Relato recogido por Susana Paillier
Me quedé mirando los torpes dedos del anciano, mientras él contaba, lentamente, las monedas una por una. Yo casi bailaba de impaciencia en la fila ante la caja, y suspiré irritada.
El anciano me oyó y sonrió como excusándose, la suya era una leve sonrisa de humillación por ser débil, y por interrumpir la marcha del mundo.
Fue entonces cuando me arrepentí. Al imaginarme en el pellejo del anciano, comprendí que, algún día, podría verme angustiada también.
Terminaría acaso, dependiendo de la bondad de los extraños. Le di pues, una palmadita en la raída manga y le dije «tómese usted todo el tiempo que necesite». NO TENGO PRISA.
ojala ,siempre en cualquier circunstancia de la vida tenemos que tener esa actitud , sobretodos con los débiles,enfermos, angustiados en general del que sufre.Ponernos en el lugar de otro,por que solo así entenderemos el mandato de Jesús,amar a nuestro prójimo, meditemos en este pasaje de la vida cotidiana.
creo que hay dias que estamos en la misma situacion del anciano, nos sentimos umillados por toda cosa que nos emfrentamos en la rutina. no encontramos la paciencia en la rutinaria diaria.que mas Dios mismo dijo que el nos ama tal y como somos.
creo que las actitudes que uno toma deliberadamente son muy inoportunas en las necesidades y angustias del prójimo cuando se está pasando por la tercera edad pero no solo en ella sino en nuestro caminar y estresante trabajo o rutina. sobre todo tened paciencia que es una virtud que queda lejos de muchos….