Estimado Director:
«¡Si señor!», «¡en seguida voy!», «¡como usted mande!», «¡a la orden!». ¡Cómo les gusta a los jefes y directores que les respondan con estas frases! Pero no se preocupe, no lo estoy acusando a usted de andar tras la búsqueda insaciable de poder. En realidad estoy haciendo una reflexión genérica sobre ciertos rasgos del ser humano.
Tomemos algunos casos: un buen amigo, obsesionado desde hace muchos años con el tema, siempre me repetía: «Estimado Desiderio, no crea que yo no ejerzo la autoridad, el único problema es que nadie me hace caso.»
Conozco el caso del vecino de un amigo de otro amigo, que pondría los pelos de punta al mismísimo Dr. Adler, contemporáneo de Freud, que creía que el deseo de poder era el nudo que explicaba todos los vericuetos de la mente. Según me contaron, este hombre tenía una sed de autoridad tan desmesurada, que en la oficina donde trabajaba era capaz de suplicar de rodillas que lo dejaran mandar. Era tan descarado su afán, que todos se cuidaban muy bien de no darle el más mínimo espacio de poder.
Pero por una de esas vueltas de la vida, un día se encontró con que lo habían nombrado jefe de un sector. En las próximas veinticuatro horas, dio órdenes, escribió normas, imprimió leyendas en las paredes, tales como: «Prohibido replicar», «no desparrame», «cuidado con las migas», «no interrumpa» y muchas más. Estaba en plena tarea de mando, cuando descubrió que su nombramiento había sido otorgado por un lamentable traspapelamiento de expedientes.
Cuando se lo comunicaron, interpretó que era un complot para destruirlo, que no iba a permitir tal atropello, que a él siempre lo habían perseguido por envidia. Y continuó diciendo dislates que fueron aumentando de calibre, hasta que finalmente se lo tuvieron que llevar a un manicomio, donde todavía sigue dando indicaciones.
Pasando a otra cosa, ahora le voy a contar el modo por el cual un vecino resolvió el problema que nos ocupa: primero le preguntaba a su esposa que es lo que ella quería hacer, entonces, una vez que conocía sus deseos, le ordenaba que los llevara a cabo ¡Es una buena forma de nunca quedar descolocado y siempre ser obedecido!
Pero usted no ponga en práctica este método en la dirección de su revista, sino vamos a terminar leyendo artículos con los más disparatados puntos de vista. Quédese sólo con mis cartas, que con ellas ya tiene una buena cuota de ideas fuera de lugar.
Su desautorizado amigo
Desiderio
leelo