por JOSE YOUNG
TENIAMOS UNA VEZ un pichón de palomita silvestre que metimos en la jaula del patio junto con otros pájaros. Sobrevivió bien y a su tiempo llegó a deleitarnos con su canto suave de flauta dulce.
Pero nos parecía mejor soltarla. Era más grande que los otros pájaros, y no hay que negarlo, no nació para estar encerrada en una jaula. La sujetamos, y cuando la soltamos, salió disparándose de miedo. Pero la mañana siguiente… allí estuvo encima de la jaula.
Se quedó muchas semanas allí, y sólo con el tiempo pudo desprenderse de su jaula, para vivir la libertad que era su herencia.
Pero este incidente, verídico, es también una parábola. Porque las palomas no son los únicos seres que prefieren la esclavitud a la libertad. Apenas nacida la iglesia, se levantó un círculo indignado que afirmó:
"Está bien que los gentiles hayan creído en el Cristo. Pero si van a ser cristianos verdaderos, tendrán que circuncidarse y guardar la ley de Moisés".
Desde su nacimiento, la iglesia ha luchado con el lugar de la ley en su vida. ¿Estamos bajo ley, o no? Y si no estamos bajo ley, ¿qué impide que haga lo que me da la gana, que me meta en toda clase de líos?
Tenemos cierto miedo a la libertad. Y es justamente por causa de ese miedo que tantos padres e iglesias recurren a la ley para controlar a sus hijos.
Pero somos libres, según las Escrituras, y tenemos que pensar bien lo que esto quiere decir. Sugiero cuatro contestaciones a la pregunta: ¿Estamos bajo la ley, o no?
Primero, tenemos que darnos cuenta de qué clase de acuerdo tenemos con Dios en este momento. La ley de Moisés formaba parte de un pacto, un convenio, con Dios. Ese convenio detallaba la relación entre ellos y Dios, y les daba intrucciones claras en cuanto a cómo debían vivir para cumplir su parte del convenio. Israel era el pueblo del pacto, y ser del pueblo, era someterse al pacto.
Nosotros también somos un pueblo bajo convenio, aunque éste no es el mismo que Dios hizo con Israel. 2 Corintios 3.1-18 y Hebreos 8.6-13 lo aclaran bien. Hay un contraste inmenso entre los dos convenios. El primero era externo, escrito en tablas de piedra y en rollos de cuero. El segundo es interno, escrito en nuestras mentes y corazones. El antiguo era una ley, pero el nuevo llega a ser la misma personalidad de Cristo que Dios está formando en nosotros. Con razón Pablo podía exclamar: "Cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar?" (Gá 4.9).
Segundo, "soy libre… pero…" (1 Corintios 6.12 y 10.23). Todas las cosas me son lícitas, Øpero£ no todas convienen, no todo edifica, no me dejaré dominar por ninguna de ellas. Sí, todas las cosas me son lícitas, pero no soy un cualquiera. Soy un hijo de Dios, un embajador del Reino de Dios, y hay muchas cosas que me pueden perjudicar. Puedo leer una revista "Sexo libre", pero no me va a hacer nada bien. Puedo fumar, pero me estoy sometiendo a algo que me hace daño, y también me esclaviza.
No estamos sin pautas, sin ley. Tenemos el testimonio claro del Señor y de sus apóstoles. No estamos bajo la ley de Moisés, pero tenemos la palabra de Cristo. Si El es mi Señor, su palabra es mi ley. Está muy bien lo que dijo Pedro, que debemos vivir "como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios" (1 Pedro 2.16).
Tercero, ser libre es vivir según nuestra propia naturaleza. El pez sólo tiene libertad mientras está en el agua; en la tierra no la tiene. El tren tiene libertad mientras está sobre rieles, pero si sale de sus rieles, ya no puede funcionar, ya no tiene libertad.
Fuimos creados a imagen de Dios. Nuestra naturaleza es la de una criatura que vive en comunión y dependencia de él. Salir de esa relación de dependencia es perder la libertad, es salir de nuestro propio ambiente. Como el pez que sale del agua, ya no podemos funcionar según nuestra naturaleza. Es por esto que en Cristo soy libre. Si me rindo a Cristo para servirle como su discípulo, él escribe su ley en mi mente, y soy libre (Jn 8.31,32). Estoy viviendo según mi verdadera naturaleza.
Cuarto, la verdadera libertad tiene que ver con la madurez. Note como en Romanos 14 Pablo llama a los legalistas "débiles". El niño necesita ayuda, porque no sabe manejarse todavía en el mundo. Pero la persona madura ya conoce los peligros del camino, y tiene la capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo para él (He 5.14).
¿Quiere saber cómo es la persona verdaderamente libre? Pues lea con cuidado 1 Corintios 13.4-7. La persona libre vive ese texto, no como una ley que obedece, sino como una manera de ser que brota de su propia naturaleza. Todo lo que la ley exige se refleja en la vida de la persona verdaderamente libre (Ro 13.9,10).
No estamos bajo ley, pero el testimonio de todo el Nuevo Testamento es que Dios está escribiendo su ley en nuestros seres de tal manera que seamos más y más como él que es autor de la ley. Lo que la ley requiere está llegando a ser parte de nosotros mismos.
Seamos libres, entonces, pero no como la palomita que amaba su jaula (Gá 5.1). Seamos libres, pero no como "los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios" (1 P 2.16).
Gracias por sus interesantes temas. Son de gran aporte personal y para mi trabajo de consejería.
bendiciones