Estaba lloviendo en la selva del Chaco. La tormenta se prolongaba más de lo habitual. María Mora se estaba muriendo. Junto a ella sus siete hijos, la «mayora» de quince años. También dos niños muy pequeños -digamos sus nietitos- asistían al espectáculo de la despedida.
María Mora sonreía…Atanacio Mora estaba preso. La policía lo había venido a buscar esa mañana a pesar de la lluvia. Consolación Mora, la «mayora», prendió la lámpara de querosén. La llama se esparció por la pequeña habitación e iluminó las cicatrices que en la frente tenía María Mora; también unas marcas hondas en forma de cruz que mostraba el torso desnudo de Jacinto Mora de diez años. La luz de la lámpara hizo una comba e iluminó a Epifanio Mora, un bebé de ocho meses, hijo de la «mayora» y a Aparicio Mora, un recién nacido, hijo de Dolores Mora de catorce años de edad. Todo lo que iluminó la lámpara fue producido por la brutalidad de Atanacio Mora, ahora preso.
Un relámpago, un trueno, y la lluvia se descargó con más fuerza aún. La «mayora» se puso a servir la mesa, la comida de hoy «cocido» y mandioca hervida; por otra parte, lo único que les quedaba. Los nueve niños comían, mientras María Mora moría.
Un hombre bueno pasó por allí al otro día. La lluvia había parado y los niños lloraban, unos de hambre, otros de pena, todos desconsolados. María Mora miraba desde la fría muerte. Habían quedado sus ojos abiertos y una sonrisa dibujada en su cara.
El hombre bueno se ocupó de todo; cuando terminó su obra, los chicos estaban durmiendo en una pequeña iglesia. Era de noche ya, y parecía que la iglesia también dormía bajo un enorme lapacho que la cubría con sus ramas.
Buenos días don Gastón, dijo el hombre bueno, sabe…vengo con un problema…resulta que…y contó toda la historia que conocemos. Gastón llamó a Mónica, su esposa, y le relató lo que sucedía. Entre los dos cruzaron varias miradas, mientras las imágenes bombardeaban las mentes de ambos. Tantas cosas habían pasado en estos últimos años; Mónica y Gastón habían madurado en medio de la adversidad: entre la devoción al Señor y la paternidad, entre las sierras y el río Paraguay o entre la confusión y la certidumbre. Ellos dirigían un hogar de niños, ellos eran padres de dos niños…ellos habían sido niños no hace mucho junto a los arroyos de la Córdoba natal.
Pero qué se siente cuando uno tiene una misión?…Cuando uno es obediente a una instancia superior?…y cuando el mandato supera las posibilidades concretas: la comida, el lugar y el tiempo que uno dispone? El hogar de niños estaba lleno, se había gastado más del presupuesto y de tanto trabajar Mónica y Gastón estaban muy cansados. Ellos se miraron en silencio. El hombre bueno estaba allí sentado frente a la ventana esperando. Gastón estaba ansioso, impotente, nervioso; dio unos pasos y se miró en el espejo que reflejaba toda la sala. ¿De dónde le salía esa mirada firme si él se sentía lleno de miedo?
El sol de la tarde clavó sus reflejos en el rostro de Mónica, a Gastón le pareció que ella lloraba, luego se dio cuenta que estaba orando con una profundidad que él sólo conocía. Fue en ese momento que Gastón cayó en cuenta de algo…y ese hombre bueno, ¿quién era? Estaba ensayando cómo preguntarle, cuando el hombre bueno se paró y con voz firme le dijo: «me los recibe, ¿no? a los chicos los tengo en la chata ahí afuera; ahora voy y se los traigo.»
Muchos ayudaron, la casa de los Mora se terminó hace dos primaveras. La casa es grande y espaciosa. Tiene tres dormitorios, cocina, sala de estar, comedor, baño instalado y luz eléctrica. La casa está rodeada de un hermoso parque con dos enormes jacarandaes. Un día Gastón quiso saber del padre de los chicos, pero en la cárcel le informaron que había muerto acuchillado en un intento de fuga.
En la primavera de este año yo visité la casa de los Mora; los jacarandaes estaban florecidos, todo el parque estaba salpicado de los pétalos celestes.
Allí conocí los nueve chicos. El menor tiene un poco más de dos años, estaba jugando con un cachorro de ovejero alemán, mientras sus hermanos varones jugaban al fútbol integrados con otro grupo de niños del hogar. Mónica y Gastón nos mostraban las distintas dependencias del hogar, mientras nos relataban una historia fabulosa.
Historias de llamados, aventuras con el heroismo de la juventud, salvación de los fanatismos y disfrute de la vida de la gracia. Luego, mientras atardecía, nos pusimos a charlar como se habla con los amigos del alma, ese ir y venir de palabras, mezcla de ideas, imágenes y nostalgias. De esto y de aquello…de Asunción y de la Escuela Bíblica de Villa María. De Miguel Zandrino y de Hans Bürki. De los carismáticos y del dulce de leche.
Del criadero de cerdos y de la vaca que había comprado el tío Gringo. De los Huck, de España. De la noche. De los miedos…Y de ese Hombre Bueno que nos hizo entender que Dios es nuestro papá que nos quiere… que nos quiere… que nos quiere… y que nunca nos abandona. Además, esto lo sabemos porque por la Gracia podemos recordar lo que el pecado nos había hecho olvidar: «Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo el Señor me recogerá». Salmos 27:10.
Este hogar se encuentra en Lindo, una población aledaña a Asunción y recibe jóvenes que quisieran pasar un tiempo en servicio voluntario, aprendiendo del compañerismo cristiano. La dirección es:
Gastón Guzmán
Herrera 1871
ASUNCION, Paraguay.
Dios les bendiga, de verdad es muy lindo su ministerio, y que el Señor les siga fortaleciendo para que continuen con esta obra tan bonita .
Jehová Dios es nuestro Padre. De esta creencia debe partir nuestra fe, porque Él nos creo, nos dio vida y siempre va a estar a nuestro lado, con sus manos extendidas esperando que nosotros corramos y nos abriguemos en Él. Cuando el mundo nos desprecia como hicieron con Jesucristo la única esperanza que tenemos es encontrarlo y llevarle nuestras cargas para que derrame las bendiciones que nos ha prometido y que están esperando que por nosotros. Sería largo escribir las experiencias vividas por cada uno, cuando hemos pasado por situaciones duras y el todopoderoso nos rescata. Debemos estar conscientes que Jesucristo es nuestro salvador y sanador de las dolencias del cuerpo y del alma. Te amo mi Señor, con todas las fuerzas de mi ser.