por HAROLDO ST. JOHN
"Que todos sean uno…para que el mundo crea".
Al observar la historia de nuestro siglo, debemos admitir cuán pobremente los seguidores de Jesucristo hemos correspondido a sus
pensamientos. Es imperioso que nos humillemos nosotros mismos bajo la poderosa mano de Dios, escudriñemos cómo se iniciaron en el pasado, sus métodos de avivamiento y sanidad espiritual.
Unicamente así podremos alentar esperanzas para el futuro.
a) Primeramente, citaré dos versículos de las Escrituras que cuando fueron usados por primera vez, inauguraron poderosos movimientos espirituales en medio del pueblo de Dios: "Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra". (2 Cr.7:14).
"Y ahora por un breve momento ha habido misericordia de parte de Jehová Dios, para hacer que nos quedase un remanente libre, y con el fin de alumbrar nuestro Dios a nuestros ojos y darnos un poco de vida en nuestra servidumbre" (Esd.9:8).
El pesimista, se mofará alegando que ya es demasiado tarde para cualquier recuperación; el optimista en cambio, presentará métodos para reunificar las iglesias. Pero Dios apartará su rostro de ambos. Solamente quien se humilla y confía en Su Palabra podrá ver nuevos tiempos.
b) Es importante conocer el concepto con que la Escritura usa la Palabra "avivamiento". Si le damos un significado más amplio del que corresponde seremos sin duda avergonzados.
Cuando Habacuc oró: "Oh, Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer" (3:2), lo que él
esperaba era que Dios rompiese el yugo babilónico y que los exiliados de Judá volvieran a su tierra, para reedificar un santuario donde presentar adoración a Dios, ofrecer sacrificios al modo de sus padres. Habacuc no esperaba que el cisma entre Judá e Israel se curara, ni que se erigiera una casa "magnífica por excelencia".
Estas cosas sólo podrían suceder con la venida del Mesías. Las últimas cartas del Nuevo Testamento no alientan la esperanza de que cuando el Señor regrese lo recibirá una iglesia fuerte y unida espiritualmente. Al contrario, leemos que habrá divisiones, el amor de muchos se enfriará y que una iglesia apóstata hará guerra en contra del Señor (Ap.17:14). Observemos algunos avivamientos notables del pasado y veremos cuán parciales y limitados fueron y cuan manchados por el error.
Las victorias que narran los libros de los Jueces solamente afectaron algún distrito de Palestina, y los instrumentos de esas victorias padecían de grandes debilidades personales. El último fue el más frágil de todos, sin embargo el poder de Dios brilló aun en el mismo Sansón.
Los cinco avivamientos que narra el libro segundo de Las Crónicas (bajo los reinados de Asa, Josafat, Joás, Ezequias y Josías) fueron muestras de la gracia restauradora, pero la luz se apagó muy pronto y nuevamente surgieron densas tinieblas.
Aun después de esa gloria suprema de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés siguió una triste historia de luchas, divisiones y herejías (Hch.6:1, 1 Co.4 y 15, Ap.2 y 3).
Ningún historiador puede menospreciar la obra de San Francisco de Asís en el siglo XIII. Las palabras de uno de sus biógrafos son conmovedoras: "Cuando aún era oscuro, una figura apareció en una pequeña colina, proyectándose en medio de las tinieblas que comenzaban a dispersarse… permaneció con las manos levantadas hacia Dios; a su alrededor revoloteaban los pájaros y detrás de él, el alba de un nuevo día…". Había surgido una corriente pura de fe en Dios y un profundo odio al pecado había invadido la cristiandad occidental. Pero la fuente pronto se secó porque no se intentó dar las Escrituras al pueblo, ni por lo tanto dar un testimonio fiel del evangelio.
La Reforma del siglo XVI trató de resolver estos dos asuntos de capital importancia, pero la intervención de príncipes seculares, la odiosas guerras religiosas y las luchas entre los dirigentes, debilitaron el movimiento. La obra que Dios hizo por medio de los hermanos Wesley y George Whitfield quizás salvaron a Inglaterra de una revolución similar a la francesa, pero de nuevo surgieron problemas humanos y la temperatura espiritual descendió.
Hace unos 150 años, comenzó el movimiento llamado de los hermanos. El evangelio fue predicado con plenitud y poder y la unidad de todos los santos fue practicada y puesta de manifiesto. Si somos honestos, me temo que debemos confesar que "dimos a luz viento, mas ninguna liberación hicimos a la tierra". Por la puerta de atrás se introdujo un espíritu sectario y la fuerza de la corriente disminuyó.
Estos testimonios de la historia de la Iglesia, sugieren que no debemos esperar en retorno mundial al poder pentecostal ni una unión general de las iglesias. Podemos contar con Dios, que El reunirá a su pueblo en nuestra generación y lo capacitará para manifestar el espíritu de Cristo en sus relaciones mutuas.
Primeramente y a título de ejemplo, observemos lo que sucede en mi país (Inglaterra). La condición religiosa en cualquier ciudad inglesa puede decirnos lo que necesitamos saber.
Encontramos iglesias que llevan los nombres de grandes líderes cristianos (ØWesley, Calvino£ etc.), o el nombre de formas de gobierno eclesiástico (ØPresbiteriano, Episcopal£), o el nombre de alguna doctrina (Bautista, etc.), o el de una región geográfica (Anglicana, Romana), cada una de ellas con pequeños grupos que se reúnen allí. En casi todos los casos estos cuerpos eclesiásticos
vinieron a raíz de una protesta emanada del Espíritu de Dios.
Alguna verdad de la Escritura había sido diluida, distorsionada o negada y -al precio de la persecución y del dolor- los santos de una época determinada restauraron esa verdad colocándola en el marco que le corresponde dentro del templo de la doctrina cristiana. (Este tema puede estudiarse leyendo las distintas historias denominacionales copiladas por críticos o seguidores de esas iglesias). Es importante observar que las iglesias primitivas mantuvieron intactas todas las doctrinas por las cuales abogan estos cuerpos religiosos, Øpero sin usar nunca ninguna etiqueta partidista.
Está entrando en la conciencia de muchos cristianos el sentimiento de que la situación presente es intolerable, que es dolorosa para nuestro Señor y una grave debilidad de su Iglesia. Bastaría, para ilustrar este último punto, echar una mirada al campo misionero. Enviamos a los más fuertes de nuestros hijos y a las mejores de nuestras hijas para poner sitio a las fortalezas de las tinieblas en el mundo pagano, pero al salir de su base de operaciones les cortamos lo que más les animaría en su empeño.
El religioso mahometano se burla del misionero, contrastando las débiles y divididas iglesias con las firmes y compactas líneas de su propia organización religiosa. Los africanos y los hindúes se quedan perplejos oyendo a los representantes de sociedades misioneras rivales, en muchos casos más ansiosos de propagar sus esquemas particulares de gobierno eclesiástico, que de predicar el arrepentimiento hacia Dios y la fe en el Señor Jesucristo. No nos maravillemos entonces, de que los convertidos sientan que estos buenos hombres están más preocupados con las cosas de su misión que con las de su Maestro.
Cualquier creyente normal acepta que las palabras de despedida del Señor: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" son válidas todavía y que debemos imitar a los apóstoles cuya pasión determinante era esparcir la fama del Maestro y proclamar su mensaje "hasta lo último de la tierra". Si nuestra falta de unidad es el obstáculo principal a la fiel obediencia a esta comisión, es claro que lo primero que debemos hacer es confesar nuestra falta, buscar cuál es el pensamiento de Cristo sobre particular y en consecuencia proceder con fidelidad al mismo. Si estamos listos para hacer esto podemos estar seguros que él obrará y reducirá muchas de nuestras barreras.
Ya hay señales de que el Espíritu de Dios está trabajando en la conciencia colectiva de la iglesia, y de tanto en tanto aparecen algunos puntos luminosos en el horizonte. Hay mucho más que se podría decir, pero bastan estas fugitivas luces en el cielo. Estoy en profunda simpatía con la obra interna de Dios que ellas representan, pero estoy convencido de que se necesita algo más radical. Permítaseme resumir lo que creo que es el mensaje para el momento, una palabra para el atalaya del Señor en esta hora:
1) Reconozcamos que existe una unidad real e irrebatible. Los siete puntos de unidad que aparecen en Ef.4:3-6 y la hogaza de pan que está sobre la mesa en la Cena del Señor son la evidencia interior y exterior de que somos realmente uno, es cierto que no podemos alcanzar la uniformidad, pero podemos ser diligentes en mantener la unidad del Espíritu en vínculo de la paz.
2) Podemos educarnos a nosotros mismos para aceptar y recibir la advertencia de nuestro Salvador en contra la maledicencia, la censura o el apoyo a juicios que se hayan hecho a nuestros compañeros creyentes.
3) Hasta donde sea posible debemos declinar el uso de nombres sectarios que sólo sirven para enfatizar nuestras diferencias. Quizá sea necesario, a fin de que se nos entienda, que alguna vez tengamos que hacer uso de ellos, pero hagámoslo lo menos posible. Tengo amigos que se enorgullecen de llamarse Bautistas Estrictos o Bautistas Particulares. Una vez conocí a alguien que se llamaba a sí mismo Muggletoniano, pero no hay duda de que aquel valioso nombre por el cual se nos llama a todos suena mucho mejor.
4) Cultivemos las mejores relaciones posibles con nuestros compañeros creyentes de nuestras propias localidades y hagamos de nuestro hábito el orar por ellos en nuestras reuniones públicas y privadas. En nuestros contactos con otros cristianos que no sean miembros de nuestra iglesia local, tengamos cuidado del peligro del "sindicalismo religioso", esto es, el de pertenecer a una "Federación" de iglesias locales. Es conveniente saber donde encontrar creyentes que estén tratando de edificar iglesias en conformidad a los lineamientos del Nuevo Testamento. Quizá esta anécdota pueda ayudarnos un poco: Alguien dijo al hermano G. V. Wigram (un santo muy amado del siglo pasado) que "Fulano de Tal acababa de copilar una lista de asambleas". El anciano Wigram sacudió la cabeza y respondió: "Eso no es más que la marcha fúnebre para el testimonio".
5) Fijémonos bien que los cristianos con los cuales tratamos reciban en su comunión a todos aquellos que ofrecen evidencia de que Cristo los ha recibido. ¿Se atrevería cualquiera de nosotros a decirle a un creyente que nos visita: "admito que Cristo te ha recibido, pero yo no puedo recibirte"? La santidad de la casa de Dios se consigue mejor con el carácter de su pueblo. El protestante carnal y mundano nunca se sentiría bien en una atmósfera de poder espiritual. En una iglesia primitiva la presencia de Cristo era una realidad tan viva que "de los demás ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente". El problema de la recepción se resolvió por sí mismo.
Hermanos permítaseme finalizar con estas palabras de advertencia: no he ofrecido una panacea para las enfermedades de la hora presente, ni ninguna manera fácil de sanar los dolores de la iglesia.
Sugiero una actitud de humildad que ablande la dureza de nuestro juicio. Estamos viviendo días de reprensión y de blasfemia. La adoración al dinero, la música, el placer, el poder, la ciencia y el pecado han intoxicado a las naciones occidentales, pudiéndose decir de ellas lo mismo que de los hombres de Sodoma (Gen.19:11) "De manera que se fatigaban buscando la puerta".
El orgullo y el rechazo de Dios han hundido nuestras naciones en dos guerras mundiales en el transcurso de una sola generación. Nuestros padres acostumbraban a cantar el Te Deum, sus hijos prefieren decir el Me Deum. Ayer cantábamos diciendo: "Oh, Señor de todos sentado en el Trono", pero ahora lo hemos sustituido por el tema de "Gloria al hombre en las alturas, porque el hombre es el amo de todas las cosas".
Mientras tanto la iglesia cristiana permanece aquí impotente, indiferente e ignorada. Si estamos satisfechos con nuestra vida eclesiástica, que Dios tenga misericordia de nosotros y nos rompa en pedazos, despertándonos hacia las realidades de la vida. Si nos caracteriza una santa conformidad, debemos afligirnos delante de Dios, para rogar de su Gracia "camino derecho para nosotros, y para nuestros niños, y para todos nuestros bienes" (Esd.8:21)
NO SE EQUIVOCA AL DESIR LO DIVIDIDOS QUE ESTAMOS PREOCUPADOS POR LAS VANAS COSA,DEJANDO REALMENTE DE HACER LO QUE CRISTO NOS ENCOMENDO.PARA MI COMO INTERCESOR ME DUELE EL CORAZON DE VER EL MENOSPRESIO Y LA COMPETENCIA ENTRE NOSOTROS MISMOS.