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Compromiso Cristiano

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Vivir y Evangelizar.

By ericz  Posted on octubre 8, 2006 In Artículos Leave a comment 
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por Samuel Escobar.                                                                                       
El profesor Samuel Escobar es un apreciado colaborador de la Escuela Bíblica desde el principio. Es además redactor de Compromiso Cristiano y participará como expositor  principal de las Jornadas de Reflexión -mayo/94. En este artículo aborda con su habitual lucidez e inspiración la evangelización, una de las tareas esenciales de la Iglesia. Una misión muchas veces descuidada o tergiversada, y sobre la cual Samuel      nos  invita a reflexionar desde una renovada perspectiva.         
Cada día se agregan miles de personas al cuerpo de Cristo, a la comunidad de los creyentes. Ésta es la comprobación simple pero asombrosa de cualquier observador del mundo contemporáneo. Miles siguen viniendo a Cristo, por los más diversos caminos, en las más varia­das circunstancias, desde todos los estratos sociales. Al hacer esta afirmación no estoy pensan­do primeramente en las estadísticas de bautismo de niños recién nacidos, en el seno de lo que se llama Cristiandad. Tampoco estoy pensando en las estadísticas de las maquinarias organizativas puestas al servicio de lo que suele llamarse "evangelismo". Sociólogos y estrate­gas eclesiásticos manejan estas cifras a su gusto para probar las tesis más diversas.  Pienso más bien en las comunidades vi­sibles de creyentes, iglesias grandes y chicas que he visitado y observado en todas partes del mundo, donde se proclama a Jesucristo como Señor y se intenta el camino de la obediencia a ese Señor. Pienso en personas que habiéndose encontrado una vez con Cristo, han continuado en el camino lo suficiente como para buscar formas permanentes de expresión de su fe. Aun en aquellos que en rebeldía contra iglesias ins­titucionales expresan su fe en formas alternativas de comunión, culto y vida cristiana. Como aquellos griegos que menciona el evangelista Juan hay miles hoy que dicen: Que­remos ver a Jesús. Tal vez van a buscarlo donde no está. Tal vez sólo pronuncian la pregunta cuando tienen alguna evidencia de que es posi­ble que su interlocutor les muestre a Aquel a quien buscan. Tal vez se escudan tras el anoni­mato de una carta pidiendo un curso por correspondencia, o respondiendo a un anuncio al final de un programa radial o televisivo. De manera específica en nuestro continente lati­noamericano se vive una hora de apertura a Jesús como aquella de que habla el Evangelio. Lo que nos hace falta a todos los que nos llamamos cristianos es hacemos estas simples preguntas: "¿Soy yo una ayuda o un obstáculo en el camino de otros hacia Cristo? ¿Es mi iglesia una ayuda o un obstáculo en el camino de los que buscan al Señor?" Estas notas son un intento de reflexión con quienes así se interrogan.­         Partimos de la convicción básica de que Dios está buscando a los hombres. Porque los ama. Porque la vida, muerte y resurrección de Jesucristo no tienen propósito ni sentido sino como expresión de ese amor divino que brota del corazón mismo del Creador. Porque la exist­encia misma del pueblo de Dios, según la Palabra nos lo repite y el Espíritu nos lo recuerda constantemente, expresa el impulso misionero que viene de Dios y que busca el bien de los hombres. Por eso no creo que haga falta un activismo frenético, desesperado, como poseído por un sentimiento de culpa. Hace falta escuchar a Dios con atención y pedirle que nos abra los ojos para ver cómo Él ya está en acción en el mundo, buscando a los hombres, transformán­dolos, y manteniendo por medio de los suyos un mínimo de esperanza y luz en el universo. Y luego, dejamos de ser un obstáculo en el camino de los que buscan y salir más bien a colaborar con Dios en su gloriosa tarea.         He titulado estas notas Vivir y Evangeli­zar. Sí, las cosas en ese orden, que es el orden bíblico. Primero ser y después hablar. El testigo es diferente del propagandista. Vive por Cristo, vive como Cristo. Si es necesario está dispuesto a morir por Cristo. De ese tipo de vida brotan sus palabras acerca de Cristo, cuando brota de la experiencia vital la evangelización vigorosa e incontenible. Como cuando aquella mujer en­cuentra al Mesías junto a un pozo (Juan 4: 1-42), se le conmueve el ser hasta lo más íntimo, deja el cántaro y corre al pueblo: ¡Vengan a ver: Vengan a ver! ¡Qué espontaneidad! ¡Qué vitali­dad! ¡Cómo nos hacen falta! Que el soplo de Dios nos vivifique y nos impulse en esta hora propicia a la obediencia.                                                                                   Caminos hacia Cristo Un buen paso inicial para descubrir cómo podemos ser ayuda en vez de obstáculo en el camino de otros hacia Cristo, es percibir la diver­sidad de caminos por los cuales los seres humanos llegan al Salvador. En cualquier grupo cristiano e iglesia preguntemos un día cómo han llegado a Cristo los allí presentes, y nos encon­traremos frente a una variedad asombrosa de experiencias. Eso es por lo menos lo que yo he encontrado al discutir la pregunta con centena­res de personas de toda edad y condición social, en las más diversas iglesias, en los países más diversos. Encontramos lo mismo al leer con aten­ción las páginas de la historia cristiana y las del Nuevo Testamento. Casi se podría decir que hay tantos caminos como creyentes.  Algunos estu­diosos de los Evangelios creen que los evangelistas seleccionaron casos típicos para mostrar la diversidad de personas cuyo encuen­tro con Cristo nos relatan. Serían casos representativos de otros centenares de los cua­les no tenemos un registro escrito. Probablemente Lucas hizo lo mismo en su libro de Hechos de los Apóstoles. -Cornelio, por ejem­plo, sería el caso típico de muchos otros gentiles que se encontraron con Cristo cuando el Evan­gelio rompió la barrera inicial del judaísmo en el cual había surgido (Hechos 10:1-30). Si a este simple hecho que la observación demuestra le sacáramos todas las conclusiones para nuestra propia acción, en obediencia a nuestra vocación misionera como discípulos, muchas cosas cambiarían. Para empezar, la evangelización dejaría de ser una actividad ex­traordinaria, rodeada de cierto misterio o necesitada de ciertas técnicas. Se convertiría en lo que fue en la iglesia primitiva y en lo que ha sido en la vida de todo discípulo maduro a lo largo de los siglos. Dejaría de parecer una cam­paña de propaganda comercial en la que los cristianos se embarcan de cuando en cuando, para convertirse en un estilo de vida que nos hace a todos canales de la gracia salvadora de Dios. Comparando cientos de observaciones y respuestas personales, y los casos que los evangelios nos presentan, he llegado a la con­clusión de que para nuestra observación y estudio, la gran variedad de casos podría agru­parse en por lo menos cuatro caminos a través de los cuales los hombres llegan a Cristo.                                                          1. La búsqueda de la verdad Este es el camino de los hombres en cuya mente bullen las preguntas acerca de la vida, el hombre, el misterio del universo, el sentido y dirección de la historia. Andan en busca de respuestas que satisfagan su razón y que tengan consistencia lógica. Son como Nicodemo, que cuando se acerca a Jesús lo ve como maestro                  – Maestro, sabemos que Dios te ha envia­do a enseñamos… (Juan 3:2). Son los que dan tiempo a la lectura, como aquel Ministro de Economía de la reina Canda­ce, que iba en su carro:  – ¿Cómo vaya entender (lo que leo) si no hay quien me lo explique? (Hechos 8:31). Los que buscan la verdad así no se con­tentan con una respuesta inicial. Siguen preguntando, quieren saber más, y si hay al­guien dispuesto a escuchar sus preguntas y tomarlas en serio, bien puede que tenga la opor­tunidad de llevarlos al encuentro decisivo con Jesús. Jesús dejó que muchos lo encontraran por ese camino. Tanto él mismo como Pablo, su gran misionero a los gentiles, dedicaron tiempo para dialogar con hombres y mujeres cuya búsqueda de la verdad los había llevado hasta ellos. Hay muchos que están embar­cados en este tipo de búsqueda. Para ellos el encuentro con Cristo es posi­ble si la claridad, la belleza y la lógica del mensaje cristia­no les es presentada en su plenitud. Si las pre­guntas que la situación de hoy plantea encuentran respuesta en el tipo de proclamación de Cristo en que nos involucramos, es­taremos construyendo puentes hacia la salvación para quienes buscan así. Caso contrario estaremos construyendo ba­rreras.                                                            2. La búsqueda de comunidad.           No todos los hombres están embarcados en una búsqueda intelectual. De hecho, quizás los "intelectuales" sean una minoría. Mi convic­ción, fruto de años de observación, es que aún en el mundo universitario aquéllos que realmen­te están embarcados en una búsqueda intelectual son minoría. Hay otros que se acercan a Cristo por el camino de la búsqueda de una relación personal significativa. Es decir llegan a Cristo movidos por su hambre de comunidad. No fue la claridad de un mensaje ni la belleza de una exposición lo que primero los atrajo. Fue más bien el calor de una relación humana diferente. La soledad es uno de los males más ex­tendidos en el mundo de hoy. Allí donde las relaciones humanas están regidas por la sospe­cha, la violencia o la explotación, hay muchos corazones solitarios a la búsqueda de un amigo verdadero. Un cristiano o un grupo de cristianos bien puede ser la primera posibilidad que se le presenta a un solitario para establecer una relación humana auténtica y significativa. El cobrador de impuestos, Zaqueo, es un ejemplo bíblico de este tipo de encuentro con Cristo. Tal como lo describe Lucas, Zaqueo era un hombre rico pero tenía una profesión odiosa. Su riqueza y su posición lo habían separado de los demás. La curiosidad de Zaqueo en cuanto a Jesús no es intelectual. Quería ver "quién era" o "cómo era" Jesús (Lucas 19:3). El evangelista no nos da una idea de la conversación que hubo entre Jesús y Zaqueo. ¿De qué le habló Jesús? ¿Qué síntesis del Evangelio le presentó? No lo sabemos. Para Lucas lo decisivo fue la firme voluntad de Jesús de hacerse amigo de este hombre, al punto de comer en su casa. Y según Jesús la salvación había llegado a la casa de Zaqueo. Aquel encuentro personal de un hom­bre solitario con el amigo verdadero transformó la vida a tal punto que un explotador social llegó a ser un benefactor público. Muchos podrían decir que vieron inicial­mente a Cristo no tanto en la clara articulación del mensaje del Evangelio, sino en el reflejo de Jesús visible y palpable en la vida de algún discípulo, alguna iglesia o comunidad cristiana. Hay muchos seres solitarios y alienados. Para ellos descubrir a alguien que se interese genuinamente por ellos, descubrir algo de au­tenticidad en otro ser humano, puede ser el camino hacia Cristo. ¿Cómo seremos de ayuda para ellos? De nada nos valdrá si únicamente somos expertos repetidores del contenido inte­lectual del Evangelio. Es la calidad de nuestra vida y la calidad de las relaciones dentro de nuestro grupo o iglesia la que va a ayudar a este tipo de persona. El activismo evangelizador des­provisto de interés personal y sincero en los demás, sólo servirá para alejar del Reino a las personas sensibles.                                                        3. La búsqueda de una causa.              No creo que Saulo de Tarso fuese un hombre en busca de la verdad. Estaba plena­mente convencido y  entregado a su verdad con pasión. Tampoco era un alma solitaria. Su vida estaba demasiado llena del activismo religioso y el celo por su causa como para tener tiempo de experimentar la soledad. Era un hombre entre­gado a una causa. ¿Qué le pasó en el camino a Damasco? Su encuentro con Cristo fue el en­cuentro con una causa superior a la causa a la  que estaba entregado.                      Según su propio relato una de sus primeras preguntas fue ¿Qué debo hacer, Señor? (Hechos 22:10). Su vida era una fuerza lista para entrar en acción si encontraba el curso apropiado. Hay vidas así: héroes en busca de una causa. Su búsqueda no es fundamentalmente intelectual ni está en el campo del hambre de comunidad. Se trata más bien de vidas ansiosas de gastarse en el servicio a un Señor y a una causa que valgan la pena.  Y el camino por el que llegan es la atracción que ejerce sobre ellos, la forma apasionada con la que los discípulos de Cristo se han entregado a su causa. Hay quienes dicen que el primer impacto sobre la mente de Pablo debe haber sido la visión de Esteban muriendo valientemente por su Señor (Hechos 7:54 – 8:1). A este tipo de personas la fe en Cristo se le contagia por el entusiasmo apasionado con que se la vive. Más de un estudiante me ha dicho "Yo llegué a ser cristiano porque en mi universi­dad admiraba la dedicación, la disciplina y el entusiasmo del pequeño grupo de discípulos que conocí". No eran las ideas ni el calor de la comunidad de grupo, sino esa disciplina y senti­do de entrega de gente que estaba dispuesta a quemarse para alumbrar, como Juan el Bautista (Juan 5:35). Para este tipo de personas, una vida cris­tiana mediocre, vivida sin entusiasmo y sin pasión, es más bien un obstáculo en el camino hacia Cristo. En cambio la pasión por el Maestro expresada en la disposición al sacrificio si fuese necesario, los atrae poderosamente. Yo estoy seguro que a muchos marxistas militantes no los convencería la verdad cristiana expuesta con claridad ni la simpatía del grupo de creyentes. Los convencería la entrega total y entusiasma­da, disciplinada y eficaz, de discípulos al servicio de Jesús.                                                             4. Un acto poderoso de Dios.           ¿Cuántos personajes de los Evangelios podrían decir que ellos no buscaban a Dios, pero que Jesús se acercó a ellos e irrumpió podero­samente en sus vidas? Ante ese impacto se rindieron. Como ese paralítico sanado junto al pórtico en Bethesda (Juan 5:1-14), o esos ciegos a quienes el Maestro devolvió la vista. No pode­mos nosotros entrar a dilucidar por qué Dios escogió irrumpir de esa manera en la vida coti­diana de estos hombres. Lo que podemos es testificar de su acción poderosa a la cual ellos respondieron positivamente. Lo que más se acerca a este tipo de encuentro con Cristo lo he visto en el este del Canadá, entre jóvenes que habían sido droga­dictos o traficantes de drogas. Muchachos y chicas cuyas vidas tempranamente arruinadas no las habían podido arreglar ni los médicos, ni los psicólogos, ni sus familiares, ni la policía, ni la asistencia social. Para ellos, en un acto de de­sesperación, pronunciar el nombre de Jesús fue encontrarse con el Señor poderoso que los libe­ró de la esclavitud. No fue ni una búsqueda intelectual, ni la soledad, ni la búsqueda de una causa. Fue la desesperada búsqueda de un poder que derrotara al ídolo que los dominaba. Ese poder de Cristo para liberar de cual­quier opresión, para sanar en formas que los hombres no alcanzan a explicar, es un poder que está todavía en acción hoy en el mundo.  Quizás al reducir la evangelización a una empresa hu­mana con recursos humanos y estrategias humanas, nos hemos olvidado que la evangeli­zación es obra de Dios.           Que en última instancia siempre que un hombre se entrega a Dios, ha sucedido algo maravilloso, algo que es una nueva creación. Y quizás debemos recuperar la expectativa de que Dios irrumpa también de manera poderosa en algunas vidas que sólo llegarán a Jesucristo de esa manera.           El camino de la evangelización es como una calle por la que corre el tráfico en dos direcciones. Hemos examinado cuatro vías por las cuales los hombres de hoy están viniendo a Jesucristo. Al descubrirlas y explotarlas percibiremos también que son las vías que los cristianos y las iglesias pueden recorrer cuando, en obediencia a su Señor, salen a buscar a los perdidos. El Espíritu de Dios está en acción en el mundo no sólo impulsando a los hombres en su búsqueda sino también impulsando a la Igle­sia a compartir la riqueza del Evangelio, a recorrer los caminos del mundo al encuentro de los que buscan.     


                         


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