máquina útil sale de manos herejes, retirarán con asco las suyas, y declararán abominable y malsano el pan que se confeccionase con el trigo que hubiesen trillado, cosechado y sembrado tales máquinas” (A. Belín Sarmiento: Sarmiento Anecdótico).
Pero nada hizo cambiar de propósito al maestro, siguió adelante haciendo de la Exposición un éxito rotundo.
Su visita a la inauguración, en 1871, estuvo llena de incidentes característicos. Algunos años antes, en San Juan, había levantado un edificio escolar sobre las ruinas de un templo. Caminando por las calles de Córdoba, vio una iglesia en ruinas y pensó hacer lo mismo. Buscó al sacerdote encargado y le ofreció dos mil pesos fuertes en pago del terreno, para construir allí una escuela. El cura aceptó con una sola condición: que Sarmiento prometiese por escrito que jamás enseñaría en la escuela un maestro protestante. La respuesta no se hizo esperar: “¡Ya apareció aquello! La enfermedad crónica cerebral. No señor. No he de firmarle. Como Presidente de la República no puedo contraer obligaciones que nieguen derechos acordados por la Constitución”.
En 1822, Sarmiento escribía:
“Oh, si pudieran reunirse en Córdoba algunos protestantes y levantar un templo en lugar aparente, ¡cuánto bien harían al progreso de las ideas! En Buenos Aires los pináculos del templo gótico de los alemanes, las columnatas góticas de los otros templos protestantes, son una lección en carteles imperecederos que están enseñando al vulgo que ésta no es claustra tierra de católicos. En Córdoba dos templos protestantes enseñarían más al pueblo que sigue la procesión de Nuestra Señora del Rosario ”La Mulata», que lo que le han enseñado todos los libros, las ciencias naturales, el Observatorio y las Exposiciones Industriales que no alcanzan a las capas bajas de la sociedad».
Defensor de la escuela laica, Sarmiento era contrario a que se enseñara dogmas de una religión determinada. Era católico. No estaba en contra de las enseñanzas de la moral cristiana. ¿No había acaso él mismo traducido una excelente Vida de Jesús por Carlos Dickens y un catecismo? Lo que no podía tolerar era que en una nación libre se obligase a los niños a recibir instrucción sectaria bajo el nombre de enseñanza religiosa. es célebre su réplica a los ataques de Avellaneda que escribió acerca de “La Escuela sin Religión”. Sarmiento le respondió con un folleto intitulado “La Escuela sin la religión… de mi mujer”.
Augusto Belín Sarmiento, el nieto del prócer, cuenta que poco antes de morir éste, vio pasar un cura, y entonces dirigiéndose a la hija le dijo: “Yo les he respetado sus creencias, sin violentarlas jamás. Devuélvanme ahora ese respeto. Que no haya sacerdote junto a mi lecho de muerte. No quiero que una debilidad pueda comprometer la integridad de mi vida. No quiero que otros disminuyan el valor moral de mis creencias sometiendo mi persona a una superchería de ceremonias”.
¿Cómo interpretar estas palabras? ¿Cómo una versión muy sarmientina de aquello que escuchamos diariamente en nuestra América: “Yo soy católico, pero no creo en los curas”? No lo sabemos. En una carta escrita antes a un gran amigo, medio en serio y medio en broma, le dice en cambio, que cuando estuvo muy enfermo, “hubiese deseado que a la hora de la muerte estuviese por aquí, para verme sacramentado y reconciliado con la Iglesia”.
Sarmiento falleció el 11 de setiembre de 1888. Desde mucho antes tenía en su cuarto de trabajo una conocida lámina traída de los Estados Unidos que representaba Jesús bendiciendo a los niños.
Hablaba frecuentemente con admiración de la escena, y decía que el Señor era “mi abogado”. Creemos que el glorioso anciano, tan contradictorio en tantas cosas, tenía puesta su fe, sencilla como la de sus amigos los niños, en aquel Jesús que había dicho: “Si no os hiciéseis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”.
Este relato de Sarmiento ha sido muy importante para conocer el poder de la palabra sobre todo los timpos, como ha venido surcando las mentes racionales y con sentido comun, la «verdad» jamas podrá se ocultada, muchomenos que desaparesca pues es palabra viva, fue muy interesante que un personaje tan conocido haya tenido una combicción firme de su propio domino de penzamiento, a pesar de las fuertes situciones que tuvo que batallar sin dar un paso atras aun con sus temores a ser cuestionado, me encantó la parte de cundo quiso comprar el terreno para una escuela, en la cual la condición que la imponian no le importó ciendo franco y pos de la realidad y la nesecidad con sinceridad, que era algo a la cual no se podía sujetar, fue a paesr de su tradición: un hombre con domnio propio.
Grasias por esta historia que es parte de la humnidad que no se puede desligar del Creador, pues al El lepertencemos todos…