por BILL MCKIBBEN
El presente artículo fue tomado del diario argentino «Clarín» del 13 de marzo de 1993. Nos llamó la atención la postura comprometida y lúcida de su autor, y queremos compartirla con nuestros lectores.
Un nuevo punto de vista sobre la experiencia rusa de iluminar la noche con un espejo colocado en el espacio. Para el escritor Bill Mckibben la ciencia marcha a contramano de la Creación.
Hace pocas semanas, en la noche más fría del año, en Nueva York, la luna se encontraba por sobre el horizonte casi hasta el amanecer. Su luz se reflejaba en la nieve con tanto resplandor que uno podía leer el termómetro en descenso vertiginoso sin linterna: cada vez menos y menos grados bajo cero. En los días siguientes, mientras la luna se hacía más pequeña, el cielo brillaba de estrellas, a salvo de la competencia que imponía la luminosidad lunar.
Este cielo tiene más años que la vida sobre la tierra. Pero hace pocas semanas, científicos rusos, mediante un delgado espejo de aluminio y plástico lograron enviar un rayo estrecho de luz solar y hacer que se reflejara en el lado oscuro de la tierra.
El logro fue considerado por muchos como un gran avance. Si se aumentara su dimensión, dijeron los proponentes, este espejo podría transformar la noche en crepúsculo en las latitudes más oscuras y así ahorrar miles de millones de dólares en iluminación eléctrica y también prolongar las temporadas de siembra y de cosecha.
También constituiría, a mi entender, la forma más ofensiva de contaminación diseñada hasta ahora por el hombre y resaltaría mucho más nuestros fracasos como especie que lo que iluminaría la tundra ártica. Pero, ¿realmente queremos convertir la noche en día? ¿Realmente queremos eliminar parte de la oscuridad que aún existe en este planeta incandescente, blanquear la noche y empalidecer la medianoche?
¿Quién gritaría por todo esto? Tal vez los ecologistas porque ¿qué ataque más elemental se le puede infligir a nuestro medio ambiente que cambiar su cadencia? ¿Qué me dicen de todos aquellos que aprecian a los animales y a las plantas, ya que muchas especies regulan su vida según la longitud del día y de la noche?
¿Y los poetas? ¿O acaso la poesía alcanzó algún tipo de vacío posmoderno donde una oda a una plancha de estaño flotante de Rusia es tan cautivadora como el diálogo de milenios con la luna?
Uno podría esperar que los líderes religiosos se muestren molestos, ya que, en el primer pasaje del Génesis Dios crea la luz y la divide de la oscuridad.
Pero todo en el mundo moderno nos lleva a olvidar nuestros roles como románticos, hijos de Dios, amantes de la naturaleza. Si un ingeniero o una corporación insiste en que es más eficiente, si «ahorrará dinero», si parece de alguna manera representar un «progreso», entonces sucede.
Son pocos los que cuestionaron si podría existir algo alarmante respecto de alterar el más antiguo de los ritmos. Una comisión rusa ya proclamó haber estudiado y descartado la posibilidad de un calentamiento mundial.
El sentimiento prevaleciente fue expresado por un astrónomo canadiense, que vio la luz centelleante en el espacio y, muy cerca detrás, las luces de las naves espaciales Progress y Mir. «Se podían ver las tres en el cielo a la vez y era espectacular», dijo.
Pero la gente estuvo mirando el cielo desde que hubo seres humanos. Y todo lo que vimos allí -osas, cometas y auroras, fuego de luna y profunda oscuridad-, todo es, por lejos, mucho más espectacular.
No se puede negar «el progreso» y los adelantos científicos, aun falta mucho más por conocer hasta donde el hombre puede llegar, pero no es menos cierto que, unos los utilizan para bien y otros para mal, el eterno libre alberdrío, que nos une o separa de la voluntad de Dios, Rusos, Chinos, Norte Americanos, etc., lo que hagan jamás podrán quitar la gloria a Dios, como Creador y Regente universal. En todo caso, no puedo estar de acuerdo el alterar el curso normal de la naturaleza, llegará la hora de dar cuenta de nuestros actos ante «Él».
quisiera una hitoria pequeña de amistad