Estimado director:
Sobre el tema de la evangelización hay mucho dicho y escrito y no todos coinciden en lo mismo. Pero sobre todo las diferencias se manifiestan en lo actuado y le daré un ejemplo con una metáfora del azúcar y la sal.
Primero el azúcar. Conozco a un predicador profesional con gran capacidad de oratoria, pero que cuando baja de la plataforma, su vida personal deja mucho que desear. Una vez se lo confrontó con este hecho y él respondió: “lo importante son los resultados” como si se tratara del comentario del ejecutivo de una empresa. Es decir, sus palabras eran dulces pero su vida era amarga.
Ahora la sal. Tengo un buen amigo que se caracteriza por su sencillez, es reservado y tiene un gran sentido de la oportunidad sobre cuándo hablar y qué decir, y esas pocas palabras que pronuncia conllevan la virtud de la sabiduría. Este amigo es un creyente ejemplar, como la sal.
Entre otras cualidades, la sal da sed, similar al deseo que quisiéramos despertar en quienes nos rodean por conocer al que efectuó el cambio en nuestra vida interior.
Qué bueno sería, mi querido director, que sepamos cuándo usar azúcar y cuándo sal. Que combinemos el hablar con una vida que respalde la coherencia de lo que digamos.
Y ya me despido recordándole que no abuse de su buena capacidad de oratoria porque el almíbar que destile puede llegar a ser pegajoso e incómodo.
Su amigo de siempre,
Desiderio