por GILBERTO COLOSIMO
Nuestro es el imperativo de investigar en la Palabra de Dios para conocer las leyes del Reino, y las normas y filosofía de vida del hombre nuevo
SE CUENTA QUE el famoso Miguel Angel, paseaba cierto día con unos amigos por las afueras de Florencia, y vió en medio de un charco un trozo de tosco mármol cubierto de barro y suciedad. De inmediato el célebre artista quitó su calzado y penetró en el charco para retirar el mármol.
Entonces sus amigos trataron de disuadirle: "¿No ves, amigo, que se trata de una piedra sin valor?" "¡Se engañan!" replicó el artista. "¡Dentro de esta piedra hay un ángel, y yo preciso sacarlo de allí!". Llevaron el petrusco al taller, y armado del mallete y del cincel, no tardó en esculpir el ángel que sólo él había adivinado.
El educador ve también en su discípulo la imagen de una piedra sin pulir. Lo trata con ternura, lo cincela con paciencia, lo forma con amor, hasta que sale de sus manos la obra maestra. Esto mismo es lo que Jesús quiere hacer con sus discípulos; desea transformarlos a su propia imagen y semejanza, de igual manera que él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación.
Uno de los grandes dramas de la vida cristiana es el discipulado. Muchas veces, se suele preguntar a los creyentes si se consideran o no discípulos de Jesucristo. Llama la atención que todas las respuestas sean afirmativas, cuando en la práctica la gran mayoría no tiene la menor idea de lo que significa ser discípulo del Señor.
Para comenzar carecen de las nociones más elementales del discipulado; es obvio que no estudian la Biblia; apenas si la leen. Por lo tanto ignoran las enseñanzas del Maestro, y no saben que la finalidad del discipulado, es equipar al discípulo con los conocimientos y las capacidades del hombre nuevo.
Como consecuencia, tienen las ideas más absurdas y contradictorias del pensamiento de Jesús, acerca de temas fundamentales de la vida de acción y relación y viven cercados por problemas y conflictos que los dividen consigo mismos y con los demás, desfiguran su imagen de hombres de fe y tornan incongruentes su vida y testimonio.
Todos los creyentes saben que son nacidos de nuevo. Pero parecería que para muchos de ellos el "hombre nuevo", es sólo una expresión de retórica, una mera figura didáctica, y no una persona tangible cuya identidad, idiosincracia e indoneidad debe educarse y afianzarse cada día. Tales creyentes se satisfacen solamente con "creer y recibir", lo cual -piensan- les asegura perdón y bendición para el presente, así como el cielo y descanso para el futuro. Lamentablemente, al limitar sus inquietudes espirituales a "perdón y cielo", se reducen a vivir una vida cristiana ambigua, sin mayores exigencias.
Por ignorancia de la Palabra, falta de fe o exceso de comodidad renuncian a experimentar las fascinantes realidades de la nueva creación. Como el siervo de la parábola, prefieren esconder su talento en la tierra presumiendo que el "señor es hombre duro".
Como lógica consecuencia, se encuentran constreñidos a pensar y a obrar de manera equívoca, porque en su espíritu se entremezclan los intereses del mundo viejo con los del Reino, y en la medida en que desisten de la vida plena de éste, quedan atrapados en las contradicciones de aquél.
No corresponde a este trabajo, analizar el drama existencial de la humanidad y de su peligrosa presión sobre los cristianos indecisos.
Pero se convendrá recordar, que la existencia humana es profundamente inestable y que la humanidad vive -por ausencia del Arquitecto- en un continuo hacerse.
La vida es árida, está acorralada por una problemática desesperante, y presidida por el signo de la angustia. En esta situación el ser humano se siente solitario, como arrojado al mundo desde lo desconocido y sin un objeto aparente.
Esta condición empuja al hombre a una permanente elección de formas de existencia, para lo cual carece de un punto de apoyo que lo descargue del peso de esa responsabilidad. Al no conocer a Dios busca alivio en dioses falsos, líderes que piensan por él, o vicios que lo aletarguen.
Es obvio, que los cristianos que permanecen sujetos a las condiciones de la vida natural, obligadamente deben participar de los mismos problemas, padecer similares torturas y buscar idénticas compensaciones.
Por eso es fundamental que los creyentes sepan que la salvación implica mucho más que ser perdonados y heredar el cielo. Según el Nuevo Testamento incluye adecuar la personalidad del hombre condicionada por los valores terrenales, en un largo y a veces lento proceso de adaptación a la personalidad de Jesucristo.
Dice la Escritura que los "llamados" lo son conforme "al propósito de Dios", y que una de las más importantes metas de ese propósito es que "sean hechos conforme a la imagen de su Hijo" (Ro.8:28-29), para que "así como hemos traído la imagen del hombre terrenal, traigamos también la imagen celestial" (1 Co.15:49).
Cuando Dios en su Gracia nos concede la nueva naturaleza, nos está proporcionando la única base sobre la cual podemos y debemos construir el hombre nuevo. Es cierto que la misión del Espíritu Santo es ayudarnos en la difícil empresa. El va a inspirarnos, guiarnos, enseñarnos, fortalecernos, santificarnos y consolarnos; incluso va a interceder por nosotros. Pero la intervención divina de ninguna manera va a asumir nuestras propias responsabilidades ni nos exonerará de nuestras obligaciones.
Nuestro es el imperativo de investigar en la Palabra de Dios para conocer las leyes del Reino y las normas y filosofía de vida del hombre nuevo, y de poner en práctica sus principios morales y éticos. Es imprescindible conocer las reglas bíblicas que deben orientar nuestra conducta.
Al mismo tiempo debemos "hacer morir lo terrenal en nosotros…despojándonos del viejo hombre con sus hechos y revistiéndonos del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó, se va renovando hasta el conocimiento pleno" (Col.3:5,10).
Es incuestionable que desde que profesamos seguir a Cristo se nos demanda razón de nuestra fe. Es decir, se espera que sepamos por qué le seguimos. Y tal exigencia no termina con nuestra partida a la eternidad. Por el contrario, parecería que se acrecienta.
La Escritura deja entrever que el propósito teleológico de Dios incluye utilizar en su Gobierno futuro al hombre nuevo, ya perfeccionado y conformado a Jesucristo. Por tantas y tan significativas razones, la respuesta que brinde el hombre nuevo debe ser coherente, desde ahora y por la eternidad, con los objetivos de Dios.
Y apenas reflexionamos en estos trascendentes aspectos de la vida cristiana, descubrimos la gran importancia que el Señor Jesús asignaba al discipulado. Es notable que de una lista de doscientas sesenta y una veces que aparece el término (gr.mathetes) en el Nuevo Testamento, doscientos treinta y tres está en los Evangelios, veintiocho en Los Hechos de los Apóstoles y ninguna en las cartas apostólicas.
La inmensa mayoría se relaciona con el Señor Jesús. Es que él es el Maestro por excelencia, y ningún creyente puede considerarse verdadero discípulo si no le sigue a él. Jesucristo es el único gran Maestro que Dios ha querido enviarnos. A sus pies se consigue el mejor aprendizaje que podríamos desear.
No hay otro que pueda igualársele ni parecérsele. La enseñanza de Jesucristo es pertinente para la fe del discípulo en la tierra, apropiada para la actuación del cristiano en el mundo, y adecuada para la vida del hombre nuevo en el infinito y la eternidad.
Amigo lector: te invito a ser un verdadero discípulo de Jesucristo. Siéntate a sus pies y estudia su Palabra. Abre tus oídos y escucha su Voz. Abre tus ojos y mira su ejemplo. Abre tu corazón y deja que lo penetre con su Poder.
Excelente tema, ha impactado mi vida y lo utilizare para enseñarlo en la iglesia, lo considero muy util para el trabajo de crecimiento y el discipulado que tanto se habla pero que pocos lo ejecutan, gracias y que Dios lo siga usando como un unstrumento para su gloria.