CARLOS HERNÁNDEZ
El final de un paradigma.
El final del siglo (una fecha arbitraria en la “Historia de la Salvación”) plantea a la Iglesia el cuestionamiento de su paradigma modernista. La Iglesia, tal como la conocemos al final de la década del noventa, está asentada firmemente en los postulados de tal paradigma; éstos son:
a) se puede desarrollar una “objetividad científica” la cual me habilita a descalificar al que no repita con exactitud el “credo” de mi confesión religiosa.
b) puedo “definir” con precisión lógica las afirmaciones que conforman mis creencias. Estas definiciones adquieren un nivel de abstracción tal que llegan a conformar conceptos.
c) puedo acudir a una causalidad lineal (genética) que explica la evolución que han sufrido los diferentes componentes de mi creencia.
d) todo lo anterior me lleva a preferir la argumentación reflexiva (racional) a toda otra forma de comunicación y defensa de mi creencia. Hay una teología sistemática que trata cada aspecto de esa argumentación.
Estos postulados tienen como función principal la “legitimación social” que la institución religiosa necesita para constituirse y de este modo ejercer su función de “control”. De esta forma surge mi “identidad” ligada a mi afiliación a la institución, la que es asegurada por las “anticipaciones” de mi conducta: se espera que yo me comporte de determinada forma; si lo hago, me reconocen y yo sé quien soy.
Desde mi identidad yo comprendo al mundo, a mi prójimo y a la “Historia de la Salvación”. El riesgo es no darme cuenta de que éste es un “punto de vista” entre muchos otros igualmente válidos. Si no soy consciente de esto, puedo “sacralizar” mi modo de conocer simplificando el discurso del que quiere creer con mi compañía.
Estos postulados se instauran sutilmente en nuestro modo de configurar la realidad del mundo, sin dejarnos espacio para comprender otras concepciones de lo real, por ejemplo la de los pueblos primitivos u otras culturas. De esta forma adherimos al occidente cristiano en los modos cómo fue decantando a través de los siglos por acción de la reflexión conceptualizante la creencia en el Señor Resucitado. Las imágenes que se me puedan ocurrir o vivenciar con personas de otras comunidades que no sigan estas líneas de cristalización pueden hacer tambalear mi fe. De algún modo, pertenecer al paradigma modernista es algo así como ser “adicto” al modo de pensar occidental.
El cambio de paradigma.
¿Qué es lo que viene? Superada la expectativa en el progreso indefinido, cuestionada la centralidad del hombre en el planeta, la visión sistémica de la ciencia crea una serie de alternativas para orientarnos en medio del desconcierto que produce el derrumbe de las construcciones modernistas.
Esta visión sistémica de la ciencia surge al tomar conciencia de que el hombre en lugar de dominar la naturaleza lo que ha hecho es destruirla poniendo en peligro su propia vida. Este siglo en el que vivimos, nos muestra la tremenda impericia de las operaciones científicas sobre la “tierra”. En un rápido recorrido encontramos las acciones de las bombas atómicas, la contaminación de ríos y mares, hasta la inquietud que provocan los experimentos de la ingeniería genética.
Pero, a dónde vamos con el paradigma post moderno? A continuación se enuncian algunos de los postulados:
a) hay una tendencia a dejar la “publicidad institucional” para recogerse en la “intimidad de los pequeños grupos, cara a cara (construidos a su vez en la diversidad de origen de sus participantes).
b) una tendencia a configurar una “identidad relacional” que surja de la experiencia de “unidad en la diversidad”. Esto representa un cambio radical con la configuración de la “identidad de la anticipación social” (yo soy si me comporto como esperan que lo haga). En la identidad relacional yo soy en la medida que soy capaz de mantener “vínculos” en diferentes contextos.
c) la “intimidad” de los pequeños grupos se hace posible a partir de una espiritualidad que provoque el disfrute de la intimidad de cada creyente con su Salvador y Señor.
d) por lo tanto, en lugar del “trámite” conceptual, lo que obtiene es una “narrativa” que cuenta de las experiencias de transformación permanente que la fe produce en cada creyente.
Posmodernidad, en el lenguaje de la Iglesia, enfatiza la “participación”* en los misterios de la muerte y resurrección de Jesucristo. Esta “participación” desborda las legitimaciones institucionales, las afirmaciones dogmáticas y los mecanismos defensivos de la identidad reactiva de la anticipación social.
Este giro que se produce de lo “público” a lo “íntimo”, tiene que ver con la necesidad de experimentar la “ternura” del Dios Padre. Esta “vivencia” provoca la “certidumbre” de la acción confirmatoria del Espíritu sobre la identidad (la cual es superior al hecho social). Mi nombre está escrito en los cielos.
Es precisamente desde esta identidad trascendente que me torno “disponible”, abierto a la sorpresa, a lo súbito, a lo inesperado; en síntesis, “me dispongo a recibir lo nuevo”. Y es precisamente en este terreno en que se despliega la “Historia de la Salvación”. De este modo adquiero destrezas para un nuevo relato del “único evangelio” para un mundo sediento de Jesucristo. Éstos son algunos de los retos que la Iglesia empieza a escuchar en los bordes del fin del milenio.
Del concepto al gesto.
El concepto define una idea precisándola en un nivel abstracto. Con un lenguaje “consumista”, diríamos que el concepto “envasa” un contenido ideativo. La dificultad aparece cuando se cree que este “envase” es la verdad indiscutible, y en consecuencia, se está dispuesto a ejercer violencia para que las personas acaten lo que el “envase” sugiere como realidad.
Es de este modo que se “construye” el autoritarismo religioso y el dogmatismo científico. El final del siglo desnuda las pretensiones de tales intentos. La crónica diaria lo demuestra: Por un lado el Papa pidiendo perdón por las atrocidades de la institución Iglesia y por el otro barco de Green Peace denuncian las maniobras inescrupulosas que las grandes potencias imponen al planeta con los desechos de las usinas nucleares contaminando mares y naciones pobres.
En lugar del concepto “envase” del modernismo en el futuro se afirmaría la desnudez de la intimidad (una desnudez que no incomoda). El valor de lo simple, sencillo, silencioso, espontáneo. Se recobra de este modo la centralidad del “gesto” (una postura corporal significativa). El gesto narra a través de la naturalidad de la expresión corporal lo que sale del alma. Luego la comunicación formal del concepto irá variando hacia la comunicación informal del gesto.
Por otra parte el gesto señala el “proceso” a diferencia del concepto que señala el contenido. A través del gesto significativo se descubre la secuencia del proceso en donde la idea, la imagen, o la vivencia puja, surge, aparece y se esfuma. Es por eso que el gesto nos ayuda a comprender lo que es “florecer” en la gracia del evangelio.
El gesto se da con propiedad en el pequeño grupo, se afirma en la familiaridad del trato. El gesto organiza el nuevo conocimiento, aquél que no desprecia el milagro, es decir la intervención permanente del Espíritu Santo en la vida de los hombres. Tal vez el gesto más profundo en la psiquis sea el de asistir al “rompimiento del pan” el que quiebra nuestras ensoñaciones y nos despierta a la verdadera historia, la “Historia de la Salvación”.
La Vida de la Palabra y el gesto.
Cuando el gesto de rodear la mesa se constituye, el grupo de personas diferentes, que participa, “integran” las diversas expectativas que tienen de la presencia del Resucitado. Es en este momento que opera una “nueva biología” (vivenciar el poder de la resurrección. Ef.1:19 20).
Este hecho transforma por un instante la corporalidad de los fieles que se ubican en torno del pan y del vino. Este “gesto primordial” que nace en la obediencia a la Palabra, desarrolla un proceso que culmina con el gesto de la contemplación. Esto es, la total disponibilidad para el encuentro con el vencedor de la muerte y del pecado.
Aquí no hay más prevenciones conceptuales ni disquisiciones dogmáticas, sólo el “consentimiento” de “ser tomados por el Espíritu”. Cuando esto sucede, descubrimos participando en el grupo junto e integrado, alrededor del Señor, “el sentido” de nuestra lectura diaria de la Palabra de Dios.
Ésta es una vivencia intemporal; es cuando el eterno amor de Dios coagula el transcurrir del tiempo cronológico, haciéndolo desaparecer. Es a partir del gesto que intuimos estos fenómenos que nos trascienden.
Luego del instante del encuentro, descendemos nuevamente al camino y allí de pronto, los gestos se tornan dinámicos, y caminamos… y caminando llegamos hasta el abrazo del otro que nos recibe con un gesto de hermano. Después del abrazo, alguien indica con un gesto, la necesidad de reiniciar el camino… hasta la noche.
El gesto y la fe.
San Juan de la Cruz gusta decir que la “ciencia es obscuridad para la fe”. De este modo señala lo inapropiado del esfuerzo intelectual para avanzar en el campo de la fe. Si el arribar al “concepto” exige todo un esfuerzo en las propias capacidades inductivas o deductivas, el “gesto” tiene que ver con el soltarse, abandonar las propias capacidades para ensayar una armonía en la cual uno puede “apoyarse”.
Esta actitud de abandono, de desapego de los esfuerzos intelectuales, tiene que ver con la captación de la confianza en el otro. El descubrir lo familiar de la relación. Y lo que hace familiar a la relación más allá de las “reglas de parentesco” o de la amistad particular, es el intenso deseo que en todos hay de un “Redentor”.
Alguien que nos libre de nosotros mismos. El postrarnos, arrodillarnos o inclinarnos son todos gestos que anuncian un cambio de estructura en nuestros comportamientos. La fe, ese mirar en lo invisible, tiene que ver con una postura corporal reverente, que indique nuestra disposición a esta otra forma de relacionarnos con lo real. La fe afirmada en un compromiso total de nuestra personalidad, tiene expresión en un conjunto organizado de gestos que “hablan” de ella. El gesto es la única posibilidad expresiva para las transformaciones contínuas que el Espíritu produce en nosotros. La observación atenta de un niño pequeño nos ayuda a comprender esta afirmación.
Resumen
El trabajo pretende a partir de una “conjetura”, contraponer el paradigma “modernista” con las ideas que se manejan bajo la categoría de “post modernismo”. Esta categoría encierra un número variado de posturas que como un arco se extienden desde un neo positivismo escéptico, hasta una espiritualidad desprovista de contenido. He procurado rescatar las ideas centrales y aplicarlas al “modo de conocer” religioso.
Acentúo la vuelta a la importancia de lo personal así como la tendencia propia de toda institución a tornarse rígida, autoritaria y dogmática. En la trama del trabajo está expresado el convencimiento de que la Palabra de Dios es la fuente a la que vuelve toda pretensión humana de conocimiento riguroso.
BIBLIOGRAFÍA
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