por B. FOSTER STOCKWELL
Desde el tiempo de San Pablo la palabra «gracia» ha sido empleada para resumir sintéticamente todo el contenido y alcance del mensaje cristiano. Como un concepto religioso comprensivo, abarca la actitud misericordiosa de Dios y su propósito eterno manifiesto en Cristo, con todas sus consecuencias en la vida y experiencia cristianas.
Tal es, por lo menos, un modo de presentarnos este vocablo y su significado. Puede preguntarse, quizá, si con esto no cargaremos demasiado esta sola palabra, y si otras, tales como fe y amor, reino de Dios y vida eterna, justicia y misericordia, no serán de importancia igual. No veo ninguna ventaja especial en reducir al mínimo nuestra terminología teológica ni en dejar de emplear toda la riqueza del lenguaje bíblico para exponer nuestras convicciones religiosas. No obstante, hay un valor real, me parece, en clasificar nuestros conceptos teológicos de acuerdo a su mayor o menor importancia y en señalar como de primera importancia aquellos conceptos capitales de los cuales derivan o dependen los demás. Entre los más importantes, a mi parecer, están la gracia de Dios y la fe en Dios, y tal vez estos dos comprendan todos los otros; y entre estos dos la gracia de Dios es indudablemente el más fundamental.
Es de cierto interés recordar, en relación con este tema, la importancia que el mismo tuvo y que aun conserva en la discusión ecuménica de nuestra época. Hace casi treinta años, cuando representantes de las iglesias de Oriente y Occidente se reunieron en Lausana para conversar sobre la fe cristiana, se encontraron profundamente divididos en sus doctrinas sobre la gracia de Dios.
En vista de la importancia básica del tema, la comisión encargada de continuar con esos estudios nombró una comisión teológica que estudiara este asunto y presentara ante el mundo cristiano su informe. Después de varios años de investigación y de conversación, apareció el informe en un grueso tomo titulado La Doctrina de la Gracia, un tomo que abarca estudios eruditos sobre la Gracia en el Nuevo Testamento, en los padres griegos y latinos, en la teología medioeval y reformada, y en los pensadores modernos. Reconozco agradecido mi deuda para con estos estudios, y me permito recomendarlos a los que se interesen por profundizar el tema.
¿Qué significa «gracia»? He aquí el primer problema que encontrara aquella comisión teológica. La palabra se ha usado en tres sentidos principales:
1) la misericordia de Dios en la redención de la humanidad por Jesucristo;
2) cierto don que viene de Dios al hombre, cierta cualidad secreta y misteriosa de vida que le es impartida por Dios al hombre; y
3) el estado del hombre que ha sufrido la influencia de la gracia divina o que ha recibido el don de la gracia.
En breves palabras la gracia es
1) una actitud de Dios,
2) un don de Dios, y
3) un estado del hombre.
Un vocablo que se emplea en tan diversos sentidos necesita, seguramente, de una definición más precisa. Ante todo, nos proponemos excluir de este estudio la tercera significación de la palabra: la del estado de gracia, es decir, el estado del hombre en quien influye el Espíritu divino o quien recibe los dones de la gracia. Dudo que este uso de la palabra sea legítimo si hemos de seguir como norma el pensamiento bíblico. Nos quedamos, pues, con los otros dos significados de la palabra, (1) como la actitud de Dios hacia el hombre, y (2) como un don de Dios al hombre, o una influencia de Dios sobre el hombre. Uno se siente tentado a decir que sólo en el primer sentido se puede usar legítimamente la palabra, para referirse a la misericordia divina, al favor inmerecido de Dios, para con la humanidad; pero es innegable que la palabra se emplea corrientemente en el otro sentido, para significar un don o una influencia.
Esta necesariamente personal; una substancia, como pienso emplear la palabra, es impersonal; una influencia puede ser personal o impersonal glorioso: el rey, su trono y su reino, son figuras de una realidad suprema hacia la que los conduce la historia. David espera y presiente el Día del Señor.
Luego viene la división del reino y parece que comenzara a fracasar el futuro del pueblo hebreo. Se establece al norte el reino de Israel formado por diez tribus, y al sur el reino de Judá. Es claro que ambos reinos marchan a la catástrofe. Sobre todo Israel deja de reconocer a Dios como el Señor de la historia, olvida las palabras antiguas d frase, «hallar gracia en los ojos de alguno»,3 un giro que nada tiene que ver con nuestro tema.
La idea de la gracia de Dios se expresa en otra forma especialmente con la palabra «misericordia» (chesed). Esta es la actitud personal de Dios hacia su pueblo, el favor inmerecido de Dios para con Israel; el amor incansable de Aquel que elige y sostiene, sin impaciencia y sin variación.
No hay en el Antiguo Testamento ni la más leve idea de una gracia impersonal ni de un concepto substancial o cuasi material de la influencia de Dios en la vida humana. La misericordia de Dios es la actitud personal del Señor para con el pueblo que ha escogido.
Pasando al Nuevo Testamento encontramos que la palabra «gracia” (charis) se emplea tanto en el sentido general del favor que gozan los hombres entre sí como también del favor de Dios para con nosotros. En el griego clásico la palabra comprende todo lo que da placer o deleite, todo lo que posea hermosura o encanto; pero en la comunidad cristiana adquiere una nueva significación.
Es interesante notar que la palabra casi no aparece en los evangelios y nunca es atribuida a Jesús. Es Pablo quien la emplea repetidas veces, y la influencia del Apóstol se refleja en los Hechos y en las cartas de otros. Si fuésemos literalistas y consideráramos los Evangelios como la única norma de la doctrina cristiana, bien podríamos preguntarnos si no se le ha dado a la «gracia» una importancia completamente desproporcionada en el pensamiento cristiano. Pero, como hace notar el profesor Manson en el estudio ya mencionado, Jesús tampoco se refiere directamente al amor de Dios.
La vida y la enseñanza del Señor expresan en forma inigualable la gracia y el amor de Dios; y sin embargo Jesús nunca diserta sobre estos temas. Nunca los señala como atributos especiales de Dios. ¿Cuál es, pues, en la enseñanza de Jesús el equivalente de la palabra paulina «gracia»?
«Jesús pone todos los deberes morales en el contexto de la voluntad de Dios y de su propósito a traer su Reino; y esa voluntad de Dios de establecer su Reino es lo que corresponde en la enseñanza de nuestro Señor al concepto paulino de la gracia…Jesús es, pues, en su persona la fuente de la gracia (divina) de la que enseña el Nuevo Testamento, pero no es la fuente del lenguaje que se emplea para describirla. Esta fuente es probablemente el apóstol San Pablo.»
Para San Pablo la gracia significa la actitud del amor de Dios, quien se da en la vida y muerte de Jesucristo. La palabra expresa toda la actitud personal de Dios para con la humanidad pecadora. La gracia de Dios no se opone a la justicia divina, sino a las demandas de la ley o a las pretensiones de mérito de parte del hombre. En la vida del Apóstol, el sistema judío de ley y mérito había fracasado.
En Cristo él descubrió algo completamente diferente, basado en un principio radicalmente opuesto – el principio de «la completa dependencia de la misericordia divina… En las experiencias emotivas que siguieron a su entrega a Cristo – dice el profesor Manson – comprobó que la gracia de Dios… obraba no sólo como la condición exterior de una nueva vida, sino también como su resorte y dinámica interior…Objetivamente esta creencia en la gracia divina como fundamento de la salvación tenía su garantía en la muerte de Cristo por los pecados… La cruz de Cristo… viene a ser el centro luminoso de la revelación y del poder de Dios… Toda la vida redimida descansa en la misericordia, el don inefable, de Dios».
En las cartas de San Pablo no es difícil discernir claramente los dos significados que hemos señalado, es decir, la actitud de Dios hacia los hombres y la influencia de Dios en la vida humana. (1)En el primer sentido, la gracia es la disposición activa de Dios de la que deriva la salvación entera. «Significa que lo que salva al hombre no procede de sí mismo ni de su propia naturaleza, ni de su propio esfuerzo o voluntad, sino que es algo completamente distinto que procede de Dios y que se manifiesta en la Cruz de Cristo».
En esto, dice el profesor Manson, «tenemos el significado cristiano fundamental de la gracia del que derivan los demás usos de la palabra en el Nuevo Testamento y ante el cual todos los demás tienen que justificarse». En este sentido la palabra que corresponde a la gracia divina es la fe humana. Sólo la fe puede recibir el don misericordioso de Dios. «La fe es receptiva pero no es meritoria, y la gracia de Dios constituye tanto su causa como su contenido. Desde el ti APOCALIPSIS
CAPITULO 1
CONCEPTO DE LA HISTORIA
«El cristianismo debe descubrir que, en un sentido sorprendente, el pensamiento religioso se halla inextricablemente ligado al pensamiento histórico.
Herbert Butterfield
El Antiguo Testamento nos habla claramente de la historia como fluyendo hacia un fin. El Dios de los hebreos es el Dios de la historia, y todas las promesas dadas a los patriarcas, a Abrahamy a los profetas, apuntan a una meta.
Israel es liberado de la esclavitud en Egipto para habitar en la gracia divina en la vida cristiana, el fruto de la gracia en las vidas redimidas.
La iniciativa misericordiosa de Dios en la salvación obra sus efectos en los corazones de modos diversos. Pablo escribe de la gracia que le es dada para cumplir su apostolado (Gá 2.9) y de la «gracia en la cual estamos firmes» (Ro 5.2). La gracia de Dios se hace efectiva y presente en diversas maneras ya dándole al cristiano un nuevo estado de vida, ya confiriéndole dones especiales, ya inspirándole a emprender nuevas tareas y asumir nuevas responsabilidades. Nos parece que todas estas cosas son aspectos de la influencia personal del Espíritu de Dios en la vida humana.
Este mismo Espíritu imparte los «charismata» o dones espirituales. Cuando el apóstol piensa en el poder que obra entre los cristianos, habla del Espíritu antes que de la gracia. Cuando habla de la gracia, piensa en primer término en el amor inmerecido cuyos objetos somos. En una palabra, la gracia de Dioses la presuposición de toda la vida cristiana; y nos parece que el empleo de la palabra en las cartas de San Pablo como en otros escritos del Nuevo Testamento nos justifican en darle el significado comprensivo que le atribuimos al iniciar este artículo.
II
Ahora bien, a diferencia de esta presentación paulina del significado de la gracia de Dios, me permito citar un pasaje de una obra teológica autorizada de la Iglesia Católica Romana – una obra que tuvo mucha difusión en su original alemán y luego fue traducida al inglés. Dice así: «Cristo, el médico celestial, infunde en el alma el principio de una nueva vida… La gracia de Cristo obra como la medicina en un convaleciente; sin restaurarla salud del todo y de inmediato, evita las recaídas y fortifica al enfermo para que cumpla con sus deberes… La nueva vida se da en el Sacramento del Bautismo; el poder subsiguiente se comunica, en varias maneras, en la Confirmación, la Extrema Unción, y la Eucaristía».
En este pasaje hay dos elementos que son ajenos al concepto bíblico de la gracia. Uno es la idea de la infusión de una nueva substancia en el alma; el otro es la dependencia de los sacramentos. Si uno trata de penetrar un poco más hondamente en la doctrina católica romana de la gracia, encontrará una terminología abundante que parece excesivamente compleja y confusa.
En los tratados aun populares leemos de gracia operante y cooperante, gracia excitante y adyuvante, gracia preveniente, concomitante y subsiguiente, gracia transeúnte o pasajera y gracia permanente o habitual, gracia suficiente y gracia eficaz, gracia externa y gracia interna.11 La gracia preveniente crea una disposición para que uno busque el bien y espontáneamente ilumina el entendimiento o mueve la voluntad. Este tiene libertad para aceptar o rechazar la gracia ofrecida. Si la acepta, Dios le presta su gracia cooperante, para asistir a la voluntad regenerada en sus elecciones y así hacer posible el crecimiento en la gracia.
La gracia actual es una obra divina por la que Dios influye de tal manera en el alma que los actos del alma sean como los mismos dones divinos. La gracia actual capacita a la voluntad para que realice buenas obras. Los sacramentos son de especial importancia como vehículos o instrumentos de la gracia actual; se dice que ellos imparten al hombre una «potencia metafísica que se infunde realmente» en el alma. La gracia santificante es una calidad absolutamente sobrenatural, inherente en el alma intrínseca y permanentemente, que «nos hace amigos de Dios, hijos suyos adoptivos y herederos de la vida eterna,… partícipes de la naturaleza divina».
La gracia santificante (dicen) «es algo real, una cualidad física que se infunde en el alma, y no un ente moral, un mero favor de Dios».
La gracia suficiente es un medio divino adecuado para alcanzar su fin, pero si encuentra resistencia en la voluntad humana, puede resultar ineficaz; la gracia eficaz; en cambio, «es tal que se puede de ella afirmar que conseguirá infaliblemente su efecto».
dios los bendiga hijos de dios por sus enseñansaa cristianas, nos dotan de tan bellos estudios hasta pronto,contiunen en tan bella accion.
doy gracias al Señor por la oportunidad que nos da ,al accesar a los estudios y comentarios ud. ofrecen con amor al hombre y que indudablemente fortalece la fe de muchos .Gracias por su dedicacion y amor en los estudios que podemos recibir.Diod los bendiga .
esta excelente y muy buena
muy buena y preciosa palabra