Por DAVID SOMMERVILLE
"A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen
hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el
primogénito entre muchos hermanos. Y a los que llamó, a éstos
también justificó; y a los que justificó, a éstos también
glorificó" (Romanos 8:29-30).
Antes que el mundo existiera, Dios había ideado nuestra
salvación; una salvación que nos haría semejantes a su Hijo.
Dios creó a hombre para que estuviera identificado con él, para
que tuviera su carácter, para que fuera capaz de sentir y actuar
como él. Esta identificación, distorsionada por el pecado, fue
restablecida por la obra redentora de Cristo. En su vida, Cristo
se identificó con nuestra condición humana; en su muerte, se
identificó con las consecuencias de nuestro pecado; y en su
resurrección triunfante, hizo posible que por la fe volviéramos a
nuestra identificación con Dios. Por el Justo, somos
justificados; por el Hijo somos hechos hijos; por el Santo, somos
santificados; por el Glorificado, somo glorificados.
Dios nos va conformando progresivamente a la imagen de su Hijo, y
este proceso -que la Bíblia llama santificación- es obra del
Espíritu Santo. El Espíritu Santo está formando en nosotros el
carácter del Señor Jesús. "Nosotros todos, mirando a cara
descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el
Espíritu del Señor" (2 Co.3:18). El proceso culminará en la
perfección anhelada de la glorificación, cuando veamos cara a
cara a nuestro Señor. "Amados ahora somos hijos de Dios, y aún no
se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él
se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal
como él es" (1 Juan 3:2).
Antes de volver a su Padre, nuestro Señor Jesús prometió que
Dios, por su Espíritu, moraría en nosotros y entre nosotros, y
que por medio de nosotros continuaría la obra del Hijo. "Yo
rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre: el Espíritu de verdad…Mora con vosotros,
y estará en vosotros… El me glorificará; porque tomará de lo
mio, y os lo hará saber" (Juan 14:16-17; 16:14). Pablo señala que
somos, individual y colectivamente, la morada -"el templo"- del
Espíritu Santo (1 Corintios 3:16; 6:19; 2 Corintios 6:16).
Entonces en un sentido la encarnación de Dios sigue en nosotros y
entre nosotros.
Reiteramos que lo que es Espíritu Santo crea en nosotros es el
carácter de Cristo. somos muy diferentes, física y mentalmente, en
nuestras capacidades, temperamentos y personalidades. Dios no nos
conforma al mismo molde humano, y esta diversidad es la riqueza
de la iglesia. Pero hay otro molde al cual Dios sí nos desea
conformar, a todos por igual: el molde del carácter divino de su
Hijo, lo que la Bíblia llama "fruto". Dios es amor; su carácter
es amor; todo lo que hace procede de su amor; y desea reproducir
este amor -este "fruto" en nosotros.
El Señor Jesús dice: "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis
así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os
he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor…Este es mi mandamiento: Que os améis
unos a otros, como yo os he amado…No me elegísteis vosotros a
mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que
vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca… Esto os
mando: Que os améis unos a otros" (Juan 15:8-10, 12,16-17).
"El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, f, mansedumbre, templanza" (Gá.5:22-23). Quizás sea mejor
puntuarlo: "El fruto del Espíritu es amor: gozo, paz…"; el
verbo está en singular, y todas las cualidades mencionadas son
aspectos del amor.) Nuestro Señor Jesucristo es Dios; Dios es
amor; el fruto del Espíritu es amor; el fruto del Espíritu es
Cristo Jesús reproducido en nosotros.
Recordemos un detalle muy importante. En la Bíblia, el amor no es
principalmente una emoción. Amar como Dios es pensar como él,
sentir como él, y luego actuar como él. Amar es decisión y
acción. Amar es buscar el bien del otro antes que el mío. Amar es
un acto de la voluntad llevado a la práctica. él fruto que el
Espíritu produce en nosotros se ve en la práctica de nuestra
vida. "Hijitos míos -nos dice Juan- no amemos de palabra, ni de
lengua, sino de hecho y en verdad" (1 Juan 3:18).
El fruto del Espíritu Santo de Dios es el carácter de nuestro
Señor Jesucristo -el amor encarnado- reproducido en nosotros.£
Esta es la manifestación por excelencia de la presencia de Dios y
del poder de Dios en nuestra vida. Esta es la manifestación de la
plenitud del Espíritu Santo. Con esta manifestación, no hace
falta otra. Sin ella, toda otra "manifestación" es hueca, es
"como metal que resuena, o címbalo que retiñe" (1 Co.13:1).
Gracias a nuestro Señor por bendecir de esta manera a usted hermano pues su enseñanza aplifica más aún el conocimiento del carácter de Jesus y de su amor por nosotros y la humanidad, nos invita a imitar cada día en nuestra vida.