por RICARDO ZANDRINO
«Jesús los llamó y les dijo:
-Como ustedes saben, entre los paganos los jefes gobiernan con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que entre ustedes quiera ser grande, deberá servir a los demás; y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser su esclavo. Porque, del mismo modo, el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida como precio por la libertad de muchos.»
JESÚS Y EL CONCEPTO DE LA AUTORIDAD
El concepto cristiano de la autoridad es radicalmente distinto al que conocemos habitualmente en nuestras relaciones sociales o laborales, y la diferencia consiste en que, si bien toda búsqueda de autoridad implica un esfuerzo individual, la autoridad humana nace del ejercicio de alguna forma de poder, en cambio la cristiana nace del sometimiento a Dios y al prójimo expresado en el servicio.
Martín Lutero dijo una frase sugerente: «El hombre cristiano es el señor más libre de todos, y no se somete a nadie; el hombre cristiano es el siervo más obediente de todos, y se somete a todos.»
De modo que podemos afirmar que la autoridad del cristiano estará ligada a nuestra capacidad de servicio, o mejor aún, de ser siervos. Y no podemos negar que tenemos un buen ejemplo, pues Jesús, nuestro maestro, dejó los cielos para encarnarse y servir al hombre, y nos indicó el camino que deberíamos seguir si es que deseamos tener autoridad ante nuestro prójimo.
Consideraremos dos tareas que será necesario levar a cabo si deseamos cumplir con la misión que Jesús nos encomienda: el servicio y la proclamación del evangelio. Claro que comprenderemos que nuestra tarea ante la sociedad en la que nos toca actuar, no es compartimentalizada, sino integral. El servicio a Dios y al prójimo no puede estar desligado de la proclamación del evangelio, y viceversa. Tampoco podemos olvidarnos de cada uno de los aspectos que hacen a nuestro crecimiento cristiano que repercutirán en nuestro actuar, en nuestro sentir, y en el amor que pongamos a disposición de nuestro semejante.
PORQUE EJEMPLO OS HE DADO
«Aprende la lección de que, si vas a hacer la obra de un profeta, lo que necesitas no es un cetro, sino una azada.»
Bernardo de Claivaux
Cuando el Señor Jesús estaba en la intimidad con sus apóstoles, antes de enfrentar la muerte, y en los momentos previos a la institución de la Santa Cena, llevó a cabo un acto que marcó profundamente, no sólo de los que participaron del hecho, sino de la iglesia a través del tiempo.
Dice el evangelista Juan: «sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciño. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido (13:3-5)…Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.» (13:12-15)
Recuerdo que, cuando era miembro del Movimiento Universitario Cristiano de Córdoba (M.U.C.), realizamos un campamento, y nos visitó el reverendo John Stott. El tomó este pasaje para analizar, y dijo que el apóstol Juan utiliza un lenguaje metafórico cuando dice que «…se levantó de la cena», es decir que la mesa servida representa su relación con el Padre en el cielo y es símbolo de su condición divina, y luego dice: «…se quitó su manto», lo cual representa su realeza.
Tomó en cambio una toalla y un lebrillo que simbolizan la condición de siervo, para lavar los pies de sus apóstoles ante los cuales debe ponerse de rodillas. También es interesante que al concluir, cierra la figura al decir el evangelista que nuevamente «tomó su manto» y «volvió a la mesa», es decir que después de realizar su misión de encarnación y servicio vuelve al Padre.
Jesús lavó los pies de los discípulos, una tarea que correspondía a los esclavos de la época, y con este acto Jesús representó de una vez y para siempre, que Él desea de nosotros una actitud de servicio y humildad hacia nuestro prójimo. Definió que el llamado es a ser siervos y no jefes, esclavos y no amos.
Dice John Stott en su libro «La fe Cristiana frente a los desafíos contemporáneos»: «El énfasis de Jesús no se centró en la autoridad del líder-gobernante sino en la humildad del líder-siervo. La autoridad de un líder cristiano no es mediante el poder sino mediante el amor, no es por la fuerza sino por el ejemplo, no emplea la coacción sino la persuasión razonada. Los líderes tienen poder, pero el poder sólo está a salvo en las manos de aquellos que se humillan para servir»
También Richard Foster opina respecto de la actitud de servicio para llevar a cabo la misión del cristiano: «…tenemos que comprender la diferencia entre decidir servir y decidir ser un siervo. Cuando nosotros decidimos servir aún estamos encargados del asunto. Decidimos a quién serviremos y cuándo lo haremos.
Y si estamos encargados de las cosas, nos preocuparemos mucho de que otro no nos pisotee, es decir, que asuma la dirección de nosotros. Pero cuando decidimos ser siervos, renunciamos a todo derecho de estar encargados de las cosas. En esto hay gran libertad. Si voluntariamente decidimos que se aproveche de nosotros, entonces no podemos ser manipulados, Cuando decidimos ser siervos, abandonamos el derecho de decidir a quién serviremos y cuándo lo haremos. Llegamos a estar disponibles y a ser vulnerables.»
Jesús nos envía no sólo a servir, sino a ser siervos; un camino difícil de transitar para el peregrino cristiano, pero esencial para el aprendizaje de la humildad que nos permita vislumbrar, los sufrimientos de Cristo.
VAYAN POR TODO EL MUNDO
Es servicio se complementa con el compartir las riquezas que Dios nos ha dado a través de Jesucristo, las buenas noticias de la gracia y el perdón de nuestro Padre y el cumplimiento de las promesas que se concretan en Jesús que entregó su vida por amor a los hombres. También el cumplimiento de esta tarea hace a la autoridad ante el prójimo, porque la Palabra misma es poderosa y, su proclamación conlleva un poder dado por Dios para los que la proclaman. Claro que se sobreentiende que es un poder para liberar, no para condenar.
Durante su ministerio, Jesús envió en diferentes oportunidades a sus apóstoles con la misión de predicar el mensaje de buenas nuevas. Cuando resucitó, se presentó ante sus discípulos y los envió a esta misión diciéndoles: «Vayan por todo el mundo y anuncien a todos este mensaje de salvación. El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado» (Mc 16:15-16 V.P.).
Antes de ascender al cielo, les dijo a sus discípulos que estaban reunidos allí: «…recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.» (Hch 1:8 R.V.)
Existe la promesa de un poder sobrenatural brindado por el Espíritu Santo, un poder que pronto tendría sus manifestaciones visibles cuando vino en el día del Pentecostés Judío: «Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se le aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.» (Hch 2:2-4 R.V.)
Pentecostés, del algún modo, representa la contracara del intento de la Torre de Babel. Allí el hombre quiso concretar una constante de la condición humana: llegar por sus propios esfuerzos ante la presencia de Dios. El resultado fué que hubo gran confusión entre las gentes porque comenzaron a hablar en distintos idiomas sin poder comprenderse entre sí.
La motivación del intento de Babel fue la soberbia del hombre reunido en la primer ciudad de la historia -como lo demuestra magistralmente Jaques Ellul en su libro «La ciudad»-. Pentecostés, en cambio, surge a partir de la iniciativa de Dios para comunicarse con el hombre. Es Dios que ha traído las buenas nuevas para el hombre a través de la obra del Señor Jesucristo y brinda el poder del Espíritu Santo para transformar su corazón.
La misión de la proclamación del evangelio es un camino que ningún cristiano puede dejar de recorrer. Ningún discípulo tiene la excusa de decir «yo no tengo el don de la predicación», o «yo soy muy tímido, que lo haga otro con más facilidad para las relaciones públicas». Es que Jesús fue claro: vayan por el mundo y proclamen. Creemos con el corazón y además debemos proclamarlo con nuestra boca. Pero es pertinente recordar que el mensaje de las buenas nuevas es más que la mera proclamación verbal, toda nuestra vida debe estar encaminada a expresar que hemos sido cambiados por Dios no sólo en apariencia o de una manera superficial y acartonada.
El Espíritu debe manifestarse con poder a través de nuestro crecimiento en Cristo, que se traduce en acciones y actitudes en bien de los demás, de nuestro compromiso social solidario con los más necesitados.
Hay en nuestros días una necesidad espiritual muy grande, y debemos estar preparados para dar respuesta a esta demanda. Producir en quienes nos rodean, una curiosidad al principio, y luego una necesidad espiritual por adquirir el tesoro que nosotros tenemos en nuestro corazón. Recordemos que somos sal, y una de las cualidades que aveces olvidamos de ella, es que produce sed, que en el caso de la proclamación del evangelio será sed espiritual para beber del agua viva.
Pero recordemos que en nuestra vida cristiana no todo es actividad. Si queremos realmente tener la autoridad que surge de una vida junto a Jesús, deberemos separar tiempo para estar a solas con Él y alternar actividad con meditación. Como dice Santa Teresa de Avila: «Retírate tú mismo a la soledad, y te encontrarás con él dentro de ti mismo».
Entonces si estaremos sentando las bases para una auténtica autoridad.
1.- John Stott «La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos» (Ed. Nueva Creación, Buenos Aires, 1985) Pág. 390.
2.- «Alabanza a la disciplina», (Editorial Betania, Puerto Rico, 1986) Pág. 123.
maravillosoooooo
tan hermosos son los mandatos de cristo! ! ! pero porque nos cuesta tanto humillarnos y renunciar a ser sovervios…..
Hola muchas gracias, por permitirme reflexionar la importancia que tiene el vivir bajo la autoridad de Dios, así como no olvidar las palabras de Jesús id a las naciones y predicar el evangelio, el poder realizar servicio a otros seres humanos que sufren y necesitan palabras de aliento.
DESDE QUE ACEPTE A JESUS INICIE A LLEVAR SU MENSAJE, ME SIENTO MUY UTIL, Y MI VIDA ENCONTRO UN SENTIDO, DEJEMEN DECIRLES HERMANOS, QUE YO FUI TARDO EN EL HABLAR COMO MOISES, PERO AL LEER LA BIBLIA ME ENTERE DE ESTO, COMPRENDI QUE DIOS ES EL QUE MUEVE NUESTRO LABIOS, COMO EL SALMISTA DICE MI BOCA SE LLENARA DE RISA, Y MIS LABIOS DE ALABANZAS, ENTONCES DIRE A LAS NACIONES GRANDES COSAS HA HECHO EL SEÑOR…ME GOZO EN SU PRESENCIA…DIOS LES BENDIGA.
Gracias por recordarme la esencia del verdadero cristiano. Dios les bendiga!!!
es maravilloso la oportunidad que tenemos para llenarnos del poder de las escrituras de las bendiciones de Dios que Dios les bendiga