por MIGUEL A. ZANDRINO
Alejandro Clifford era un hombre de corazón tierno. Solía adoptar una actitud severa, pero realmente su amor y su humildad eran cualidades destacadas de su personalidad. Al recordar la vida abundante de amor y de servicio, damos gracias a Dios por todo lo que ha representado el querido hermano para el beneficio del pueblo cristiano
EN LA MADRUGADA del 12 de febrero de 1980, Alejandro Clifford se durmió en la paz del Señor, a los 73 años de edad. Fue a la casa del Padre, lo cual era mucho mejor para él, pero su inesperada partida conmovió profundamente a familiares y a cuántos lo querían de corazón. En breve se cumplirán diez años de su desaparición, y durante este tiempo hemos sentido la ausencia del hermano fiel, del querido amigo y del maestro humilde y sabio al que recurríamos constantemente para compartir inquietudes, necesidades, alegrías y tristezas.
Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo más de cerca supimos de su profunda espiritualidad, de su integridad moral, de su humildad y de su capacidad de ser pobre.
Era espiritual, porque vivía diariamente en estrecha relación con Dios, pero sus pies estaban bien plantados sobre la tierra. Era íntegro a toda prueba, de una sola pieza, sin dobleces; a veces esta virtud lo hacía aparecer como un poco rudo por su intransigencia consigo mismo, pero con generosa tolerancia para con los demás.
A pesar de su cultura bíblica y teológica, era humilde, y nunca nadie se sintió avasallado por su sabiduría. Su capacidad de ser pobre llenaba de asombro: no tenía apego a los bienes materiales, ni buscó la popularidad o la fama, ni trató de despertar admiración, ni aspiró a ser honrado por los hombres. Y éstas son todas marcas de su gigantesta estatura espiritual y humana.
Durante el año anterior a su fallecimiento lo vimos ejercitar una fe inconmovible a su Señor en relación con su enfermedad que requirió una delicadísima intervención quirúrgica: debía ser operado de un tumor que le oprimía el nervio óptico y que amenazaba con hacerle perder la vista. ¡Para un lector como Alec perder la vista era lo peor que podría ocurrirle!
En estos días difíciles vimos aspectos nuevos de su personalidad en su serena aceptación de la voluntad de Dios, y una secreta convicción que se traducía, de haber cumplido con la obra que Dios le había encomendado.
La operación resultó un éxito. Luego nos contaría de la expectativa intensa cuando le retiraron el vendaje, la alegría de volver a ver a sus nietos y a sus libros. A todo esto promediaba el año 1979. Su querido amigo Samuel Escobar, al que algunos años antes había nombrado Director de Pensamiento Cristiano, residía en la actualidad en el Perú y Alec debía trabajar en la edición de la revista, y así apareció el número 98 en julio de 1979 con una introducción de Alec titulada «Una pequeña página autobiográfica», que transcribimos a continuación:
Sí, tengo que escribirla. No es que hoy me sienta más importante que ayer. Pero hay una fuerza que me dice: «¡Escríbela! Escríbela para tus amigos de P.C. Para Willie en Londres, para Miguel en Montecarlo, para Pablo, Catalina, Juan, John, Pedro I y Pedro II, Juan Antonio y los demás `compadres’ en Madrid. Para José, José María, Miguel y Antonio en Barcelona. Para Abdón en el norte argentino, y por supuesto para nuestro Samuel en el Perú». Sé que él me perdonará que yo ocupe este espacio en el cual por lo general conversa con los lectores. Además hemos querido ponernos al día en cuanto a fecha, cosa casi imposible, pero en eso estamos y las colaboraciones de Samuel no nos han llegado hasta la fecha. Así que vamos a lo autobiográfico.
Muchos de ustedes conocen minúsculos detalles de mi prosaica existencia. Se ha dicho alguna vez que todo escrito es autobiográfico. En mi caso, primeramente en las páginas de El Despertar y luego en las de P.C. he procurado durante cincuenta años extraer lecciones espirituales de los más sencillos hechos de mi vivir cotidiano.
Pero vamos al grano, a la página de hoy.
Comencemos desde el principio. Lo malo es que no puedo precisarlo con exactitud… Hace más de un año que empecé a sufrir de la vista. A una rata de biblioteca como yo, esto es de lo peorcito que le puede acontecer.
La cosa se agravó y de repente, con brutal franqueza, el especialista que me atendía me dijo que había perdido la vista del ojo derecho y que el izquierdo iba rápidamente por el mismo camino.
Ustedes se darán cuenta del efecto que me hicieron estas noticias. Cada vez que entraba a mi desordenada casita y veía los miles de libros, retratos, papeles, creo que me moría un poco. Y mis glándulas lagrimales tenían exceso de trabajo por un buen rato.
Los médicos seguían entre tanto su labor. El oftalmólogo, una eminencia mundial, me envió a un neurólogo; éste a un radiólogo, que me puso en manos de un neurocirujano. Entre todos descubrieron que la causa de mi inminente ceguera era un tumor de hipófisis que hacía presión sobre mis nervios ópticos. Había que operar, y rápido.
Imagínese mi situación… 72 años de edad, 90 kilos de peso y una diabetes más que incipiente. Esto frente a una delicada operación de cráneo. Mis oraciones se hicieron constantes. Yo conversaba con el Señor casi a cada momento, buscando una guía, un indicio de lo que debería hacer.
Luego de estudios y exámenes muy meticulosos, los médicos decidieron que la operación era indispensable, y que a pesar de mis «contras», mi estado físico era óptimo para someterme a ella.
Y así fue, queridos hermanos, que el 22 de mayo me abrieron la cabeza y extrajeron el molesto tumor, que resultó ser benigno (¿Habrá realmente tumores benignos?).
Les voy a hacer una confesión. No temía morir. Nunca antes
he tenido una seguridad tan grande de mi salvación. Pero no deseaba morirme.
Y le expliqué al Señor mis razones. Entre ellas había diez muy importantes: mis diez nietos. Quería disfrutarlos un poco más en la tierra, y aquí estoy, escribiendo con bastantes dificultades esta página.
Cada día estoy un poco más fuerte y espero que pronto podré comunicarme con mis amigos. Mil gracias por las oraciones y por las cartas. Mi familia y yo estamos profundamente conmovidos. ¡Y vaya un agradecimiento muy especial a Haydée que… ¿se dan cuenta? ¡Me ofreció uno de sus ojos!
Se me nubla la visión. Se me anuda la garganta. No puedo escribir más. Dios los bendiga a todos. Hasta pronto.
LA PERSONALIDAD DE ALEJANDRO CLIFFORD
Tenía alma de poeta: una finísima sensibilidad para escribir y expresar sentimientos. Toda su obra literaria y su vida misma, estaban impregnadas de esa delicada sensibilidad que lo hacían intensamente humando en su relación fraternal.
Era un erudito en varias disciplinas: en Biblia, en literatura, en idiomas. Fue fundador y profesor de la Escuela Superior de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba. Docente por vocación, también fue fundador y profesor de la Escuela Superior de Comercio dependiente de la Universidad, profesor del Colegio Monserrat y de la Escuela Normal Alejandro Carbó.
En otro orden de actividades fue fundador, y por muchos años director del instituto de intercambio cultural argentino británico: Cultura Británica de Córdoba. Pero pronto en su vida, alrededor de los cincuenta años, abandonaba todas las actividades privadas para dedicarse a tiempo completo a las tareas del periodismo evangélico.
Siendo joven, en 1928, fundó la revista evangélica juvenil «El Despertar», de las iglesias de los hermanos, que tuvo amplia difusión durante unos cuarenta años. Esta tarea la realizó con Nigel Darling, Arturo Hotton y Plinio Zandrino. En 1953 fundó «Pensamiento Cristiano», revista evangélica no denominacional de contenido teológico y bíblico de gran difusión en Hispano América, cuyo número 99 aparecía al comenzar los 26 años de vida de la revista, coincidiendo con su muerte y la desaparición de la revista.
Alec fue Director de Pensamiento Cristiano hasta pocos años antes de su fallecimiento, habiendo cedido la dirección a su discípulo dilecto: Samuel Escobar. Pero nunca dejó de trabajar en ella. La sección bibliográfica de P.C. representó a través de los años un esfuerzo gigantesco para Alec, por la cantidad de libros que debía leer para comentar en las páginas bibliográficas, sección sumamente valiosa de la revista.
En los últimos años compartía esta tarea con Samuel, no obstante, su capacidad de trabajo continuaba siendo asombrosa. Lo mismo ocurría con la selección de material en castellano o para traducir, la redacción de los ensayos y toda la labor periodística resumida en la publicación de cada número de Pensamiento Cristiano, la revista de su corazón y de sus más profundas convicciones.
En 1959 fundó la revista «Certeza» para la evangelización en los círculos universitarios de Iberoamérica. Fue su primer director, y desde el comienzo le imprimió su personalidad y su fuerte acento evangelizador y apologético. Certeza fue una revista publicada bajo el patrocinio de la «Comunidad de estudiantes evangélicos» con sede en Ginebra, de la que Clifford era vicepresidente. Cuando falleció acababa de aparecer el N.75 de Certeza.
En la oportunidad en que la Asociación Billy Graham decidió publicar en castellano la revista «Decisión», Clifford fue designado director de la misma, tarea que desempeñó hasta su muerte.
A pesar de que el último año tenía serios problemas con la vista, trabajó fuerte para publicar el último número que le tocó dirigir. Vale la pena mencionar que Decisión fue la revista evangélica de mayor circulación en América Latina y España.
«COMPROMISO cristiano» tuvo el honor de contarlo entre los Redactores desde su aparición. Su última colaboración la hizo para el número 6, sobre la muerte, y aunque se lo había propuesto, solamente logró elaborar las notas del próximo número sobre «La esperanza de los cristianos», tema sobre el que Alec tenía sus firmes convicciones pues esperaba vivamente la segunda venida de Cristo. Si bien es cierto que el Señor hasta hoy no ha venido, Alec sí tuvo el privilegio de volar hacia él.
Fue consejero fundador de la Escuela Bíblica Evangélica, profesor de Biblia en la misma y miembro de la primera Comisión Directiva de la Fundación, a la que sostuvo con su colaboración, apoyo y estímulo.
Con toda evidencia, la colaboración de Clifford al periodismo y a la educación cristiana en América Latina ha sido enorme.
Hoy, a diez años de su desaparición física podemos dar testimonios de que está presente en sus muy numerosos escritos que perduran, y podemos afirmar que enriqueció la vida de millares de creyentes por su ministerio periodístico y por su amistad.
ARCHIVOS Y LIBROS
Una experiencia fascinante, a la vez que conmovedora, fue la de sumergirnos en la biblioteca y archivos del querido Alec. Samuel había viajado desde Lima, Perú, para que realizáramos este trabajo a pedido de sus hijos.
Abrir cada carpeta y descubrir su contenido era un poco como
hacer una investigación que nos introducía profundamente en su intimidad. También fue muy conmovedor, porque continuamente surgían rasgos de su personalidad en las páginas escritas, en la notas, en los comentarios que iban apareciendo. Era imposible no evocar la figura y hasta la presencia del amigo al que no veríamos más en este mundo.
¡Cuántos papeles! Nos parecía que el trabajo de poner en orden tan abundante material sería interminable. Resolvimos en el día que teníamos por delante realizar una clasificación previa, llenando carpetas con papeles afines y rotulándolas, de manera que a su debido tiempo fuera posible acceder fácilmente a los documentos que se necesitaran. Así quedaron ordenadas una veintena de carpetas abarrotadas de materiales los que a su debido tiempo fuera necesario consultar.
No obstante haber sido Alec un amigo con el que estuvimos estrechamente relacionados desde nuestra juventud, y al que por lo tanto conocíamos muy bien, el haber realizado esta investigación en su intimidad, nos permitió descubrir aspectos nuevos de su vigorosa personalidad.
Por ejemplo, siempre pensé que vivía en un mundo de papeles en desorden. Su mesa de trabajo era un espectáculo, pues a medida que transcurría el tiempo, iba creciendo la montaña de libros, revistas, correspondencias y toda clase de papeles que ganaban la superficie de la mesa, y cuando el desborde era inminente, llegaba el momento de limpiar, acomodar… y comenzar de nuevo la ronda.
Pero al revisar sus archivos comprendimos que en medio de todo el aparente desorden había un método que no habíamos sospechado. Sin dudas Alec tenía su sistema y era ordenado. Seguramente que le resultaba práctico tener acceso al material requerido que era capaz de ubicar en la montaña de crecimiento constante en su mesa de trabajo, pues él conocía su estructura.
Esto no se comprende del todo si no decimos de la cantidad de correspondencia, libros y revistas de todo el mundo que diariamente recibía. Material que se iba acumulando en pequeñas montañas en la sala, en donde realizaba el examen de todo lo recibido. De estos montoncitos, parte iba al canasto una vez revisado, y parte a constituir la montaña creciente en la mesa del escritorio.
Otro aspecto de su personalidad tan rica que descubrimos, es que era un historiador de una talla mucho mayor de lo que habíamos imaginado. Conocíamos de sus trabajos sobre médicos británicos en el Río de la Plata y sobre viajeros famosos que recorrieron estas tierras desde el 1700 hasta comienzos de nuestro siglo, como de autores brillantes de literatura inglesa que estuvieron relacionados con la Argentina.
Hallamos mucho más, tanto en publicaciones realizadas como en documentación histórica acumulada. Todos estos trabajos de investigación llegan hasta el comienzo de la época del cincuenta, cuando centra su atención e interés en los asuntos cristianos. Pronto se alejará de las tareas docentes universitarias tan variadas, de la dirección de la Cultura Británica de Córdoba y de todas sus actividades seculares.
Vendrán los años del Ateneo Evangélico de Córdoba, de la librería evangélica El Amanecer, del nacimiento de las revistas Pensamiento Cristiano, Verbo y Certeza. Son los años en que publica varios de sus libros con el sello de «El Amanecer». Década en que se acentuó profundamente nuestra amistad y en que tuve el privilegio de compartir con Alec sus inquietudes y, su peregrinación espiritual. Así, al concluir la década del ’50, Clifford fue uno de los fundadores de la «Escuela Bíblica de Villa María».
Al revisar los papeles del archivo aparecieron en diferentes carpetas sus cuidadosas notas en las que están organizadas sus clases para dictar en la «Escuela Bíblica»: clases sobre Biblia, Historia de la iglesia y sobre periodismo.
Lamentablemente cuando hicimos la revisión de los archivos, no encontramos un fichero en el que tenía varios centenares de fichas con extractos de cartas de personajes del siglo pasado y de principios de este siglo, donde estaba cuidadosamente registrada la documentación que hubiera hecho posible la redacción de una historia de la Biblia y de las iglesias evangélicas en Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia, que enriquecería notablemente los conocimientos actuales.
Revisar los archivos con Samuel nos llenaba de emoción y de recuerdos nostálgicos. Frecuentemente no podíamos evitar que se nos humedecieran los ojos al descubrir documentos que nos ofrecían rasgos de la personalidad del amigo ausente, y en más de una oportunidad evitamos hacer comentarios, pues un nudo en la garganta nos impedía hacerlos.
Al echar una ojeada a los nombres de sus corresponsales, veíamos que las personalidades más prominentes del mundo evangélico internacional, eran sus naturales corresponsales.
En otras oportunidades hallábamos cartas en las que lo agredían, pero que con su habitual tolerancia y humildad, había guardado. El archivo hablaba de su integridad, de su amor al Señor y a sus hermanos, de su amor a la Palabra de Dios y su celo por la doctrina.
Y al recordar su vida abundante de servicio damos gracias a Dios por todo lo que ha representado nuestro querido hermano para el beneficio del pueblo cristiano.
Hola………
Me parece muy hermoso que puedan expresarse con tanto amor de un ser humano y sobre todo que una persona pueda ser tan amada por todo su trabajo, su tenacidad e incomparable amor por las cosas del Señor, pero tambien me pone a pensar que he hecho………. que huella voya dejar cuando marche de esta tierra y llego a la conclusión de que debo ponerme a trabajar en serio para que valga la pena mi paso por este mundo.
Muchas gracias por todo y que Dios los siga llenando de bendiciones
Que bella historia, digna de imitarse, pero estamos tan poco comprometidos con el Señor, que ya no tenemos tiempo para más, que tristeza y pobreza de vida levamos, Dios tenga misericordia de todos nosotros.
Gracias por compartir con nosotros este bello testimonio de un hijo de Dios comprometido con su obras, gracias mil gracias.
Notable influencia de don ALEJANDRO. De él recibí a un maestro (Samuel Escobar) y fuentes evangélicas incuestionables.
Gracias a su labor conocimos de Ediciones Evangélicas Europeas, de la importancia de la fidelidad al texto bíblico y de la importancia de las Asambleas de Los Hermanos.
Su labor editorial fue fundamental, era siempre un placer leer Certeza: La revista para la gente que piensa.
Pensamiento Cristiano y las crónicas de Epaminondas Talero… ( Un pentecostal a su modo, vino y se quedó con todo)
Recuerdo es especial un artículo: ‘Yo fui amigo del Che Guevara…’ en los convulsos años setenta del siglo pasado.
Una hermosa nota, un bello recuerdo y un reconocimiento definitivo a su labor editorial.