por SILVIA HIMITIAN
…»Y ninguno de ellos se perdió, sino aquel que ya está perdido, para que se cumpliera lo que dice la Escritura.» (Juan 17:12)
«El ladrón viene solamente para robar, matar y destruir; pero yo he venido para que tengan vida en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el que trabaja solamente por la paga, cuando ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, porque no es el pastor y porque las ovejas no son suyas. Y el lobo ataca las ovejas y las dispersa en todas las direcciones. Ese hombre huye, porque lo único que le importa es la paga, y no las ovejas. Yo soy el buen pastor; así como el Padre me conoce a mí, yo conozco a mi Padre; así también conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas.» (Juan 10:11-15).
Pedro pesca en el Mar de Galilea, junto con su hermano Andrés. Jesús pasa. Los mira. Levanta su voz y en tono imperativo les dirige un llamado:
«SIGANME, Y YO HARE QUE USTEDES SEAN PESCADORES DE HOMBRES.»
Es una invitación a dejar los propios intereses para volcarse a la proclamación del mensaje que puede hacer libres a los hombres, que puede iluminar las mentes y los corazones y rescatarlos de las tinieblas.
Ellos la oyen y responden. También los otros apóstoles. Resulta una propuesta atractiva. De pronto se ven extraídos del anonimato para convertirse en figuras de primera línea en el nuevo orden que Jesús viene a establecer. No por méritos personales, sino por la excelencia de la palabra que traen. Es un llamado al liderazgo, al éxito.
En muy poco tiempo son multitudes las que los siguen en respuesta al poderoso mensaje del evangelio. Y ellos, como segundos del líder, comparten la gloria, los honores y la admiración del pueblo. Muchos los consultan, y otros les piden su mediación para acercarse a Jesús (Juan 12:20-22). Se sienten importantes y se regocijan en ello. Aunque son gente poco instruida, Cristo les da autoridad sobre los demonios (Lucas 10:17).
Se visualizan a sí mismos como los portadores del mensaje que va a revolucionar al mundo, trastocar todos los valores, revertir el curso de la historia. Hay poder, manifestaciones sobrenaturales y experiencias gloriosas.
Las expectativas son tremendas. Por eso, cuando viene la palabra de la cruz no la pueden recibir. Ni aún escuchar. Pedro reprende a Jesús: «esto no te puede pasar» (Mateo 16:22). No alcanzan a comprenderla (Lucas 18:34). ¡Si están llamados al éxito, la avance, a la conquista! ¡Al liderazgo! Son pescadores de hombres! Pero la cruz llega.
Y no sólo mata a Cristo. En ella mueren todas las expectativas, todas las esperanzas, todas las ilusiones.
«Pensar que nosotros ibamos a cambiar el mundo», reflexiona Pedro mientras repara sus redes para volver al mar, a su lugar de siempre, donde no es mas que uno de tantos, un hombre intrascendente. En la tumba de Cristo ha quedado sepultado todo el triunfalismo mesiánico.
«Sí, el Señor ha resucitado…, pero él pertenece ahora al reino de los espíritus», piensa. «Todo acabó».
-«Muchachos, me voy a pescar. Vuelvo a lo mío».
-«Te acompañamos».
Y allá van. La barca se aleja de la orilla. Pescan toda la noche sin éxito. «Ya ni para esto servimos», suspira Pedro. Jesús espera en la playa. -«Pedro, te voy a demostrar que no acabó todo. Que recién empieza, si tienes el coraje de aceptar este nuevo desafío. Yo te llamé a pescar. ¿verdad? Pues…
-«¡Echen la red a la derecha!»
Los peces rebasan la capacidad de contención.
Pedro percibe la fragancia de un perfume conocido: ¡el poder de Jesucristo! ¿Acaso es el mismo aún? Se arroja al mar. Llega el primero. Recoge la red con los peces y trae los que Jesús le pide. Pero no se atreve a hablar ni a preguntar nada. Come en silencio, como los demás. Cuando termina, Jesús se le acerca y le hace un segundo llamado.
«CUIDA DE MIS OVEJAS»
– «¿Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
– «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
– «Cuida de mis corderos».
– «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
– «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
– «Cuida de mis ovejas».
– «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
– «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero».
– «Cuida de mis ovejas».
Pedro ha recorrido un largo camino. Un camino que comenzó en el éxito y ahora viene a morir en la humillación. Un camino que partió de la realización personal y el reconocimiento popular y acaba en una entrega de sí mismo hasta la muerte.
«Pedro, el decirme que sí ahora te va a costar la vida. Una vida dispuesta para el servicio y una muerte dura al final.
¿Me amas? Sólo si me amas con todo el corazón podrás seguir adelante. Lo que te propongo es muy difícil. No habrá aplausos, ni halagos, ni admiración. Sólo dolor y cargas y mucho trabajo. ¿Quieres ser un pastor para mí? A veces las ovejas te van a ignorar. Quizás alguna te patee o te muerda. Son muchas y alguna seguramente escapará. Vas a tener que ir a buscarla aunque sea de noche y haga mucho frío y llueva.
Aunque te lastimes los pies con las rocas y te rasguñes los brazos con los arbustos. Y vas a tener que traerla en brazos. Es pesada una oveja, ¿sabes? Pero, ¡pobrecita! puede estar lastimada, asustada y sucia. Tal vez pasó frío y hambre y se sintió muy desamparada. A menos que la tomes entre tus brazos y la estreches contra tu corazón, no te permitirá que la cures.
¡Necesita ser amada y recibida así como está! Quizás la veas fea y tonta, ¡pero yo la amo! ¿No quieres cuidarla por mí? ¿Te atreves a hacerlo? Lo único que puedo garantizarte es que tu vida va a ser muy difícil, con muchas lágrimas. Porque tendrás que aprender a amar a mis ovejas.
¿Estás seguro de que me amas? Sólo tu amor por mí puede sostenerte en una labor tan dura. Yo estaré siempre contigo.
Y cuando venga el león, o el lobo, ¡por favor, no abandones a mis ovejas! Pelea contra él. Yo te daré la victoria. Jamás te consideres vencido. Jamás entregues una de ellas al enemigo y la des por muerta. Ve y arrebátala de sus manos. Rescátala en mi nombre.
¿Te pido mucho? Sí. Pero tú me amas. Yo lo sé. Y estás dispuesto. Sígueme».
– «¿Y qué de mi amigo? ¿A él también le tocará lo mismo?»
– «¿Y a tí qué? Sígueme tú. Este llamado es personal: «cuida de mis ovejas». La primera etapa, el colectivo «y yo los haré pescadores de hombres» ya quedó atrás.
No todos los pescadores se convertirán en pastores. No todos los llamados están dispuestos a pagar por el precio. Porque esto es un entregar todo por nada. Es trabajo sucio, pesado y agotador. ¡Y para colmo no luce, y muchos te van a criticar! Tu único galardón estará conmigo. Ah, no. Me olvidaba. Tendrás otra recompensa: el entrañable amor de las ovejas que hayas rescatado, de las hijas de tu dolor».
«NINGUNO SE PERDIO»
La declaración de Jesús: «de los que me diste, no se perdió ninguno» (Juan 18:9) pega muy fuerte. ¡Cuántas veces observamos con desazón que hermanos amados, a quienes considerábamos firmes en el Señor, desertan de nuestras filas y se insertan nuevamente en el mundo! El diablo vine y toma presas de nuestras congregaciones, mata y come. Y nosotros quedamos atónitos y perplejos, sin saber qué acción concreta efectuar con él.
Oramos, sí, intercedemos por aquellos que el enemigo lleva cautivos o toma como rehenes, pero luego de un tiempo nos damos por vencidos, los «soltamos», los «entregamos» en manos del destructor.
Como si ya no hubiera más que hacer. Como si Satanás tuviera el derecho de llevárselos. Aceptamos la situación como posible y cejamos en la lucha. Muchas veces intentamos acercarnos a ellos, visitarlos, pero después de algunos amagos, desistimos, acobardados por su indiferencia, insolencia, o agresividad. Sabemos que están heridos y confundidos por Satanás, pero no logramos acercar a restaurarlos, y con mucho dolor los dejamos ir, incapaces de retenerlos. Cada deserción es una herida profunda, un desgarro por el que la iglesia sangra.
¿QUE HACER?
Y otra vez las palabras de Jesús: «De los que me diste, no perdí ninguno». ¿Cómo pudo lograrlo? ¿Por ser Dios? ¿La iglesia, entonces, no tiene la capacidad de hacerlo?
Creo que el secreto de Jesús era su corazón de pastor, su disposición a darse a sí mismo, a entregarse en forma total por lavar a cada uno de los suyos. Y la certeza de que nadie los podría arrebatar de su mano. Se creaba una relación tan cercana e íntima con sus discípulos, que no había posibilidad de que alguien los pudiera apartar de él.
Eran suyos y él de ellos. Cuando llegó el momento de volver al Padre, no quiso dejarlos en manos de «asalariados» sino de pastores comisionados por él mismo, para quienes fueran como propios. Que hicieran de su seguridad y bienestar el objetivo primero de su ministerio. Aquellos que estuvieran dispuestos a gastar la vida o a perderla del todo. Corazones ardientes decididos a crucificar el yo para lograr revivir en el otro la fe moribunda.
Hoy, a fines del siglo XX, Cristo lanza el mismo llamado. Hoy, en un mundo que agoniza y una iglesia que lucha por mantenerse al margen de la turbulencia que la rodea, y resistir los avances del enemigo, se percibe la misma carencia y la misma necesidad: pastores confiables. Y sigue resonando la voz de Jesucristo: «Cuida de mis ovejas».
gracia le doy a dios por tu mensaje.me hace reflexionar de la importancia de cuidar a mis hermanos y me inspira a enseñar acerca de este pasaje.
Precioso, es una verdad no conocida por todos, pero es divino el poder de Dios para revelarselo a quienes tienen el llamado a ser guardianes de las ovejas de Cristo. Que Dios le bendiga y le siga usando grandemente