Son innumerables las ocasiones en donde súbitamente experimentamos una fuerza, una mano, una sonrisa o una dádiva que no preveíamos. Lastimosamente, no guardamos con la frecuencia necesaria estos registros, sino por lo contrario, recordamos nuestros esfuerzos, justificaciones y obsesiones. Perdonar es la capacidad de consentir un mandato de Dios para asistir al milagro de su gracia. A continuación, un análisis psicodinámico del perdón.
Perdonar es poder elegir de nuevo, librándonos de la obsesión de la repetición. Es reconocer que los otros no son responsables de nuestra infelicidad. Perdonar es permitirnos aceptar que nuestros problemas han sido resueltos.
Perdonar requiere cambiar la perspectiva que tenemos del mundo; mundo que frecuentemente construímos a partir de una ilusión. Creamos un lugar en donde hallamos placer y evitamos el dolor. Pero esta construcción dificulta la percepción del amor incondicional de Dios, ya que disocia la realidad en una ingenua perspectiva que marca por un lado, algo separado de Dios en donde hay sufrimiento. Solamente cuando perdonamos resolvemos esta dicotomía, ya que el perdonar es la expresión más clara del «ministerio de la reconciliación».
Perdonar no es eliminar el error sino empezar a eliminarlo; perdonar es sobre todo desechar el juicio. El perdón apunta al origen de una acción, separando la voluntad de su acción. Por lo tanto desciende al origen de la motivación del hombre. Cuando se perdona se otorga otro punto de vista, se inventa un nuevo sentido para lo que haya sido hecho; transforma la original motivación del ofensor. De esta forma, la persona dañada es capaz de otra suerte de la que intentó por su propia iniciativa el ofensor. Esta victoria sobre el que implica colocarlo bajo un ámbito gobernado por el amor de Dios. «Todo ayuda a bien a los que a Dios aman».
El perdón solamente se puede efectuar sobre una acción ya hecha. De este modo, el amor se expresa en el hecho de perdonar lo que se ha hecho. Perdonar lo que se hará entra en el terreno de la patología. Toda acción tiene su aspecto estéril, es decir sus riesgos. Ninguna acción tiene la promesa de su propia efectividad. Amar es exponerse al fracaso; es decir, nuestro amor puede no ser comprendido. Si queremos eliminar esta incertidumbre, eliminamos simultáneamente la naturalidad de nuestro amor. Es por ello que perdonar es en ocasiones transformar acciones estériles en fructíferas y de este modo, por analogía, crecer en nuestra comprensión del perdón de Dios para todo hombre, tal como se nos revela en Jesucristo.
Amar es exponerse al fracaso; es decir, nuestro amor puede no ser comprendido. Si queremos eliminar esta incertidumbre, eliminamos simultáneamente la naturalidad de nuestro amor.
Perdonar significa reexperimentar el daño causado por el ofensor, pero esta vez en un diferente contexto. Un contexto en el que vivenciamos menos amenazas y en el cual experimentamos mayores recursos a nivel de nuestra emoción, nuestra inteligencia y nuestra comprensión.
Esta reexperimentación nos exige abandonar la posición egocéntrica de ver a los otros en términos de las propias necesidades; debemos deconstruir nuestras defensas y ampliar nuestra comprensión para entender las motivaciones del otro, sus necesidades, sus incapacidades y sus fantasías. Todo esto surge únicamente a partir de nuestra generosidad.
Por todo ello, el perdón resuelve la herida narcisística del yo, es decir el yo deja de ser omnipotente para comenzar a discriminar entre sus fantasías y la realidad. De algún modo siempre se perdona lo que no se quiere perdonar y esto determina la aparición de la realidad con todo el peso y la contundencia de lo que es «real» (no imaginario).
Esta victoria sobre el tiempo y el espacio, muestra la fecundidad del perdón.
Luego el que perdona da un significado a una acción que ha efectuado el ofensor; es decir, el que ha sido perdonado. De este modo el ofensor participa de un sentido que él nunca imaginó, pero todas estas reflexiones nos llevan a un punto central, perdonar es aceptar.
Aceptar que vivimos bajo la gracia de Dios, aceptarnos a nosotros mismos como personas perdonadas, aceptar que de nuestro interior brota una espontánea e innata capacidad de amar. Perdonar es experimentar que podemos deconstruir nuestras defensas, que podemos volver a elegir, que el mundo está abierto a una gama infinita de nuevos puntos de vista. Nuevas percepciones de la multiforme gracia de Dios. Todo lo anterior no es más que la descripción de las condiciones básicas que la persona necesita para crecer; es decir, las condiciones necesarias para experimentar el milagro del amor de Dios.
En resumen. El perdón desactiva la reacción defensiva de la persona; disuelve la aparentemente justa venganza, librándola del resentimiento. De este modo, corta radicalmente el vínculo entre el daño producido y los recursos de la persona, librándola a ésta del ofensor tanto a nivel real como a nivel imaginario.
Es por ello que el perdón distiende, relaja, pone un bálsamo curativo en la herida y estimula la espontánea capacidad curativa. Pero más, el perdón es un milagro porque transforma algo que fue negativo, en una posibilidad de recreación. Es el milagro de poder oir el latido del Señor Jesús. Sí, el amor tiene un ritmo musical que el corazón conoce más que nadie. El perdón es un milagro porque cuando lo practicamos abrimos nuestro oído a la escucha del amor de Dios expresado en Jesucristo.
El Perdón
Introducción:
El pecado es infracción de las normas divinas. Es errar. No dar en el blanco. Hacer las cosas mal.
El pecado separa al hombre de Dios y de sus semejantes.
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. (1ª Juan 1:8)
La fe en Jesucristo, nos restituye a la posición que Dios desea para nosotros. No obstante, el creyente, mantiene en su interior la vieja naturaleza que aliada con satanás le inclina de continuo al mal y esto le hace caer frecuentemente en pecado en sus relaciones con Dios y con los demás, acarreando daños a su propia alma y la de los demás.
La sangre de Cristo vertida en la cruz del calvario es más que suficiente como para que el cristiano encuentre en ella y en la confesión de pecados a Dios el necesario perdón que le restaura a su relación con Dios y su prójimo.
“Si confesamos nuestros pecados, El es fiel justo para perdonar nuestro pecado y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. (1ª Juan 1:9-2:2)
Sin embargo, especialmente, en nuestra relación con los hermanos ocurre con frecuencia que no sólo ofendemos, sino que también somos ofendidos por otros. Y cuando esto ocurre, es necesario seguir las instrucciones de la Palabra de Dios para conseguir la restauración de las relaciones fraternales y salvaguardar así la unidad de la Iglesia.
Es posible que aún no te haya sucedido, pero sin duda te ocurrirá alguna vez y debes estar preparado para saber cómo debes actuar entonces.
Los siervos de Dios por la responsabilidad de su ministerio y por lo abundante de sus relaciones interpersonales, pasan por esa necesidad mayor número de veces que cualquier otra persona.
Pablo nos enseña que el perdón a los hermanos es necesario:
“Para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones.” (2ª Corintios 2:5-11).
Conocemos que el diablo maquina de continuo para conseguir dividir a la Iglesia. Fragmentar el Cuerpo de Cristo y hacer destruir así la obra del Señor.
Antes de tratar a los demás, debemos asegurarnos de que nuestra propia vida esté en orden delante de Dios:
“Mirad por vosotros mismos.” (Lucas 7: 3).
Mateo 18:15
“Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos”. (Mateo 18:15).
Si no es importante para decírselo a quien te ofendió, No debes contarlo a nadie.
Si lo consideramos importante, no debemos comentarlo con nadie, ni tan siquiera al pastor, excepto con aquel que nos ofendió:
“…estando tú y él solos” (Mateo 18:15).
El objetivo no es juzgar, ni demandar arrepentimiento ni restitución a tu hermano, sino ganarle.
“No juzguéis, y no seréis juzgados; No condenéis y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. (Lucas 6:37-38)
No es tranquilizar tus sentimientos ofendidos, sino restaurar al hermano.
Al permitir que tu hermano peque contra ti, Dios te ha escogido para ser el vaso de donde saldrá la restauración.
Algunos incidentes quedan ocultos pero no resueltos llegando a ser una carga tan pesada para la Iglesia que apenas puede seguir adelante. En muchas ocasiones, el poder de la Iglesia, la vida del Cuerpo, la obra de los diferentes ministerios, y la capacidad de crecimiento, quedan contrarrestadas por las cargas de los asuntos sin resolver.
Cuando alguien peca contra ti no has de cerrar los ojos, sino tratar el pecado con la actitud y el espíritu correctos.
Mateo 18:16
Si actuamos con las motivaciones y las formas correctas no será necesario pasar del versículo 15 de Mateo 18.
Pero si después de esto, rehúsa escucharte:
“Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra.” (Mateo 18:16).
Sólo entonces puedes hablar a otra persona. Una herida se cura si se mantiene limpia de contacto exterior. Así, pues, sólo después de que él se haya negado a oírte puedes hablar a alguien de ello.
No se trata de murmurar de tu hermano, sino de restaurar la comunión con él.
Al elegir a la una o dos personas a quienes informarás del hecho, debes procurar que sean hermanos de experiencia y peso espiritual a quien puedas pedir consejo. ¿Es verdad que el hermano ha obrado mal? ¿Estoy yo equivocado? ¿Qué piensan ellos? Después de que hayan orado y considerado el asunto, si están de acuerdo en que el hermano pecó, ya no se trata sólo de tus sentimientos heridos. Puedes ir con ellos al hermano y decirle: “has obrado mal. Será un obstáculo para tu futuro espiritual. Debes arrepentirte y reconocer que estás equivocado.”
“Si no los oyere a ellos, dilo a la Iglesia.” (Mateo 18:17).
La palabra Iglesia, no creo que sea una referencia a la Iglesia completa, en reunión abierta, sino a una representación de los hermanos responsables de la misma, en reunión privada.
Si la Iglesia unida condena al hermano, este está equivocado y si vive a la luz de Dios sabrá reconocer y aceptar el testimonio de la Iglesia.
Debemos usar de autoridad como lo haría Jesús mismo, ya que tenemos su autoridad delegada.
“… Conforme a la autoridad que el Señor me ha dado para edificaros, y no para destrucción”. (2ª Corintios 13:10)
Pero aún esto, debe ser hecho en humildad y mansedumbre. Tratando de reflejar la misericordia con la que Dios nos trata a nosotros mismos.
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”. (Gálatas 6:1-3)
Los responsables de la Iglesia deben ayudar a esta persona a confesar sus pecados. En la Palabra tenemos muchos pasajes que podemos usar para ello. Mejor que oigan a Dios que a nosotros.
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción, mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”. (Gálatas 6:7-8)
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, El es fiel justo para perdonar nuestro pecado y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también `por los de todo el mundo”. (1ª Juan 1:9-2:2)
Todo esto debemos hacerlo con el objetivo de ganar al hermano.
“Si no oyere a la Iglesia, tenle por gentil y publicano.” (Mateo 18:17)
Esto no significa que debemos romper nuestra comunión con esta persona y dejar de hablarle y aún negarle el saludo, como hacen algunos. Sino que debemos considerarla inconversa.
En estas dolorosas circunstancias hemos de aprender a aceptar la decisión de la Iglesia. Ya que lo que la Iglesia hace en la tierra, Dios lo ratifica en el cielo.
“De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo.” (Mateo 18:18).
Lo que dicen los versículos siguientes (19-20), tienen relación con esto.
“Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (Mateo 18:20).
El Señor vela por el proceso y ratifica la decisión de la Iglesia con su presencia en el mismo.
Si éste se arrepintiere, debemos perdonarle, consolarle y restaurarle:
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” (Mateo 6:14-15)
“Pero si alguno me ha causado tristeza, no me la ha causado a mí solo, sino en cierto modo (por no exagerar) a todos vosotros. Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos; así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis al amor para con él. Porque también para este fin os escribí, para tener la prueba de si vosotros sois obedientes en todo. Y al que vosotros perdonáis, yo también; porque también yo lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo, para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones”. (2ª Corintios 2:5-11)
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también os perdonó a vosotros en Cristo”. (Efesios 4:32)
“Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” (Colosenses 3:13).
También se debe advertir al restaurado contra la práctica del pecado.
“Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda y el maligno no le toca”. (1ª Juan 5:18)
Nínive, la ciudad perdonada por su arrepentimiento, fue finalmente destruida por su pecado. (Ver Sofonías 2:13-15)
“Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor”. (Juan 5:14)
“…vete, y no peques más”. (Juan 8:11)
Recompensa de la restauración:
“Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que hace volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados”. (Santiago 5:19-20)
“Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale.” (Lucas 17:3-4).
Este pasaje es similar al de Mateo, pero no es idéntico.
Lucas pone el énfasis en el perdón todas las veces que el hermano venga arrepentido.
No debemos juzgar si su arrepentimiento es verdadero o no. Eso es asunto del hermano con Dios.
No es de extrañar que en el versículo siguiente:
“Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe.” (Lucas 17:5).
No podían creer que el ofensor fuera sincero arrepintiéndose del mismo pecado siete veces en un mismo día.
Sin embargo, debemos perdonar sin preocuparnos por la sinceridad del otro, sino más bien por la nuestra.
“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que pecare contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete.” (Mateo 18:21-22).
Estas palabras tienen más peso, ya que nos enseña cómo debemos perdonar.
El pasaje de Mateo enseña que el perdón de los hijos de Dios debe extenderse sin límites.
Para enseñarlo gráficamente, el Señor utiliza una parábola:
“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El Señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.” (Mateo 18:23-27).
Lo primero a tener en cuenta en ésta parábola es que lo que debemos siempre excede a lo que podemos devolver.
Nuestra deuda a Dios es impagable. No entendemos con claridad la gracia de Dios para con nosotros.
¡Qué absurdo que pidiera más tiempo! Jamás podría pagar aquélla deuda.
Dios oye nuestras palabras (oraciones), pero su respuesta va siempre mucho más allá de lo que le pedimos o esperamos. Al Señor le complace dar gracia.
El no se puede negar a sí mismo, si da, da conforme a su naturaleza.
“Le soltó y le perdonó la deuda.”
Pero Dios tiene un propósito al darnos gracia: Dios espera que los que recibimos su gracia, demos evidencia de la misma.
“Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Más él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que le pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su Señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquélla deuda te perdoné, porque me rogaste, ¿Nos debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” (Mateo 18:27-33).
No hay diferencia entre lo que le debemos a El y lo que otros pueden debernos.
El siervo era justo al pedir que le se pagara lo que le debían, pero nuestra vida de creyente con respecto a los demás no se basa en la justicia, sino en la gracia.
Esta es la base de la comunión entre los creyentes.
Si demandamos justicia a los demás, Dios nos aplicará su justicia:
“Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre Celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.” (Mateo 18:34-35).
Al igual que El te trata a ti, tú debes tratar a tu hermano.
Bendiciones
Gracias por este mensaje.Realmente es de crecimiento para mi persona.
Hay veces no alcanzamos a entender toda la gracia que Dios ha puesto en nosotros ,su amor es tan drande que creemos merecerlo no siendo asi nosotros recibimos de EL POR MISERICORDIA
por que carne somos por lo tanto el pecado abunda en nosotros y si clamamos aÉl por perdon asi mismo nos debemos a nuestros hermanos cuando alguno de llos tambien nos fallan,gracias por ese mensaje tan lindo nos recuerda que debemos perdonar para poder amar
muy buenoest5e mensaje hace poco lo puse en practica en mi vida, y Dios hizo un milagro en mi vida, cuando decidi perdonar a la mama de mi hijo, Dios me permitio ver a mi hijo ya que no lo podia ver por un injusticia de la mama, de mi hijo, pero cuando decidi perdonarla, de corazon, dios comezo hacer el milgaro, Dios os bendiga mucho
gracias por este mensaje..me lo mando el señor
lo necesitaba,para mi vida diaria-.
Maravillosa enseñanza…! Palabra Viva es esta, siento que hoy Dios me ha hablado y me ha dado direccion acerca de lo que debo hacer para perdonar yrestaurar a mi ofensor, que preciosa es la Palabra de Dios, por duro que sea el momento, Dios me dara Su Gracia y Su amor para honrarlo, ser libre y liberar de resentimientos al que me hizo daño, gracias hermanos por enviarme estas enseñanzas Dios les bendiga…!