Marianne Charlier
La paciente entró en mi consultorio, se sentó en silencio y me extendió una hoja de papel, ayudándose con sus dos manos deformadas como ganchos.
Empecé a leer:
Doctora,
Tengo náuseas en el vientre sobre todo al despertar, como un viento frío pasando frente al largo día que empieza.
Quisiera que ya fuera de noche para encontrar paz, pero me encuentro de nuevo cada mañana con la misma angustia y la misma obsesión.
Me rebelo frente a mi enfermedad, cuando antes no pensaba en esto. Estoy atormentada por tener que soportar el tiempo siempre presente y que transcurre tan despacio; lo ocupo de mala gana porque la discapacidad de mis manos, me impide casi todo trabajo.
A veces pierdo la paciencia y vivo momentos muy difíciles; daría mucho por recobrar un poco de entusiasmo…
La vida de la enferma sentada frente a mí había perdido todo aprecio ante sus ojos y su sola esperanza era la muerte. Todo en ella clamaba por asistencia médica, no para ayudarla en el suicidio ni tampoco para curar su mal, pero sí para superar su enfermedad y aceptarse a sí misma tal como era. Desde lo más hondo de su desesperanza, ansiaba la muerte y sin embargo se aferraba a la vida.
¿Pues qué tiene la vida de especial? ¿Y cuál es el significado de la muerte?
Cada vida humana es sagrada
Todas las personas diseminadas por la tierra consideran que el género humano representa una especie única y sin embargo atribuyen a la vida un precio muy diferente.
Budistas e induistas creen en un ciclo de reencarnaciones, razón por la cual matar un ser viviente, cualquiera que sea, representa una falta moral grave, porque creen así destruir la encarnación de un pariente o amigo.
El criterio que prevalece para impedir la destrucción de una vida no es el problema del sufrimiento físico de la criatura en cuestión, sino la razón por la cual esta vida ha de ser suprimida por ejemplo para servir de alimento si se trata de un animal o para evitar la infección si se trata de un microbio si no el precio intrínseco de la vida misma.
Para los humanistas, el hombre representa la cumbre de la evolución porque contiene un potencial insuperable. Por eso su vida tiene un valor único.
Para la Biblia, el hombre se distingue de los otros seres del reino animal por su esencia misma. El hombre fue creado a la imagen y semejanza de Dios, es decir que recibió otra dimensión: una necesidad espiritual que lo lleva a tomar conciencia de la existencia de Dios, de volverse a Él y de mantener contacto con Él.
Encarnándose en Cristo, Dios mismo participa de la naturaleza humana. La muerte de Cristo en la cruz tiene por meta establecer un puente entre el hombre y Dios. Por su muerte nos da, ya sobre la tierra, el poder de volver a ser hijos de Dios y de participar de la naturaleza divina. Por eso, a los ojos del cristiano, cada vida humana es sagrada, aunque sea débil, disminuida o limitada, porque esta vida es una expresión única de Dios. Es una representación de su imagen, que no repitió en ningún otro caso y es en verdad una parte esencial del testimonio que constituye el conjunto de la creación, testificando de la realidad de Dios.
LA CALIDAD DE VIDA
El problema del sufrimiento
Cuando Dios creó a Adán y Eva y les dio la vida, tenía por meta poner sobre la tierra criaturas responsables que reinaran sobre ella y la sometieran con toda libertad, pero siempre bajo la soberanía de Dios. Su alejamiento, la ruptura de las relaciones que tenían con Él suscitó su caída. Aunque condenados por Dios a morir, la Biblia no hace referencia a su muerte física. Su contacto con Dios fue roto y eso significó su muerte, la cual todos hemos heredado. Esta condenación nos afecta a todos no sólo espiritualmente, sino también físicamente, por los sufrimientos que torturan nuestro cuerpo y que, finalmente, nos llevan a la muerte.
Ciertas condiciones físicas, sean congénitas o adquiridas por una enfermedad o por un accidente, son tan penosas que apenas merecen la calificación de vida. La razón por la cual Dios permite todo este sufrimiento es misteriosa, pero su respuesta es clara: “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados y os daré descanso”. Es verdad que Cristo ha aliviado directamente padecimientos físicos con Sus milagros. Es verdad que hoy en día se encuentran curaciones espirituales., Pero la razón esencial de Su venida a la tierra y de Su muerte sobre la cruz no era la de darnos cuerpos perfectos y eternos, sino ayudarnos a atravesar las vicisitudes de la vida, con la promesa de estar cerca de nosotros hasta el fin, y después prepararnos un descanso glorioso.
De modo práctico, ¿qué puede representar todo eso para un niño mentalmente disminuido? ¿para un incurable? ¿para un anciano o para un inválido? ¿por qué sufrir y cómo abordar la muerte?
Los ancianos. El fin de la vida
Francis BACON escribió: “Los ancianos van hacia la muerte y la muerte viene hacia los jóvenes”. Las personas de edad no temen a la muerte cuando sienten que ha llegado para ellos el momento de irse, pero sí temen por una parte, el proceso que los llevará a la muerte, y por otra parte, el aislamiento y el rechazo de la sociedad. Sufren de antemano por la degradación de sus facultades mentales y por el progreso de sus discapacidades físicas, que las separarán de sus seres amados. Nuestra sociedad moderna no tiene lugar para los ancianos. Rara vez se quejan los viejos de sus padecimientos y de sus problemas físicos, aunque a menudo sean esos problemas reales, pero odian sentirse una carga para su familia o para la sociedad. Su escapatoria es la muerte. Por eso, mantener el contacto con otros seres humanos al final de su vida es tan importante, aún más importante que aliviar el dolor o mejorar la calidad de vida.
Los Incurables.
¿Conviene decir la verdad en todo caso?
En estos últimos años, se ha orientado tanto la medicina hacia la prevención y el tratamiento, que la muerte de un paciente se ve como un fracaso, así que la rechazan de manera monolítica. Tanto el paciente que teme tener que enfrentarse a ella, como el médico que rehusa su presencia y que trata de rechazarla y posponerla, cualquiera sea el precio de su esfuerzo.
La muerte es la última experiencia en soledad absoluta, que cada uno de nosotros encontrará un día. Nadie puede enfrentarla en nuestro lugar. Pero si alguien nos tiene de la mano y nos acompaña con cariño hasta sus puertas, el sendero que conduce hacia ella no parecerá tan largo y difícil y nuestro corazón será más fuerte cuando llegue el momento de pasar el puente.
El paciente cercano a la muerte tiene un sentido agudo de percepción de todo lo que le rodea. Percibe la verdad, aunque le tema y es ambivalente en la percepción de ella. Una paciente llegando al final de su vida resumió así, en versos, lo que sentía:
Me acurruco en el calor de mi cama, en el fondo de la habitación,
Mirando las otras pacientes bebiendo su té y charlando
Me pregunto por qué falta tanto tiempo para curarme
y por qué nadie quiere hablar conmigo.
Las enfermeras son tan lindas, me peinan cuando me siento demasiado débil para leer o para coser.
Les sonrío y charlo con ellas: intento no dejar aparecer mi temor
Pero no pueden decirme lo que tanto quisiera saber.
Los visitantes entran. Veo sus ojos turbarse cuando pasan cerca de mi cama.
“¡Qué bonitas flores!” dicen, y pasan muy rápido,
para que su rostro no demuestre lo que no se puede decir.
El capellán hace su visita semanal,
Con su sonrisa amistosa y serena, sin jamás fruncir el ceño.
Habla de la vida con profunda sinceridad.
Yo quisiera hablar de la muerte, pero no sé cómo.
El médico entra, seguido por un cortejo de estudiantes.
Cuchichea con la enfermera, sordo a mi súplica silenciosa.
Quisiera decirle el miedo que me devora interiormente,
Pero todos son demasiado gentiles para hablar conmigo.
Esa paciente ansía conocer la verdad y realmente intenta desesperadamente captar la atención y despertar nuestra compasión. Es lo que hacen todos los enfermos y lo que hizo Job en su tiempo.
Cuando la enfermedad sorprende al hombre su reacción fluctúa con el tiempo, por ejemplo Job. Cuando cayó enfermo, rehusó aceptarlo y maldijo el día en que nació (3:1), después, amargado, acosó a Dios con preguntas:
¿Por qué se da luz al trabajado
Y vida a los de ánimo amargado
Que esperan la muerte, y ella no llega
Aunque la buscan más que tesoros
Que se alegran sobremanera
Y se gozan cuando hallan el sepulcro?
¿Por qué se da vida al hombre que no sabe por dónde ha de ir
Y a quien Dios ha encerrado?
Pues antes que mi pan viene mi suspiro
Y mis gemidos corren como aguas
Porque el temor que me espantaba me ha venido
Y me ha acontecido lo que yo temía
No he tenido paz, ni seguridad ni reposo
No obstante, me vino turbación.
@MARGEN DERECH = (3:20 26)
Y Job sigue discutiendo con Dios:
Está mi alma hastiada de mi vida
Daré libre curso a mi queja
Hablaré con amargura de mi alma
Diré a Dios: no me condenes
Hazme entender por qué contiendes conmigo.
(10:1 2)
Y justificándose a sí mismo, dice:
A pesar de no haber iniquidad en mis manos
Y de haber sido mi oración pura.
(16:17)
Desesperado, Job finalmente acepta su condición y, a través de su sumisión y arrepentimiento, descubre las dimensiones reales del amor de Dios:
De oídas te había oído
Mas ahora mis ojos te ven
(42:5)
Para todos los enfermos, el paso más difícil de atravesar es justamente aceptar su condición; nuestro deber es asistirlos en su progresión, paso a paso. Y si llegan a aceptar su sufrimiento, se les deberá asegurar que será hecho lo imposible para aliviarlos. No hace falta hacerles daño diciéndoles la verdad absoluta. Una respuesta directa y brutal puede a veces matar, mientras que una respuesta indirecta y llena de amor puede ser mejor.
Aquí hay dos ejemplos:
Un hombre de negocios, padre de cuatro niños, fue hospitalizado para una operación del estómago. Consciente de sus responsabilidades hacia su familia y su empresa deseaba conocer el diagnóstico exacto de su mal: “Doctor, dígame la verdad, soy capaz de soportarla”. A la palabra “Cáncer”, su rostro cambió. La misma noche, se tiró por la ventana.
Seguido por un enjambre de enfermeras y de estudiantes, el profesor se acercó a la cama donde yacía un hombre de edad, visiblemente al final de su resistencia y que parecía aterrado por la próxima llegada de la muerte. Suplicante, pidió al profesor: “Doctor, ¿es que verdaderamente voy a morir? El pobre viejo era sordo. El profesor se inclinó gritando tan fuerte como pudo, señalando el cielo con el dedo: ”¡No temas, cree solamente!». El anciano murió en paz.
El primer paciente oyó una condenación, el segundo un mensaje.
LAS FRONTERAS DE LA VIDA
Durante siglos, generaciones de médicos en las huellas de Hipócrates, han aceptado y aplicado sus principios, a saber:
Cada vida es sagrada y los enfermos y los heridos tienen derecho a los cuidados más atentos. Pero el deber del médico, de sostener y prolongar la vida no implica prolongar la pena de un moribundo. Siempre recordaré las palabras de un paciente joven, con una enfermedad crónica, que nos reprochaba haberlo vuelto a la vida. “He fallado en mi muerte”, dijo y nos hizo prometer dejarlo ir la próxima vez.
Por primera vez en la historia, los médicos disponen de instrumentos que les aseguran un poder espantoso sobre la vida y la muerte. Antes, eran los guardianes de la vida y respetaban su valor único e irremplazable. Hoy, son los árbitros de la vida y de la muerte. Son ellos quienes deciden en asuntos de eutanasia, aborto y manipulaciones genéticas. En verdad, son depositarios del poder de decidir sobre quién tiene el derecho de vivir y quién no lo tiene. Pero apoyándose ¿sobre qué leyes? El contrato de la vida con la vida está roto; un nuevo contrato entre mercader y consumidor lo reemplaza.
Vamos a considerar algunos aspectos de este nuevo modo de abordar los problemas.
El aborto afecta generalmente a dos seres: al feto y a la madre. En la mayoría de los casos el aborto es decidido porque la maternidad no fue deseada y es más fácil “deshacerse de este problema molesto” que analizar sus raíces profundas y encontrar una solución en acuerdo completo con la madre. Nadie rehusará la interrupción de un embarazo cuando esto representa un riesgo mayor para la vida de la madre, o cuando existen graves presunciones de malformación en el niño. Pero falta reconocer que, muy frecuentemente, la pérdida de un niño antes de su nacimiento tiende a despertar en la madre graves disturbios afectivos y que ella puede conservar tales disturbios hasta el fin de su vida.
Para los cristianos, un niño es siempre una bendición de Dios y no nos corresponde decidir si él puede vivir o no. Existen varios alegatos bíblicos con respecto a la vida antes del nacimiento, que nos impiden interferirla.
En Jeremías 1:5 leemos:
“Antes que te formase en el vientre de tu madre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones”.
Prueba de que Dios ya se interesa por el hombre antes de su nacimiento. El salmista reconoce la presencia de Dios en todas las circunstancias de la vida humana y ya antes del nacimiento (Salmo 139:16)
“Cuando era solamente una masa sin forma, me vieron tus ojos; y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas.
Y en tu libro estaban escritos todos días de mi vida, antes que ninguno de ellos existiera».
¿Pero, qué podemos pensar de un niño nacido con una deficiencia mental o física? ¿Será él también una imagen de Dios? ¿Es también su cuerpo templo del Espíritu Santo? Es un dilema terrible para los médicos que tienen que decidir entre mantener con vida a tales niños, a veces mediante operaciones muy costosas o a través de tratamientos de reeducación sin fin, o si es mejor impedirles sobrevivir para evitar enfrentarlos a una vida llena de frustraciones.
Cada caso tiene que ser resuelto individualmente y no es aquí el lugar de discutirlo. Permítanme solamente evocar aquí a algunas personas que, a pesar de sus malformaciones o deficiencias, o tal vez, gracias a ellas, aprendieron a conocer a Cristo y fueron utilizadas por Él en varias oportunidades para salvar a otros.
Tal fue el caso de Helen KELLER, sorda y muda, y habiendo quedado ciega en su más tierna infancia. Gracias a un esfuerzo tremendo, llegó a ser una profesora mundialmente conocida.
Denise LEGRIX nació sin brazos y sin piernas en una familia francesa humilde. Llegó a ser una artista, pintora conocida que pintaba con la boca. En su libro describe las numerosas frustraciones y los numerosos gozos de su vida: “Siempre he poseído esta gracia que me salvó” escribe. Un maravilloso eco en la respuesta de Dios a Pablo: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor.12:9).
La significación del retraso mental queda fuera de nuestro alcance. Todo lo que se puede decir es que esos niños pueden también hacer la experiencia de lo bueno y de lo malo, de la pena y del gozo, y cuando encuentran a Dios, saben verdaderamente de qué hablan. “No importa” dijo un día uno de esos minusválidos a mi hermana, “Jesús también vino para nosotros”. Cuando sabemos que este testimonio salió de la boca de un joven retardado mental que había usado droga y fue miembro de un grupo de patoteros, ¿quién puede dudar del precio de esos seres a los ojos de Dios?
COMPASIÓN Y CIENCIA
“Compasión” no significa la emoción del momento, sino la voluntad perseverante de ayudar a un doliente. Es el motor que empuja a alguien a hacer o a aprender algo para otro. Así es para el clínico o para el investigador cuya meta es aliviar el sufrimiento. Sin embargo debemos considerar que no tenemos siempre el derecho de hacer todo lo que es posible.
A veces la prolongación de la vida significa la prolongación de los sufrimientos. En otros casos puede ser que ayudar a alguien obre en detrimento de otros.
Vimos un día en la clínica a un joven de catorce años quien había recibido serios daños en algunos nervios del plexus cervicalis por un accidente de motocicleta. Una larga y costosa operación podía restituirle alguna función de la mano.
Cuando el cirujano le preguntó lo que quería hacer después de la operación a fin de orientar su meta de trabajo de restauración, el chico contestó: “Comprar una nueva motocicleta”. El cirujano rehusó entonces hacer la operación. En efecto, el equipo del cirujano así como la sala de operaciones eran requeridas para una larga serie de intervenciones, de las cuales la vida de los pacientes dependía. Entre ellos había una madre joven, sufriendo de cáncer y ya sobre la lista de espera desde varias semanas. Había que escoger el uno o el otro. ¡Pero qué responsabilidad frente a este joven, este futuro hombre, que iba a vivir y trabajar solamente con un brazo!
Como cristianos, Dios nos da la responsabilidad de hacernos cargo de nuestra vida. Un día tendremos que darle cuentas de lo que hemos hecho con ella y con la de la gente que nos rodea. Esta responsabilidad juega un papel mayor en nuestras relaciones con los demás. En todo lugar donde hay sufrimiento, la respuesta de Dios es “compasión” pero se trata de una compasión tanto sensible como inteligente y reflexiva.
Si en medicina la compasión es el motor principal, los médicos que luchan contra la enfermedad andan por los caminos de la ciencia. Dos componentes difíciles ya que, cada uno por su lado pueden ser sumamente destructivos. Sólo serán beneficiosos si el uno es templado por el otro.
El investigador en medicina puede ser comparado con un botánico que estudia con máximo interés y cuidado meticuloso el muérdago que invade un árbol. Apasionado por el objeto de su investigación, corre el riesgo de olvidarse del árbol y cuando llega a una conclusión en cuanto al parásito, el árbol se ha muerto.
El viejo médico de familia de la época de Moliere y Cervantes no podía hacer mucho daño con sus lavativas y sus pociones, ni al enfermo, ni tampoco al microbio. En verdad estaba atento al árbol pero ignoraba al muérdago. El papel del médico es integrar informaciones de dos naturalezas distintas, paciente y enfermedad, y hacer lo máximo posible para apuntar en la dirección correcta.
EL PRECIO DE LA VIDA HUMANA
En nuestro mundo el valor de alguien es frecuentemente cosa muy subjetiva. Una actriz célebre será estimada a nivel de su remuneración. Un hombre político será tomado como rehén si es bastante importante para su partido o su comunidad para que el rescate sea pagado. La muerte de un general será anunciada de modo individual en los periódicos; al contrario los soldados caídos en la pelea se encuentran como puras estadísticas. La humanidad recordará solamente a algunos Leonardo Da Vinci, Johann Sebastian Bach, Tutankhamón y se olvidará de la mayoría. Para una madre, un niño no tiene precio. Para ella es único y su amor no conoce nada de estadísticas.
Muchos elementos juegan en conjunto para establecer los criterios según los cuales se establecerán los servicios médicos: para algunos pacientes, el tratamiento apropiado podría rechazarse tomando en cuenta su edad avanzada o porque no hay lugar en el momento adecuado en la lista o no hay una cama para ellos, o que alguna otra afección pueda perturbar este tratamiento.
Tratar con el riñón artificial a un insuficiente renal cuesta más de U$S 50.000. por año. Un trasplante de riñón podría, en el curso de los años, traer una baja del precio del tratamiento de estos pacientes. La operación es tan costosa que hace algunos años Gran Bretaña ha cerrado una cantidad de unidades quirúrgicas y sistemáticamente ha suprimido el transplante de riñones de su programa nacional de salud pública.
El progreso cuesta cada vez más y en muchos casos no podemos ofrecerlo a todos los pacientes. Regresamos a la naturaleza, donde solamente los más fuertes o los más ricos de los países sin salud pública pueden sobrevivir. Según estadísticas de computación no conviene invertir más de U$S 50.000. por año en salud por individuo.
Otra alternativa en este tiempo de crisis es el suicidio. Ya sea un suicidio colectivo como hacen algunas sectas o un suicidio individual cuando la presión social se vuelve insoportable. “El infierno son los otros” dijo Jean Paul Sartre. Así contesta Paul Valery, otro escritor francés: “El suicidio es la ausencia de los otros”. En este mundo donde el hombre huye del hombre, esto puede significar que el paraíso y la dicha se encuentran en sí mismo. Si usted es el infierno, tal vez yo sea el paraíso.
Ciertamente no. Pero cuando mi cuerpo, mi templo cae en ruinas, queda una salida: la eutanasia. Hoy varios países Holanda, Bélgica, EE.UU., Alemania,… estudian una legislación que permita este hecho totalmente contra natura y contra las enseñanzas de Dios.
Cuando ustedes ven al hombre destruir la tierra, destruir a los otros, destruirse a sí mismo, pueden reconocer la maldición de Dios. Recuerden Apocalipsis 16:1 2.
“Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios. Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia y que adoraban su imagen”.
Entonces, ¿dependerá el precio del hombre de su fortuna, de su nombre, de su posición social o política, de su condición física?
¡No para Dios!, porque el hombre tiene un valor tan alto a Sus ojos. Dios mismo vino en la persona de Cristo para sufrir con y por nosotros, hasta morir sobre la cruz para que nuestros pecados sean perdonados y gocemos la plenitud de la vida. La cruz es la medida del amor de Dios para con el hombre y la medida del precio del hombre a los ojos de Dios.
MUERTE Y RESURRECCIÓN
La muerte es el fin. El fin de nuestra estancia sobre la tierra. La puerta que se cierra y que no se abre más. Es normal rebelarse contra ella. Como todo castigo, tiene gusto amargo. Jesús mismo, que había venido para morir y conocía la meta de su muerte, gritó a Dios, como todos lo hacemos más temprano o más tarde: “Padre, ¿por qué me has desamparado?”, y también: “…pase de mí esta copa” (Mat.27:46, Mat. 26:39). La muerte es repulsiva. El mismo Jesús no podía admitir la muerte para su amigo Lázaro y es a la vida que lo vuelve a traer, más que para consolar a sus hermanas.
Si la muerte es un misterio, la vida es un misterio mucho más grande. Varias veces en la Biblia, Dios castiga al hombre, después cambia su decisión inicial. Muestra a Ezequías el fin de su carrera, Dios le dijo: “Vas a morir” (Is. 38). Ezequías gritó a Dios y Dios lo oyó y le dio una nueva porción de vida. Como señal del cumplimiento de esta promesa, Dios dejó el sol retroceder. El hecho de interrumpir el curso de un astro no existe y no puede existir según las leyes físicas que determinan nuestro universo. Para que Dios opere un milagro tal como testimonio del favor que otorgó, milagro que, para Él parecía tanto más fácil que dar la vida, ¿cuál es entonces para Él el valor de la vida?
Por el milagro de la fe, Dios puede darnos la vida eterna, de la cual la señal es la cruz donde Cristo murió para que nosotros tengamos esa vida. Esta inmortalidad no corresponde a la sobrevivencia de nuestros cuerpos, valores ínfimos, pero sí es la continuación de nuestro contacto con Dios. Nuestro Padre celestial ha hecho de nosotros sus hijos, pero nosotros nos alejamos de Él. Tal como el padre del hijo pródigo lo recibió cuando regresó a su familia y dijo: “He aquí mi hijo que estaba muerto y ha vuelto a vivir”.
Así Dios, cuando regresamos a Él, en Su amor nos abre los brazos y sin hacer preguntas dice: “Ven a mí mi hijo y vive”. En efecto, la vida no es otra cosa que una adecuada relación de amor y de servicio a Dios y a los demás.
LA ÚLTIMA BATALLA
Algunas personas representan tanto para los otros que su vida adquiere un real valor intrínseco que no está atado al individuo, pero sí al soplo mismo de la vida.
Recordad a Tito, este patriarca de la nación yugoeslava, símbolo de valor, de unidad y de libertad nacional. Al fin de su vida el mundo entero temblaba de miedo ante la idea del caos que podría provocar su desaparición. Día tras día, los periódicos llevaban la misma noticia: el anciano permanecía con vida. Este anciano, esta ruina humana aniquilada por la enfermedad, totalmente dependiente de la máquina (el riñón artificial y el respirador), incapaz de pensar (estaba en coma), aislado de toda acción política. Este anciano, por el sólo hecho de respirar y que su corazón siguiera latiendo permitía a sus sucesores formar su equipo y a su país entrar en la era del “post titismo” sin golpe, evitando entonces un desastre nacional, o tal vez internacional.
El Cid Campeador, héroe de la Edad Media española, traspasado por una flecha y moribundo, fue por su propio pedido, atado sobre su caballo y devuelto al combate. La vista de este cuerpo galvanizó el ánimo de los españoles e infligió la derrota a los atemorizados árabes. Un muerto ganó la batalla, pero un muerto que creían vuelto a la vida.
Cristo también murió. Por su resurrección regresa a nosotros. Algunos lo han visto. Nosotros no lo hemos visto pero sabemos que Él vive, luchando por nosotros al frente del combate. Ansiamos ver el día en que sus enemigos lo reconozcan y caigan de rodillas. Ese día la vida habrá ganado la batalla contra la muerte.
Excelente mensaje, aunque a veces nos sintamos tal ves derrotados, sabemos que Jesús está levantando bandera por nosotros y su Santo Espíritu está a nuestro lado porque es nuestro Consolador y sólo èl llena nuestros vacíos existenciales, porque de èl venimos y hacia èl vamos. Gracias por los mensajes. Dios les bendiga rica y abundantemente.
ES UNA BENDICION DE DIOS, ESTE SITIO,TODOS LOS DIAS ME LEVANTO COMO VERDADERO SOLDADO DE JESUS,PONIENDO A MI SEÑOR DELANTE QUE PELEA POR MI, Y ME DA FUERZAS, VIDA,Y SEGURIDAD Y SE QUE EN EL SOMOS MAS QUE VENCEDORES, BENDICIONES
Gracias por este artículo sobre la vida Por eso Pablo le escribió a los Corintios:¿dónde esta oh muerte tu aguijón? ¿dónde oh sepulcro tu victoria? Es que Dios ama la vida, a tal punto que también nosotros, así como Cristo resucitó, nosotros también. En este mundo donde el temor a la muerte campea, necesita esta mensaje de la vida. Graicias, muchas gracias. Dios les bendiga.
Muy buen e útil contenido, me recuerda mi fragilidad y la proximidad de mi partida solo pido a Dios enfrentar mi muerte con serenidad y valor porque lo viene despues es verdaderamente lo que vale soy de Cristo y espero la vida eterna. Vale? Buen espacio sigan asi
Buen contenido y muy util me ayuada a prepararme para ese momento, soy de Cristo y estoy segura que voy a resusitar con él.
Que maravilloso seria que los medicos tengan a jesus en su corazon, de seguro la muerte en un quirofano seria menor, lucharian a capa y espada por la vida de sus paciente.. JESUS ES VIDA, y vida en abundancia.. Doy grascias a DIOS por la sabiduria dada a cada pastor que escribe en estas paginas, sabiduria que nos pasa a nosotros los lectores.. DIOS NOS BENDIGA A TODOS.. (AMEN)
Ahora comprendo que el sujetar su mano en el postre momento, mantenerla aferrada a mí hasta que su alma nos dejó, es todo lo que podía hacer, incada clamando a Dios en el espíritu por ella, el dolor no me deja casi respirar. Aún me duele su ausencia pero sé que esta con Jesús y la paz que solo Dios puede dar entrea poco a poco en mi corazón, gracias por este mensaje. Dios les bendiga y siga usando poderosamente, a Él sea la gloria.