Paul Tournier
El hombre y la mujer son fundamentalmente diferentes, aunque no lo crean. Es por eso que tienen a la vez tanta dificultad para conocerse y tanta necesidad el uno del otro para desarrollarse. Creo que un hombre nunca puede comprender del todo a una mujer, ni una mujer a un hombre.
El hombre tiene un espíritu teórico y la mujer un espíritu más personal. Suele suceder, cuando le hablo a mi esposa de una cuestión general, de un debate de ideas, que ella me pregunte: «pero ¿de quién estás hablando?» Yo no hablaba de nadie, exponía una teoría. Pero mi esposa necesitaba vincularla a un caso concreto, a una persona. La mujer piensa en personas, piensa en función de personas.
En cambio los hombres, cuando se encuentran entre ellos, por ejemplo los que se reunen en el Café del Comercio para jugar una partida de naipes, trazan teorías magníficas sobre la manera de conducir el mundo e instaurar la paz y el amor universales. Pero son teorías abstractas, sin relación con la realidad inmediata. Si estuvieran allí sus mujeres, dirían riendo: «mejor sería que me ayudaras a secar los platos o te ocuparas de tu hijo y sus dificultades en la escuela, en lugar de dejarme todo el trabajo de consultar pedagogos y sicólogos para sacarlo adelante». De la mujer y bajo su influencia, el hombre puede, pues, adquirir el sentido de lo personal. Una civilización construida por el hombre solo es abstracta, fría, técnica, inhumana.
La mujer, también, piensa en detalles. Los detalles le interesan más que las ideas generales. Cuando se encuentra con su marido, tiene necesidad de relatar todos los detalles de su jornada, qué sombrero llevaba su amiga, qué abrigo tal otra, lo que dijo el conserje o la vendedora de novedades y lo que ella respondió. Muy a menudo el marido escucha distraido, porque no ha comprendido que la mujer está hecha de tal manera que los detalles tienen gran importancia para ella.
A él todo eso le parece monótono y sin importancia. Y cuando la mujer siente que su marido no la escucha, que en cambio lee en su periódico sobre los grandes problemas del mundo, se siente sola. Sola, la mujer se hunde cada vez más en los detalles que tienen para ella cada vez más peso: los chismes y celos del vecindario, las diferencias de precios de un almacén a otro.
Esta mujer hablará cada vez más, relatará cada vez más, pero no será más que un monólogo. Por toda respuesta el marido encogerá los hombros de tanto en tanto. Y el hastío, ese enemigo número uno del matrimonio, como dice el Dr. Théo Bovet, entrará poco a poco en ese hogar. Es evidente que el hombre debe aprender de la mujer la importancia de los detalles concretos y personales sin los cuales las ideas generales sólo son teorías huecas. Y sólo en la medida en que entienda esto podrá a su vez ensanchar el horizonte de su esposa, subordinar su vida personal a la vida del espíritu, enriquecer su cultura y su reflexión. Si un día tiene que lamentarse del hastío, él será el responsable, pues él debió haber aportado ideas más fecundas a su mujer.
De la mujer y bajo su influencia, el hombre puede, pues, adquirir el sentido de lo personal. Una civilización construida por el hombre solo es abstracta, fría, técnica, inhumana.
La palabra misma tiene un sentido distinto para el hombre que para la mujer. Con la palabra, el hombre expresa ideas e informaciones; la mujer, sentimientos y emociones. Esto explica que la mujer puede relatar diez veces la misma anécdota vivida por ella: no es para informar a su marido, que le interrumpe con tono irritado: «¡ya lo sé; ya me lo contaste!» Ella tiene necesidad de volver a contarla para descargar la emoción que el hecho ha suscitado en su corazón.
Muchos hombres no llegan a expresar sentimientos, a pronunciar el «te quiero» que su mujer quisiera escuchar un centenar de veces. Ella pregunta: «¿me quieres?», él responde: «tú sabes que sí». No es que ella lo ignore, sino que querría oírlo decir otra vez. Y precisamente su marido no lo dice.
@DESTACADOS = Muchos matrimonios viven también un conflicto perpetuo entre la profesión y el hogar, sobre todo cuando la profesión del marido es muy interesante y cautivadora.
El expresa sus sentimientos de otra manera, con una caricia, con una mirada, hasta con un gruñido. O aun con un lenguaje más indirecto que la mujer debe aprender a comprender. Me acuerdo siempre de una mujer que sufría precisamente por no oír jamás una palabra tierna de su marido. Un día vino a verme toda alterada; sin avisarle siquiera, su marido había hecho venir obreros para rehacer el piso de la sala.
Toda la casa estaba patas arriba y sucia; hubo que amontonar los muebles en el corredor. La mujer estaba fuera de sí. Yo le dije: «¡cada cual habla como puede! Esa es la forma en que su marido le expresa su amor. Si lo entiende, échele los brazos al cuello y dígale: «¡tienes que quererme para hacer semejante gasto y que yo tenga una sala más linda!».
Muchos matrimonios viven también un conflicto perpetuo entre la profesión y el hogar, sobre todo cuando la profesión del marido es muy interesante y cautivadora. En ese ejemplo vi una gran cantidad de hogares de médicos, de pastores, de profesores, de industriales. Porque la mujer no ha comprendido la inmensa importancia que la vocación tiene para el hombre. Se ha casado con el hombre, pero no con la vocación. Por consiguiente, sus intereses no son los mismos.
El está absorbido por su trabajo del cual no le habla más a su mujer, precisamente porque la siente irritada por esa competencia que le roba el marido. Ella no ve más que las preocupaciones y los problemas que fatigan a su marido y le dan un aire sombrío y ausente cuando vuelve a casa, las cenas de negocios a las cuales no se la invita, los viajes, las horas suplementarias en que se queda en la oficina, los llamados de urgencia.
Su marido toma el teléfono gruñendo contra ese importuno; delante de ella exhala su mal humor. Ella no lo ve junto al enfermo, cuando un instante más tarde se comporta como todo un médico lleno de solicitud y de interés por los problemas que plantea el caso.
Entonces la joven esposa puede tomar entre ojos la vocación de su marido, que, para él es toda la riqueza apasionante de la vida, y viven en dos mundos distintos. Ella dice: «tu oficina» con un tono despreciativo. Se siente fuera de la existencia de su marido, sin tener de él más que las migajas que mendiga.
O bien se toma el desquite creándose su propio mundo, del cual habla cada vez menos porque su marido lo juzga totalmente fútil, en el salón de belleza, los comités o las obras que aquél acusa de ser vanidades. Para comprenderse hay que interesarse por lo que interesa al otro; y hablando es como éste puede comprender cada vez mejor ese interés.
Entonces el horizonte de cada uno de los esposos se amplía en lugar de reducirse. La verdadera comprensión aporta siempre una superación de sí mismo. Entonces el hogar puede servir de raíz a la profesión y a la vocación y nutrir la vida espiritual del hogar. La oposición que padecen tantas parejas puede resolverse. Pero esas diferencias entre el hombre y la mujer seguirán presentes siempre, hasta en aquello mismo que los une: el amor.
Un psicólogo dijo una vez, comparando la vida de una pareja con un espectáculo: para la mujer, el amor es la pieza de teatro en sí; para el hombre, es el entre-acto. Me parece una imagen justa. Para el hombre, el amor es un impulso muy poderoso, pero transitorio, sobre todo, sexual, todo hecho de deseo y de pasión.
Después, sus preocupaciones lo reclaman en otra parte y la mujer tiene la impresión de quedar abandonada. Hablo naturalmente, de los hombres bien viriles. ¡Aquéllos que no se interesan más que en el amor no siempre lo son!
Aun sucede a menudo que la mujer no puede conocer un pleno goce sexual si éste no se inserta en un contexto de entendimiento armonioso y de prolongada comunión afectiva
Recuerdo una divertida novela cuyo autor he olvidado; describía a un joven matrimonio de vuelta del viaje de bodas. Durante algunas semanas los enamorados no se habían separado, habían vivido el uno para el otro. Y he aquí que al día siguiente el esposo retorna a la oficina; la joven esposa se sienta en un taburete, deshecha en lágrimas: «ahora estoy sola; ¡completamente sola!» Llegará el día, esperémoslo, en que esa joven esposa se levantará de su taburete y volverá a tomarle el gusto a la vida.
Pero será, precisamente, porque todo lo que haga lo hará por amor a su marido. Cocinará por amor, barrerá por amor, lavará la ropa por amor. Porque para la mujer, el amor es la vida entera.
Mientras que el hombre se interesa por su trabajo, por el trabajo mismo, por los problemas técnicos que hay que resolver, por la competencia en la carrera y el éxito. Piensa en el amor cuando se encuentra con su mujer al volver a casa. Pero aun entonces hay una diferencia: la mujer tiene sobre todo una necesidad sentimental que el hombre a menudo desconoce.
Quisiera palabras dulces, pasearse con su marido, vibrar con él ante lo que ella admira, comulgar con él en el silencio de la exaltación. Para ella, el amor es un alto nivel permanente de afecto. Es por eso que la mujer quisiera que su marido se quedara siempre con ella, cuenta las horas que él le da, los domingos que se queda en casa, las noches que la lleva al cine. Es su manera de expresar su amor.
Si el marido se va a un partido, ella gime: «¡entonces ya no me quieres!» Si se interesa en otra cosa, es porque ya no se interesa por ella…
Aun sucede a menudo que la mujer no puede conocer un pleno goce sexual si éste no se inserta en un contexto de entendimiento armonioso y de prolongada comunión afectiva. La curva amorosa, en el hombre, por el contrario, tiene el aspecto de un ascenso brusco hacia una cima y de un descenso no menos brusco.
Es esencialmente sexual e imperativo. Eso es lo que a veces le hace decir a la mujer: «tú no me amas; ¡me deseas!» Lo cual significa: «no puedo entender ni aceptar esa forma masculina del amor, impulsiva y breve. Quisiera que el amor de mi marido fuera como el mío, dulce y permanente». Tales incomprensiones pueden llegar en la mujer, hasta la aversión al acto sexual. Le cuesta mucho comprender que su marido quiera unirse a ella repentinamente, estando todavía irritados por una disputa.
Muchas mujeres, asimismo, tienen dificultad para comprender las confidencias de sus maridos sobre sus tentaciones sexuales. ¡Que un hombre tan eminente, tan honorable y tan inteligente, sea atacado por tentaciones tan elementales y vulgares! Ella piensa, sobre todo, que si él la amara verdaderamente no pensaría en otras mujeres, aunque precisamente sea una gran prueba de amor en que se franquee así con ella.
Pero ese marido no se siente comprendido, se siente juzgado y aun despreciado. Se cerrará dentro de sí mismo. En adelante se guardará de hacer confidencias que ensombrezcan la unidad conyugal. Y ese velo de silencio podrá comprometer su unión mucho más que su instinto sexual. La mejor protección contra las tentaciones sexuales es poder hablar francamente de ellas y hallar en la comprensión de la esposa, por cierto no complicidad, sino una ayuda eficaz y cariñosa para triunfar de ellas.
quiero recibir folletos para repartir
Excelente articulo , muy edificante para la salud matrimonial, que DIOS , los siga utilzando para fortalecer el amor y la unidad familiar
bendiciones