En septiembre de 1976 un grupo de teólogos y líderes evangélicos representando a distintos países del mundo, se reunió para considerar el tema «Iglesia y Nación». Es de imaginarse cómo la variedad de situaciones dió lugar a un debate fecundo, dentro del marco común de la herencia teológica evangélica: Respeto a la autoridad de la Palabra de Dios, convicción acerca de la necesidad del nuevo nacimiento, firme voluntad evangelizadora y misionera. Cómo resultado de esta reunión se redactó la «Carta de Basilea sobre Iglesia y Estado», de la cual publicamos algunos párrafos. Asitieron de America Latina el Dr.Pablo Perez, el Prof.Pedro Savage, el Prof.Samuel Escobar, y el Rev. Andres Kirk.
Amados hermanos y hermanas en Cristo:
Les saludamos en el nombre del Señor. ¡Gracia y paz a vosotros en abundancia! Nuestro mensaje es el mismo que ha sido desde los tempranos días de la Iglesia: ¡Jesucristo es el Señor! Proclamamos su victoria en su encuentro con «los príncipes de este siglo» (1 Coríntios 2:8) y todo lo que esto representó.
Por su muerte y resurrección, él triunfó sobre «principados y potestades» (Colosenses 2:15) y reina hoy a la diestra de Dios.
Esto significa que quienes hemos respondido a su amor por el arrepentimiento y la fe estamos amparados en su cuidado, salvos de todo el terror y dominio terrenal.
Toda autoridad ha sido dada por él, en los cielos y en la tierra (Mateo 28:18).
En su nombre, por lo tanto, haremos discípulos de todas las naciones predicando el Evangelio y enseñando tal como él nos mandó.
Nos gozamos de que en muchos lugares a lo largo y ancho del mundo la Palabra de Dios está trayendo fruto.
El mensaje de Dios para nuestra generación
Las buenas nuevas que nos han sido confiadas tienen una relevancia única para los problemas que enfrentamos en el día de hoy. Sus principales componentes son los siguientes:
Primero, afirmamos la fe en la obra creadora de Dios. El hombre encuentra su verdadera identidad al aceptar el hecho de que Dios lo ha creado. El lleva la imagen y semejanza de Dios. No debe ser explotado, deshumanizado o destruido. El propósito de Dios es que sea libre para un servicio útil en este mundo.
Segundo, afirmamos con gratitud que aun cuando la imagen de Dios en el hombre se ha deteriorado por el pecado y el hombre está perdido, puede salvarse a través de la obra redentora de Cristo. Dios justificará gratuitamente al pecador que vuelva a él en fe.
Tercero, afirmamos con gozo que la salvación de Dios afecta al presente tanto como al futuro.
Su Espíritu transforma el carácter humano. Su poder hace a los creyentes denodados y efectivos en el Evangelio y en la lucha por la justicia humana. Somos libres para vivir valientemente para todos los hombres.
Cuarto, afirmamos con admiración que a través del Evangelio Dios ha creado un nuevo pueblo, la Iglesia. He aquí una nueva comunidad. He aquí la solución de Dios a la fragmentación de la humanidad. Como cristianos recibimos a todo aquel a quien Dios recibe. Cuando toleramos nocivas divisiones en la nueva comunidad -por razones de sexo, raza, castas, clases o riquezas- estropeamos la unidad del pueblo de Dios y dañamos nuestro testimonio de Cristo (1 Corintios 11:18 ss). La lealtad a la nueva comunidad no impide las lealtades a la nacionalidad. Pero aquella debe superar a éstas buscando su verdadero centro en Cristo Jesús.
Finalmente, afirmamos con certeza que el Evangelio concierne al Reino de Dios (Hechos 28:30,31). Jesús es verdaderamente Señor de todo. Aun hoy está efectuando sus más amplios propósitos para el mundo. A través de su pueblo extiende su amor y poder a todos los segmentos de la sociedad. Nos impulsa para ser sal que dé sabor, y luz que disipe las tinieblas de este mundo. Nos envía como ovejas en medio de lobos para servir a nuestra generación. Esperamos su triunfo final en la historia. Pero ahora podemos gozarnos en cierta medida en su triunfo aun frente a las circunstancias más adversas (Romanos 8:31 ss)
Asuntos serios que debemos enfrentar
Creemos que la Biblia nos enseña a cooperar con el Estado y todas las agencias que buscan brindar plenitud a la vida humana. Reconocemos que en algunas sociedades los creyentes deben soportar pacientemente presiones casi intolerables (Santiago 5:7; cf. Apocalisis 3:8-13). Pero a muchos de nosotros la Palabra de Dios nos niega el derecho a ser neutrales frente a los siguientes asuntos:
Debemos resistir presiones sobre las iglesias para hacer de ellas meros instrumentos religiosos del Estado (Hechos 5:29).
No debemos permitir que nuestras iglesias usen al Estado como sus instrumentos políticos (Juan 18:36).
No debemos tolerar que se entremezcle el Evangelio con ninguna ideología política, económica, cultural o nacionalista de tal manera que comprometa al Evangelio (Mateo 6:24; Miqueas 3;11).
No debemos ceder a la tentación de hacer a nuestro pueblo o nación o a las instituciones de la nación el objeto de una lealtad casi religiosa.
Debemos oponernos a cualquier tentativa, civil o religiosa de controlar arbitrariamente el pensamiento y la conciencia de los hombres (1 Corintios 4:5; Mateo 10:28; Hechos 4:18:20).
Debemos aprovechar todas las oportunidades para corregir la injusticia en la legislación estatal, en asuntos administrativos y judiciales y todas las graves violaciones de la conciencia cristiana (Hechos 25:10,11).
Debemos resistir las demandas que los poderosos hacen para obtener beneficios y privilegios para ellos, y exhortar al Estado a promover justicia igual para todos, especialmente al pobre, al huérfano, y la viuda (Jeremías 22:1-3; 2 Samuel 12:1 ss; Amós 2:6,7).
Nuestra lealtad al Cuerpo universal de Cristo, que es «linaje escogido… nación santa» (1 Pedro 2:9), deberá ser mayor que la que tributamos a nuestra tribu, clase, raza o nación (Gálatas 3:28,29; Lucas 13:29).
Nuestro interés cristiano por la comunidad de la humanidad, creada por Dios a su semejanza, debe capacitarnos para oponernos contra toda forma de discriminación legislativa basada en raza o color (Hechos 17:26;11:1 ss).
Sostenemos que la voluntad de Dios para esta Iglesia comprende el sufrimiento por causa de Jesús y el ser fiel hasta la muerte más que buscar a cualquier costo la supervivencia de los moldes tradicionales de la vida de la iglesia (Marcos 8:34-38; Apocalipsis 2:10).
Debemos ampliar el concepto de libertad religiosa para incluir el derecho a proveer instrucción religiosa para nuestros niños, publicar y distribuir las Escrituras, compartir el Evangelio con nuestros vecinos y promover la justicia personal y la justicia social (Deuteronomio 6:6-9; 2 Tesalonicenses 3:1).
Debemos reconocer que la Iglesia, tanto como el Estado, tiende a la ansiedad, codicia, injusticia y corrupción, y necesita una constante renovación de acuerdo a las Escrituras (1 Pedro 4:17; Hebreos 4:12,13).
Un llamado a ser siervos
Amados hermanos y hermanas: afirmamos que Dios nos está llamando, cualquiera sea nuestra situación, a reconocer que nuestra tarea más alta y nuestro privilegio más grande es asumir el rol que su Hijo asumió. Nuestro Señor Jesús llegó a ser el siervo de los hombres (Marcos 10:45). Esto lo llevó finalmente a la cruz.
Y él nos dirige hacia este llamado.
Tomar el papel de siervos en un mundo como el nuestro significa aceptar la locura de la debilidad. En la lucha cósmica significa haber aceptado las armas que nuestro Señor, el Siervo Sufriente, provee para todos los que le siguen. El apóstol Pablo nos brinda un ejemplo. A causa del poder liberador del Evangelio él pudo jactarse: «siendo libre de todos» (1 Corintios 9:19a). Pero no se contentaba de permanecer así. «Me he hecho siervo de todos» (1 Corintios 9:19b).
Desde aquel entonces él y sus compañeros pudieron decir: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús» (2 Corintios 4:5). Débiles en él, Pablo supo que sus armas eran «poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas» (2 Corintios 10:3-5).
Los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Efesios 6:12) Pablo depende de la armadura que Dios provee: la verdad, la justicia, el evangelio de la paz, la fe, la salvación y la Palabra de Dios.
La batalla continúa hoy. Las armas son las mismas. Ellas son eficaces por la oración persistente. Por lo tanto, entreguémonos con sinceridad a una nueva vida de oración y obediencia. «La oración eficaz del justo puede mucho» (Santiago 5:16).
¿que es eso de santa brigida? nosotros no tenemos santos